2024/12/19

Noche 659



Y cuando llegó la 659ª noche

Ella dijo:
"Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se expansionó hasta el límite de la expansión. Y dijo a Anís, besándole: "¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por Alah, ya no quiero vivir más que contigo!" Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos diversos, caricias, copulaciones y otras cosas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día, uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y divirtiéndose hasta la noche. Y continuaron viviendo de tal suerte durante un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.
Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: "¡Ojalá se le rompan las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la llegada de ese rostro de mal agüero!" Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: "¿Qué partido vamos a tomar, ¡oh Anís!?" El contestó: "Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!" Ella dijo: "¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no despertar sus sospechas!" Y reflexionó una hora de tiempo, y dijo: "¡Para introducirte en casa después de su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias! ¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada durante los tratos!" Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los medios de que se valdrían para engañar al marido.
Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sorpresa al ver a su mujer toda amarilla de pies a cabeza. La astuta se había puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: "Si tan amarilla me ves, ¡ay! no es a causa de una enfermedad, sino a causa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré más tranquila por ti!" El contestó: "¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea! ¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color brillante de otras veces!" Luego la besó y se fué a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asimismo, judía como él!
Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes referentes al nuevo oficio que tenía que ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma endurecida de los judíos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif, y contestó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de dos testigos entre los notables del zoco.
Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fué a prevenirle de la llegada de su asociado Anís, y le dijo: "Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!" Y aunque transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus sentimientos, y fingiendo hallarse extremadamente indignada, exclamó: "¡Por Alah! ¿cómo te atreves, ¡oh padre de la barba! a introducir a extraños en la intimidad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes imponerme la dura necesidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la modestia que conviene a las jóvenes? ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!"
Pero contestó el: "¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuándo hemos resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley esconder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese respecto resultan excesivos en una moisita!" Y le habló así. Pero pensaba para su ánima: "¡Qué bendición sobre mi casa es el tener una esposa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!" Luego se puso a hablar con tanta elocuencia, que acabó por convencerla para que fuera a cumplir por sí misma los deberes de hospitalidad para con el recién venido.
Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían. Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: "¡Qué joven tan excelente!" Así es que, cuando se hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un tacto y una discreción admirables.
Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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