Pero cuando llegó la 602ª noche
Ella dijo:
"... Y conforme se iba acercando a estas montañas, el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha. Y al instante, de todas partes a la vez, más numerosos que las gotas de lluvia, acudieron unos caballos negros que fueron a olfatear al caballo azul de Hassán y a restregarse contra él. Y Hassán quedó asombrado de su número, y temió que quisiesen estorbarle el camino; pero prosiguió su marcha y llegó a la entrada de la caverna negra que había en medio de rocas más negras que el ala de la noche. Y aquella era precisamente la caverna de que le había hablado el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó, y tras de haber atado la brida al arzón de la silla, dejó entrar solo a su caballo en la caverna; y se sentó a la puerta, como hubo de ordenarle el jeique.
Pero no habría transcurrido una hora, cuando vió salir de la gruta a un venerable anciano, vestido de negro, y negro él mismo de pies a cabeza, excepción hecha de la luenga barba blanca que le llegaba a la cintura. Era el jeique de los jeiques, el muy glorioso Alí Padre-de-las-Plumas, hijo de la reina Balbis, esposa de Soleimán (¡con todos ellos la paz de Alah y sus bendiciones!). Y Hassán, al verle, se echó a sus pies, poniendo sobre su cabeza la orla del traje del anciano, colocándose así bajo su protección. Luego le presentó la carta de Abd Al-Kaddús. Y el jeique Padre-de-las-Plumas tomó la carta, y sin decir una sola palabra, entró otra vez en la gruta. Y ya comenzaba Hassán a desesperar, como no le veía volver, cuando he aquí que apareció, pero vestido entonces de blanco. E hizo a Hassán señas de que le siguiera, y echó a andar delante de él por la gruta. Y Hassán le siguió, y llegó tras del otro a una inmensa sala cuadrada, pavimentada de pedrerías y cada uno de cuyos cuatro rincones lo ocupaba un anciano vestido de negro y sentado sobre una alfombra, en medio de una cantidad infinita de manuscritos, con un pebetero de oro en que ardían perfumes ante él; y cada uno de aquellos cuatro sabios estaba rodeado por otros siete sabios, discípulos suyos, que copiaban los manuscritos y leían o reflexionaban. Pero cuando entró el jeique Alí Padre-de-las-Plumas, todos aquellos venerables personajes se levantaron en su honor; y los cuatro sabios principales abandonaron sus rincones y fueron a sentarse junto a él en medio de la sala. Y cuando todo el mundo hubo ocupado su sitio, el jeique Alí se encaró con Hassán y le dijo que contara su historia ante aquella asamblea de sabios.
Entonces Hassán, muy emocionado, empezó primero por derramar lágrimas a torrentes; luego, no bien pudo secarlas, con la voz entrecortada por sollozos, se puso a contar toda su historia, desde su rapto, llevado a cabo por Bahram el Gauro, hasta su encuentro con el jeique Abd Al-Kaddús, discípulo del jeique Padre-de-las-Plumas y tío de las siete princesas. Y en tanto que duró el relato, no le interrumpieron los sabios; pero, cuándo hubo concluido, exclamaron todos a una, encarándose con su maestro: "¡Oh venerable maestro! ¡Oh hijo de la reina Balkis! digna de piedad es la suerte de este joven, pues sufre como esposo y como padre. Y quizá podamos contribuir a devolverle esa joven tan bella y esos dos hijos tan hermosos!" Y contestó el jeique Alí: "Venerables hermanos míos, se trata de un asunto de importancia. Y tan bien como yo sabéis vosotros cuán difícil es llegar a las islas Wak-Wak, y cuánto más difícil todavía es volver de ellas. Y ya sabéis toda la dificultad que hay, una vez que se llega a esas islas después de todos los obstáculos salvados, en acercarse a las amazonas vírgenes, guardias del rey de los genn y de sus hijas. En esas condiciones, ¿cómo queréis que Hassán encuentre a la princesa Esplendor, hija de su poderoso rey?" Los jeiques contestaron: ¿"Quién podrá negar que tienes razón venerable padre? ¡Pero ese joven te ha sido recomendado particularmente por nuestro hermano el honorable e ilustre jeique Abd Al-Kaddús, y no puedes por menos de acoger sus intenciones de un modo favorable!"
Y Hassán, por su parte, al oír estas palabras, se arrojó a los pies del jeique, se cubrió la cabeza con la orla del manto del anciano, y abrazándole las rodillas le conjuró a que le devolviera a su esposa y a sus hijos. Y asimismo besó las manos de todos los jeiques, que unieron sus ruegos a los de él, suplicando al maestro de todos, al jeique Padre-de-las-Plumas, que tuviese piedad del infortunado joven. Y el jeique Alí contestó: "¡Por Alah!, que en mi vida vi a ninguno despreciar la existencia tan resueltamente como este joven Hassán! ¡No sabe lo que desea ni lo que le espera este temerario! ¡Pero, en fin, quiero hacer por él cuanto de mí dependa!"
Habiendo hablado así, el jeique Alí Padre-de-las Plumas reflexionó durante una hora de tiempo en medio de sus viejos discípulos respetuosos; luego levantó la cabeza, y dijo a Hassán: "¡Ante todo, voy a darte una cosa que te resguardará en caso de peligro!" Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del sitio donde eran más largos, y se los entregó a Hassán, diciéndole...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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