2025/02/21

Noche 747



Pero cuando llegó la 747ª noche

Ella Dijo:
"No tienes más que traerme de la cocina una fuente de porcelana en que quepan, y ya verás qué efecto tan maravilloso producen.”
Y aunque muy sorprendida de cuanto oía, la madre de Aladino fue a la cocina a buscar una fuente grande de porcelana blanca muy limpia y se la entregó a su hijo. Y Aladino que ya había sacado las frutas consabidas, se dedicó a colocarlas con mucho arte en la porcelana, combinando sus distintos colores, sus formas y sus variedades. Y cuando hubo acabado se las puso delante de los ojos a su madre, que quedó absolutamente deslumbrada, tanto a causa de su brillo como de su hermosura. Y a pesar de que no estaba muy acostumbrada a ver pedrerías, no pudo por menos de exclamar: «¡Ya Alá! ¡qué admirable es esto!» Y hasta se vio precisada, al cabo de un momento, a cerrar los ojos. Y acabó por decir: «¡Bien veo al presente que agradará al sultán el regalo sin duda! ¡Pero la dificultad no es ésa, sino que está en el paso que voy a dar; porque me parece que no podré resistir la majestad de la presencia del sultán, y que me quedaré inmóvil, con la lengua trabada, y hasta quizá me desvanezca de emoción y de confusión. Pero aun suponiendo que pueda violentarme a mí misma por satisfacer tu alma llena de ese deseo, y logre exponer al sultán tu petición concerniente a su hija Badrú'l-Budur, ¿qué va a ocurrir? Sí, ¿qué va a ocurrir? ¡Pues bien, hijo mío; creerán que estoy loca, y me echarán del palacio, o irritado por semejante pretensión el sultán nos castigará a ambos de manera terrible! Si a pesar de todo crees lo contrario, y suponiendo que el sultán preste oídos a tu demanda, me interrogará luego acerca de tu estado y condición. Y me dirá: «Sí; este regalo es muy hermoso, ¡oh mujer! ¿Pero quién eres? ¿Y quién es tu hijo Aladino? ¿Y qué hace? ¿Y quién es su padre? ¿Y con qué cuenta?» ¡Y entonces me veré obligada a decir que no ejerces ningún oficio y que tu padre no era más que un pobre sastre entre los sastres del zoco!» Pero Aladino contestó: «¡Oh madre estate tranquila!, ¡es imposible que el sultán te haga semejantes preguntas cuando vea las maravillosas pedrerías colocadas a manera de frutas en la  porcelana! ¡No tengas, pues, miedo, y no te preocupes por lo que va a pasar! ¡Levántate, por el contrario, y ve a ofrecerle el plato con su contenido, y pídele para mí en matrimonio a su hija Badrú'l-Budur! ¡Y no apesadumbres tu pensamiento con un asunto tan fácil y tan sencillo! ¡Tampoco olvides, además, si todavía abrigas dudas con respecto al éxito, que poseo una lámpara que suplirá para mí a todos los oficios y a todas las ganancias».

Y continuó hablando a su madre con tanto calor y seguridad que acabó por convencerla completamente. Y la apremió para que se pusiera sus mejores trajes; y le entregó la fuente de porcelana, que se apresuró ella a envolver en un pañuelo, atado por las cuatro puntas, para llevarla así en la mano. Y salió de la casa y se encaminó al palacio del sultán. Y penetró en la sala de audiencias con la muchedumbre de solicitantes. Y se puso en primera fila, pero en una actitud muy humilde, en medio de los presentes, que permanecían con los brazos cruzados y los ojos bajos, en señal del más profundo respeto. Y se abrió la sesión del diván cuando el sultán hizo su entrada, seguido de sus visires, de sus emires y de sus guardias. Y el jefe de los escribas del sultán empezó a llamar a los solicitantes, unos tras otros, según la importancia de las súplicas. Y se despacharon los asuntos acto seguido. Y los solicitantes se marcharon, contentos unos por haber conseguido lo que deseaban, otros muy alargados de nariz, y otros sin haber sido llamados por falta de tiempo. Y la madre de Aladino fue de estos últimos.  

Así es que cuando vio que se había retirado la sesión y que el sultán se había retirado, seguido de sus visires, comprendió que no le quedaba que hacer más que marcharse también ella y salió de palacio y volvió a su casa. Y Aladino, que en su impaciencia la esperaba a la puerta, la vio volver con la porcelana en la mano todavía; y se extrañó y se quedó muy perplejo, y temiendo que hubiese sobrevenido alguna desgracia o alguna siniestra circunstancia, no quiso hacerle preguntas en la calle, y se apresuró a arrastrarla a la casa, en donde, con la cara muy amarilla, la interrogó con la actitud y con los ojos, pues de emoción no podía abrir la boca. Y la pobre mujer le contó lo que había ocurrido, añadiendo: «Tienes que dispensar a tu madre por esta vez, hijo mío, pues no estoy acostumbrada a frecuentar palacios; y la vista del sultán me ha turbado de tal modo, que no pude adelantarme a hacer mi petición. ¡Pero mañana, si Alá quiere, volveré a palacio y tendré más valor que hoy!» Y a pesar de toda su impaciencia, Aladino se dio por muy contento, al saber que no obedecía a un motivo más grave el regreso de su madre, con la porcelana entre las manos. Y hasta le satisfizo mucho que se hubiese dado el paso más difícil, sin contratiempos ni malas consecuencias para su madre y para él. Y se consoló, al pensar que pronto iba a repararse el retraso.   
En efecto, al siguiente día la madre de Aladino fue a palacio, teniendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo, que envolvía el obsequio de pedrerías...   
En este momento de su narración Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.  

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