Pero cuando llegó la 658ª noche
Ella dijo:
"... no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de ajedrez!" Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!" Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida decimoquinta, haciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos, hubo de darse por vencida, y exclamó: "Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!" Luego añadió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!" Y se levantó riendo y puso fin por aquella noche a las partidas de ajedrez.
Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: "Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los diversos episodios de nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien en la memoria?" Y contestó Anís: "La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!" Y se sentó en la cama perfumada, y mientras Zein Al-Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda sublime:
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- ¡Levantaos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!
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- ¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexibles de los árboles se inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije; "¡La zalema contigo, ¡oh sedosa de mejillas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas me vuelven loco!"
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- ¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: "¿No darás con mi nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu vista?
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- ¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!"
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- ¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su sonrisa, y me dijo: "¡Heme aquí, pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!"
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- ¡Éxtasis de mi alma, ¡oh su cintura desceñida! ¡oh su camisa descubierta! ¡oh su carne al desnudo! ¡oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!
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- ¡Si la hubieseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi embriaguez, y quizás comprendáis!
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- ¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus mejillas incendiarias alumbrarían el infierno!
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- ¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, cargados de flechas; y es un alfanje cada una de sus miradas!
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- ¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar de perlas acabadas de coger del mar!
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- ¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho es una losa de mármol sobre la que descansan dos copas invertidas!
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- ¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria, está aquel que es la locura de los más cuerdos!
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- ¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en cuanto se le toca!
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- ¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!
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- ¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!
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- ¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif! completa de encantos y de cortesía! ¡Y por eso no olvidaré las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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