2024/12/15

Noche 653



Y cuando llegó la 653ª noche

Ella dijo:
"... -el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!" Y añadió: "¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!" Y contestó Sett Zobeida: "¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!" Y añadió: "¡Bueno! ¿pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos murió primero, y cuál murió de pena!" Y dijo el califa: "Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez mil dinares de oro a quien me dé la noticia!"
Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de debajo del sudario de la derecha, y decía: "¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!"
Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espanto, lanzaron un gran grito y se precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: "¡Por Alah, ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!"
Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió Abul-Hassán: "¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! desprecié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar, que debo a tu generosidad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el tesorero!" Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la muerte.
Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocuparse de los gastos y necesidades de Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dió orden a su tesorero para que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes, quiso también que Abul-Hassán siguiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron todos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!
Y cuando aquella noche Schehrazada acabó de contar esta historia, dijo al rey Schahriar: "¡Esto es cuanto se ¡oh rey! acerca del Dormido Despierto. ¡Pero, si me lo permites, voy a contarte otra historia que supera con mucho y en todos sentidos a la que acabas de oír!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Antes de permitírtelo, quiero que me digas el título de esa historia, Schehrazada". Ella dijo: "¡Es la historia de los AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF!" Dijo él: "¿Y qué historia es esa que no conozco?"

Schehrazada sonrió, y dijo:

LOS AMORES DE ZEIN AL-MAWASSIF

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los jardines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida dichosa.
Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vió jugando y entreteniéndose con cuatro hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos, alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan hermosos. Y Anís se despertó muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:
¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi corazón cautivo el libre corazón de los enamorados?
¡Oh frescura de las mañanas! ¿calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?
Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aquella voz; y acuciado por el deseo de conocer a la que la poseía, se aproximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y vió un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres armoniosos; calles floridas y boscajes de rosas, jazmines, violetas, narcisos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo de Alah.
Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no vaciló en franquear la puerta y adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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