Y cuando llegó la 656ª noche
Ella dijo:
"... Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: "Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya no nos conocemos!" Dijo él: "¡Oh soberana mía! ¿vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?" Ella dijo: "¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo! ¡Aun tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!" Dijo él: "Por encima de mi cabeza, ¡oh mi señora!"
Ella preguntó: "¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?" Dijo él: "¡Alah proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el dinero que me haga falta". Ella dijo: "Entonces date prisa a traerme lo que te he pedido". Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a buscarlos.
Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: "Sal detrás de él, ¡oh Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le rechazan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: "¡Oh amo mío, Anís! mi ama Zein Al-Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!" Y le traerás contigo, y le introducirás en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!"
Y Hubub contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus pasos.
En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le caían por los hombros deslumbradores cual la plata virgen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastraban hasta los pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó semejante a una recién casada, se echaron a sus plantas, y le dijeron con voz temblorosa de admiración: "¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!" Y mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil cumplimientos desde el fondo de su alma.
Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-Mawassif.
Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo deslumbrado, y se preguntó: "¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?" Y Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fue a él sonriendo, le cogió de la mano y le condujo hasta el diván amplio y bajo en que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual había grabados estos versos gastronómicos:
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- ¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con todas estas especies admirables y variadas!
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- ¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire libre o al horno!
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- ¡Oh codornices! ¡oh pollos! ¡oh capones! ¡oh enternecedores! ¡os adoro!
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- ¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de uvas en esta bandeja, ¡oh excelencias!
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- ¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!
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- ¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color dorado decirle que no!
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- ¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te pertenece mi espíritu, ¡oh amiga mía!
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- ¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te estremeces de placer en mi pecho, ¡oh corazón mío!
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- ¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas delicias de las que por siempre hablarán los anales!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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