Y cuando llegó la 603ª noche
Ella dijo:
"... Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del sitio donde eran más largos, y se los entregó a Hassán, diciéndole: "¡Esto hago por ti! ¡Si alguna vez te hallaras en medio de un gran peligro, no tienes más que quemar un pelo de este mechón, y al instante iré en socorro tuyo!" Luego alzó la cabeza hacia la bóveda de la sala, y dió una palmada, como para llamar a alguien. Y al punto descendió de la bóveda, presentándose entre sus manos, un efrit entre los efrits alados. Y le preguntó el jeique: "¿Cómo te llamas, ¡oh efrit!?" El efrit dijo: "Tu esclavo Dahnasch ben-Forktasch, oh jeique Alí Padre-de las-Plumas!" Y le dijo el jeique: "¡Aproxímate!" Y el efrit Dahnasch se aproximó al jeique Alí, que acercó su boca al oído del otro y le dijo algo en voz baja. Y el efrit contestó con un movimiento de cabeza que significaba: "¡Está bien!" Y el jeique se encaró con Hassán, y le dijo: "Mira, hijo mío, súbete a la espalda de ese efrit. El te transportará a las regiones de las nubes, y desde allí te bajará a una tierra que es de alcanfor blanco. Y allí ¡oh Hassán! te dejará el efrit, porque no puede llegar más lejos. Y entonces habrás de caminar completamente solo por esa tierra de alcanfor blanco. Y una vez que hayas salido de ella, te encontrarás frente a las islas Wak-Wak. ¡Y allí, Alah proveerá!"
Entonces Hassán besó de nuevo las manos del jeique Padre-de las-Plumas, se despidió de los demás sabios, dándoles las gracias por sus bondades, y se puso a horcajadas sobre los hombros de Dahnasch, que elevose con él por los aires. Y el efrit le llevó a la región de las nubes, y desde allí bajó con él a la tierra de alcanfor blanco, donde hubo de dejarle para desaparecer luego.
Así, ¡oh Hassán, oriundo de Bassra! tú, a quien antaño admiraban en los zocos de tu ciudad natal y hacías volar todos los corazones y pasmarse de tu hermosura a los que te miraban; tú, que viviste dichoso tanto tiempo entre las princesas y suscitaste en sus almas tanta ternura y tanto dolor! he aquí que, impulsado por tu amor a Esplendor, llegas, en alas del efrit, a esta tierra de alcanfor blanco, donde vas a experimentar lo que ninguno antes que tú y ninguno después que tú ha experimentado ni experimentará jamás.
En efecto, cuando el efrit le hubo dejado en aquella tierra, Hassán echó a andar en línea recta por un suelo brillante y perfumado. Y anduvo así mucho tiempo, y acabó por vislumbrar a lo lejos, en medio de una pradera, una especie de tienda. Y se dirigió por aquel lado y acabó por llegar muy cerca de tal tienda. Pero como en aquel momento caminaba por un césped muy espeso, dió con el pie sobre algo que se ocultaba entre la hierba; y lo miró y vió que era un cuerpo blanco como una masa de plata y del tamaño de una de las columnas de la ciudad de Iram. Y he aquí que era un gigante, y la tienda que Hassán veía no era otra cosa que su oreja, la cual le servía de pantalla para el sol. Y al verse despertado así de su sueño, el gigante se levantó rugiendo, y sintió tanta cólera, que se le llenó de aliento el vientre, mientras los esfuerzos tan considerables que para ello realizaba hacían gemir a su trasero; lo que produjo, a manera de trueno, una serie de cuescos extraordinarios que tiraron a Hassán de bruces en tierra, lanzándole por el aire después con los ojos desorbitados de terror. Y antes de que volviese a caer al suelo, el gigante le atrapó al vuelo por el cuello, en el sitio en que la piel es más blanda, y con la fuerza de su brazo le tuvo suspendido en el aire, cual el gorrión en la garra del halcón. Y volteándole con el brazo, se dispuso a aplastarle contra la tierra, pulverizándole los huesos y convirtiendo su longitud en anchura.
Cuando Hassán comprendió lo que le iba a suceder, agitóse con todas sus fuerzas, y exclamó: "¡Ah! ¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quién me libertará? ¡Oh gigante, ten piedad de mí!"
Al oír aquellos gritos de Hassán, se dijo el gigante: "¡Alah, que no canta mal este pájaro! Y me gustan sus trinos. ¡Así es que se lo voy a llevar a nuestro rey!" Y le cogió delicadamente por un pie para no hacerle daño, y penetró en una espesa floresta, dentro de la cual, en medio de un claro, aparecía sentado sobre una roca que le servía de trono el rey de los gigantes de la tierra de alcanfor blanco. Y estaba rodeado de sus guardias, que eran cincuenta gigantes de una estatura de cien codos cada uno. Y el que llevaba a Hassán se acercó al rey, y le dijo: "¡Oh rey nuestro! ¡he aquí un pajarillo que he cogido y que te traigo a causa de su hermosa voz! ¡Porque trina de un modo agradable!" Y dió dos golpes en la nariz de Hassán, que no entendía el lenguaje del gigante, creyó que había llegado su última hora, y empezó a temblar, exclamando: "¡Ah! ¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quién me libertará?" Al oír aquella voz, el rey se convulsionó y se bamboleó de alegría, y dijo al gigante: "¡Por Alah, que es encantador! ¡Hay que llevárselo en seguida a mi hija para que la divierta!" Y añadió, encarándose con el gigante: "¡Sí! date prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a fin de que la distraiga con sus cantos y sus trinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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