Y cuando llegó la 576ª noche
Ella dijo:
"... Al oír de nuevo aquella voz, cuyos acentos le eran tan
conocidos, el califa, emocionado en un grado de intensidad
extraordinaria, se puso muy pálido, y cuando se exhalaron las últimas
palabras del canto, cayó desvanecido. Y todo el mundo se agrupó a su
alrededor, prodigándole grandes cuidados. Pero Fuerza-de-los-Corazones
llamó a Califa, y le dijo: "¡Di a todos que se retiren por un momento a
la sala contigua, y nos dejen solos!" Y Califa rogó que se retiraran a
los invitados, con el fin de que Fuerza-de-los-Corazones tuviese
libertad para prodigar al califa los cuidados necesarios. Y cuando
abandonaron los demás la sala, Fuerza-de-los-Corazones arrojó lejos de
sí, con un movimiento rápido, el izar que la envolvía y el velillo que
le tapaba el rostro, y apareció vestida con un traje semejante por
completo a los que vestía en el palacio, cuando el califa la acompañaba.
Y se acercó a Al-Raschid, que seguía tendido sin movimiento, y se sentó
junto a él, y le roció con agua de rosas y le hizo aire con un abanico,
y acabó por reanimarle.
Y el califa abrió los ojos, y al ver al lado suyo a
Fuerza-de-los-Corazones, estuvo a punto de desmayarse por segunda vez;
pero se apresuró ella a besarle las manos, sonriendo y con lágrimas en
los ojos; y el califa exclamó en el límite de la emoción: "¿Estamos en
el día de la Resurrección, y se despiertan en sus tumbas los muertos, o
es que estoy soñando?"
Y contestó Fuerza-de-los-Corazones: "¡Oh Emir de los Creyentes, ni
estamos en el día de la Resurrección, ni sueñas! ¡Porque soy
Fuerza-de-los-Corazones, y estoy viva! ¡Y mi muerte sólo ha sido un
simulacro!" Y en pocas palabras le contó desde el principio hasta el fin
cuanto le había ocurrido. Luego añadió: "Y toda la felicidad que nos
viene ahora, se la debemos a Califa el pescador!"
Al oír aquello, Al-Raschid tan pronto lloraba y sollozaba como reía
de gusto. Y cuando acabó de hablar ella, la estrechó entre sus brazos, y
la besó en los labios durante mucho tiempo, apretándola contra su
pecho. ¡Y no pudo pronunciar una palabra! Y así permanecieron ambos
durante una hora.
Entonces Califa se levantó, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los
Creyentes! ahora no creo harás que me azoten!" Y el califa, repuesto ya
del todo, se echó a reír, y le dijo: "¡Oh Califa! ¡Cuanto yo pudiera
hacer por ti en lo sucesivo, no será nada en comparación de lo que te
debemos! Sin embargo, ¿quieres ser mi amigo y gobernar una provincia de
mi imperio?" Y contestó Califa: "¿Puede el esclavo rehusar las ofertas
de su amo magnánimo?" Entonces Al-Raschid le dijo: "Pues bien, Califa,
no solamente quedas nombrado gobernador de provincia con emolumentos de
diez mil dinares al mes, ¡sino que deseo que la propia
Fuerza-de-los-Corazones escoja para ti a su gusto, entre las jóvenes de
palacio y las hijas de los emires y de los notables, una joven que será
tu esposa! ¡Y yo mismo me encargo de su ropa y de la dote que tú has de
aportar a su padre! ¡Y en adelante quiero verte todos los días, y
tenerte en los festines a mi lado y en primera fila entre mis íntimos!
¡Y poseerás un tren de casa digno de tus funciones y de tu rango, y todo
aquello que pueda desear tu alma!"
Y Califa besó la tierra entre las manos del califa. ¡Y tuvo toda esta
dicha y muchas otras felicidades más! Y dejó de ser soltero, y vivió
años y años con la joven esposa que hubo de escogerle
Fuerza-de-los-Corazones, y que era la más bella y la más modesta de las
mujeres de su tiempo.
¡Así fué!
¡Gloria al que otorga sus favores a las criaturas y reparte a su arbitrio alegrías y felicidades!
Luego dijo Schehrazada: "¡Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta
historia es más admirable o más maravillosa que la que te reservo para
acabar esta noche!" Y exclamó el rey Schahriar: "En verdad ¡oh
Schehrazada! que no dudo ya de tus palabras. ¡Pero dime pronto el nombre
de esa historia que tenías reservada para esta noche! ¡Pues debe ser
extraordinaria, si es más admirable que la de Califa el pescador!" Y
Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, ¡oh rey! Esa historia se llama Las...
LAS AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Has de saber, ¡oh rey afortunado! que la historia maravillosa que voy
a contarte tiene un origen extraordinario que es preciso que te revele antes de empezar; de otro modo no sería fácil comprender cómo llegó
hasta mí.
En efecto, en los años y las edades de hace mucho tiempo, había un
rey entre los reyes de Persia y del Khorassán, que tenía bajo su
dominación al país de la India, de Sindh y de la China, así como a los
pueblos que habitan al otro lado del Oxus en las tierras bárbaras. Se
llamaba el rey Kendamir. Y era un héroe de valor indomable y un jinete
muy brioso que sabía manejar la lanza, y le apasionaban los torneos, las
cacerías y las cabalgatas guerreras; pero prefería mucho más que
ninguna cosa la conversación con gente agradable y personas instruidas, y
en los festines concedía el sitio de honor junto a él a los poetas y a
los narradores.
¡Pero hay más aún! cuando un extranjero, tras de aceptarle su
hospitalidad y experimentar los efectos de su esplendidez y de su
generosidad, le relataba algún cuento desconocido todavía para el
monarca o alguna historia hermosa, el rey Kendamir le colmaba de favores
y de beneficios, y no le enviaba a su país hasta que había satisfecho
sus menores deseos, y hacía que le acompañara durante todo el viaje un
cortejo espléndido de jinetes y esclavos a sus órdenes. En cuanto a sus
narradores habituales y a sus poetas, les trataba con las mismas
consideraciones que a sus visires y a sus emires. Y de aquel modo, el
palacio habíase convertido en morada grata de cuantos sabían construir
versos, ordenar odas o hacer revivir con su palabra el pasado y las
cosas muertas.
Así, pues, no hay por qué asombrarse de que, al cabo de cierto
tiempo, el rey Kendamir hubiese oído todos los cuentos conocidos de los
árabes, de los persas y de los indos, y los conservase en su memoria con
los pasajes más hermosos de los poetas y las enseñanzas de los
analistas versados en el estudio de los pueblos antiguos. De modo que,
después de recapitular cuanto sabía, no le quedó nada que aprender ni
nada que escuchar.
Cuando se vió en aquel estado, se sintió poseído de una tristeza
extremada y sumido en una gran perplejidad. Entonces, sin saber ya cómo
ocupar sus ocios habituales, se encaró con su jefe eunuco, y le dijo:
"¡Vete en seguida en busca de Abu-Alí!" Abu-Alí era el narrador
favorito del rey Kendamir; y era tan elocuente y tenía tan altas dotes,
que podía hacer durar un cuento un año entero sin interrumpirlo y sin
cansar ni una sola noche la atención de sus oyentes. Pero, como todos
sus compañeros, había agotado ya su saber y sus recursos de elocuencia, y
desde hacía mucho tiempo se encontraba falto de historias nuevas.
El eunuco se apresuró, pues, a buscarle y a introducirle en el
aposento del rey. Y el rey le dijo: "¡He aquí ¡oh padre de la
elocuencia! que agotaste tu saber y te encuentras falto de historias
nuevas! ¡Sin embargo, te hice venir, porque es absolutamente necesario
que, a pesar de todo, relates un cuento extraordinario y desconocido
para mí, y tal como no hube de oírle! Porque ahora me gustan más que
nunca las historias y el relato de las aventuras. Así es que, como
logres encantarme con las palabras hermosas que me harás oír, yo
corresponderé regalándote inmensas tierras de las que serás el amo, y
fortalezas y palacios, con un firmán que te libre de todo género de
cuotas y tributos; y también te nombraré mi gran visir y te haré
sentarte a mi derecha; y gobernarás a tu arbitrio, con autoridad plena y
entera, en medio de mis vasallos y de los súbditos de mis reinos. ¡Y si
lo anhelas, incluso te legaré el trono después de mi muerte, y,
mientras yo esté vivo, te pertenecerá cuanto me pertenezca! ¡Pero si tu
destino es lo bastante nefasto para que no puedas satisfacer el deseo
que acabo de expresarte, y que supone para mi alma mucho más que poseer
la tierra entera, desde ahora puedes ir a despedirte de tus parientes y
decirles que te espera el palo!"
Al oír estas palabras del rey Kendamir, el narrador Abu-Alí
comprendió que estaba perdido irremisiblemente, y repuso: "¡Escucho y
obedezco!" Y bajó la cabeza, con el rostro muy pálido, presa de una
desesperación sin remedio. Pero al cabo de cierto tiempo, levantó la
cabeza, y dijo: "¡Oh rey! tu ignorante esclavo, antes de morir, pide una
gracia a tu generosidad!"
Y preguntó el rey: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "Que le concedas
sólo un plazo de un año para permitirle encontrar lo que le pides. ¡Y si
pasado ese plazo no encuentra el cuento consabido, o, si, aunque le
encuentre, no es el más hermoso, el más maravilloso y el más
extraordinario que haya llegado a oídos de los hombres, sufriré, sin
amargura en mi alma, el suplicio del palo!"
Al oír estas palabras, el rey Kendamir se dijo: "¡Muy largo es ese
plazo! ¡Y ningún hombre sabe si ha de vivir aún el día siguiente!" Luego
añadió: "¡No obstante, es tan grande mi deseo de oír una historia más,
que te concedo ese plazo de un año; pero es con la condición de que no
te muevas de tu casa durante todo ese tiempo!" Y el narrador Abu-Alí
besó la tierra entre las manos del rey, y se apresuró a regresar a su
casa.
Ya en ella, tras de reflexionar mucho rato, llamó a cinco de sus
jóvenes mamalik, que sabían leer y escribir, y que, además, eran los más
sagaces, los más abnegados y los más distinguidos de entre sus
servidores todos, y a cada uno de ellos le entregó cinco mil dinares de
oro. Luego les dijo: "¡Os eduqué y cuidé y alimenté en mi casa para
cuando llegara un día como éste! ¡A vosotros incumbe, pues, socorrerme y ayudarme a salir de entre las manos del rey!"
Ellos contestaron: "Ordena, ¡oh amo nuestro! ¡Nuestras almas te
pertenecen, y te serviremos de rescate!" El dijo: "¡Escuchad! ¡Cada uno
de vosotros partirá para los países extranjeros por los diferentes
caminos de Alah! Recorred todos los reinos y todas las comarcas de la
tierra en busca de los sabios, las personas sagaces, de los poetas y de
los narradores más célebres! ¡Y preguntadles, a fin de transmitírmela,
si conocen la Historia de las Aventuras de Hassán Al-Bassri! ¡Y si, por
un favor del Altísimo, la conoce alguno de ellos, rogadle que os la
cuente y os la escriba a cualquier precio! ¡Porque sólo merced a esa
historia podréis salvar a vuestro amo del palo que le espera!"
Luego encaróse con cada uno de ellos en particular, y dijo al primer
mameluco: "¡Tú iras por los países de las Indias y del Sindh y por las
comarcas y provincias que de ellos dependen!" Y dijo al segundo: "¡Tú
irás por Persia y China y por los países limítrofes!" Y dijo al tercero:
"¡Tú recorrerás el Khorassán y sus dependencias!" Y dijo al cuarto:
"¡Tú explorarás todo el Maghreb de oriente a occidente!" Y dijo al
quinto: "¡En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la
Siria...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.