Y cuando llegó la 668ª noche
Ella dijo:
"... Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo cofre, y entre otros esplendores sacó de él un pabellón de seda y oro, incrustado de perlas, jacintos, esmeraldas, rubíes y zafiros y otras muchas gemas de nombres desconocidos; y el poste central de aquel pabellón era de madera de áloe indio; y todas las franjas de aquel pabellón estaban salpicadas de gemas de todos colores, y por dentro estaba adornado con dibujos de un arte maravilloso que representaban graciosos retozos de animales y vuelos de pájaros; y todos estos animales y estos pájaros eran de oro, crisolitos, granates, esmeraldas y otras muchas variedades de gemas y metales preciosos.
Y cuando el joven Abu-Mohammad sacó de aquel cofre tan distintos objetos, que iba colocando en la alfombra según los sacaba y de cualquier modo, se puso de pie, y sin mover la cabeza, alzó y bajó las cejas. Y al punto se armó por sí mismo en medio de la sala todo el pabellón con tanta prontitud, orden y simetría como si lo hubiesen manejado veinte personas expertas; y los tres árboles maravillosos fueron a plantarse por sí mismos a la entrada del pabellón para protegerlo con su sombra.
Entonces Abu-Mohammad miró por segunda vez al pabellón y dejó oír un ligerísimo silbido. Y al punto se pusieron a cantar todos los pájaros de gemas que había dentro, y los animales de oro se pusieron a responderles con dulzura y armonía. Y al cabo de un instante, Abu-Mohammad dejó oír otro silbido, y el coro entero se interrumpió en la nota comenzada.
Cuando el califa y todos los presentes vieron y oyeron cosas tan extraordinarias, no supieron si soñaban o estaban despiertos. Y Abu-Mohammad besó una vez más la tierra entre las manos de Al-Raschid, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que te traigo con alma interesada estos pequeños obsequios que tienen la suerte de no disgustarte, sino que te los traigo en calidad de homenaje de un leal a su dueño soberano. Y no son nada en comparación de los que pienso ofrecerte aún, siempre que me lo permitas".
Cuando el califa se repuso un poco del asombro en que le había sumido la contemplación de aquellas cosas como nunca hubo visto, dijo al joven: "¿Puedes decirme ¡oh joven! de dónde te vienen todas esas cosas, siendo un simple súbdito entre mis súbditos? ¡Te conocen por el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, y sé que tu padre sólo era un ventosista del hammam que murió sin dejarte ninguna herencia! ¿A qué se debe, pues, el hecho de que, en tan poco tiempo y tan joven todavía, hayas llegado a semejante grado de riqueza, de distinción y de poderío?" Y contestó Abu-Mohammad: "¡Te contaré, pues, mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! que es una historia tan maravillosa y está tan llena de hechos extraordinariamente prodigiosos, que si se escribiera con agujas de tatuaje en el ángulo interior del ojo, serviría sin duda de lección rica en provecho para los que quisieran aprovecharse de ella!" Y dijo Al-Raschid, extremadamente intrigado: "¡Date prisa entonces a hacernos oír lo que tienes que decirnos, ¡ya Abu-Mohammad!"
Y dijo el joven:
"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! (¡Alah aumente tu poderío y tu gloria!) que, en efecto, se me conoce de ordinario con el nombre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, soy hijo de un antiguo y pobre ventosista de hammam que murió sin dejarnos a mi madre ni a mí nada con qué atender a nuestra subsistencia. Así es que te han dicho verdad quienes te dieron estos detalles; pero no te dijeron por qué ni cómo me vino aquel mote. ¡Pues helo aquí!
Desde mi niñez ¡oh Emir de los Creyentes! era yo el muchacho más holgazán y más perezoso que podría encontrarse sobre la faz de la tierra. Y eran tan grandes, en verdad, mi holgazanería y mi pereza, que si estaba tumbado en el suelo a mediodía y el sol caía a plomo sobre mi cráneo descubierto, no tenía yo arrestos para cambiar de postura, y me dejaba cocer como una colocasia por no mover una pierna o un brazo. Con lo cual no tardé en tener un cráneo a prueba de toda clase de golpes; y si quieres ¡oh Emir de los Creyentes! mandar ahora a tu portaalfanje Massrur que me parta la cabeza, verás cómo se mella su alfanje y se hace trizas contra los huesos de mi cráneo.
Cuando murió mi difunto padre (¡Alah le tenga en su misericordia!), era yo un mozo de quince años; pero no parecía tuviese más de dos años de edad, pues continuaba sin querer trabajar ni moverme de un sitio; y mi pobre madre se veía obligada a servir a la gente del barrio para alimentarme, mientras yo me pasaba los días tumbado de lado, y no tenía fuerza ni para levantar la mano con objeto de espantarme las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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