2024/12/21

Noche 662



Pero cuando llegó la 662ª noche

Ella dijo:
"... Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío.
¡Pero he aquí lo que atañe a Anís!
Cuando al día siguiente vió que no iba al zoco su asociado el mercader judío, quedó extremadamente sorprendido y esperó su llegada hasta la tarde. Pero en vano. Entonces decidióse a ir a ver por sí mismo la causa de semejante ausencia. Y llegó de tal suerte ante la puerta de entrada, y leyó la inscripción que Zein Al-Mawassif había grabado allí. Y comprendió su sentido, y trastornado se dejó caer en tierra, presa de la desesperación. Y cuando se repuso un poco de la emoción que hubo de causarle aquella ausencia de su bienamada, preguntó a los vecinos. Y así fué como se enteró de que su esposo el judío se la había llevado con sus doncellas y un gran equipaje, que cargaron en diez camellos, y con víveres para un viaje muy largo.
Al saber esta noticia, Anís caminó como un insensato por entre las soledades del jardín; e improvisó estos versos:
¡Para llorar el recuerdo de la bienaventurada, detengámonos aquí en el límite de árboles de su jardín, donde se yergue su querida casa, donde sus huellas, como en mi corazón, no pueden ser borradas ni por los vientos del Norte ni por los vientos del Sur!
¡Se marchó, pero mi corazón está con ella, atado al aguijón que apresura la marcha de los camellos!
¡Ah, ven, oh noche! ¡ven a refrescar mis mejillas ardientes y a calmar el fuego que me consume el corazón!
¡Oh brisa del desierto! a ti, cuyo soplo perfumó su aliento, ¿no te ha recetado ningún colirio para secar mis lágrimas, ningún remedio para reanimar mi cuerpo helado?
¡Ay! ¡ay! ¡el conductor de la caravana dió señal de partir en medio de las tinieblas de la noche, antes que el soplo del céfiro matinal viniera a vivificar las cañadas!
¡Se arrodillaron los camellos; hiciéronse los fardos; metíase ella en la litera; se marchó!
¡Ay! ¡se marchó, y me ha dejado sin poder seguir sus huellas! ¡La sigo desde lejos, regando con mis lágrimas el polvo!
Luego, mientras se entregaba de este modo a sus reflexiones y recuerdos, oyó graznar a un cuervo que tenía su nido en una palmera del jardín. E improvisó esta estrofa:
¡Oh cuervo! ¿qué tienes que hacer ya en el jardín de mi bienamada? ¿Vienes a gemir con tu voz lúgubre por los tormentos de mi amor? ¡Ay! ¡ay! ¡gritas a mi oído! y el eco infatigable repite sin cesar: ¡Ay! ¡ay!
Luego, sin poder ya resistirse a tantas penas y tormentos, se echó Anís en el suelo y se sintió invadido por el sopor. Y he aquí que en sueños se le apareció su bienamada; y se encontraba dichoso él con ella; y la oprimía en sus brazos, y hacía ella lo mismo.
Pero despertóse de pronto y quedó desvanecida la ilusión. Y para consolarse, sólo pudo él improvisar estos versos:
¡Salve, imagen de la bienamada! ¡Te me apareces en medio de las tinieblas de la noche, y vienes a calmar por un instante la violencia de mi amor!
¡Me habla ella, me sonríe, me hace mil tiernas caricias; tengo en mis manos toda la felicidad de la tierra, y me despierto bañado en lágrimas!
Así se lamentaba el joven Anís. Y continuó viviendo a la sombra de la casa abandonada, sin alejarse más que para tomar algún alimento en su vivienda.
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la caravana, cuando llegó a un mes de distancia de la ciudad consabida, hizo alto. Y el judío mandó armar las tiendas cerca de una ciudad situada a orillas del mar. Allí quitó a su esposa los ricos trajes que la cubrían, cogió una vara larga y flexible, y le dijo: "¡Ah, miserable traidora! ¡tu piel manchada sólo se podrá limpiar con esto! ¡Que venga ahora a librarte de entre mis manos ese joven Anís!" Y a pesar de sus gritos y protestas, le fustigó dolorosamente con toda su fuerza.
Luego le envolvió un manto de crines viejo, y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

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