Pero cuando llegó la 601ª noche
Ella dijo:
"... Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el hombro de Hassán, y le dijo: "¡Cesa en tus gemidos, hijo mío, y cobra ánimos! Porque, con ayuda de Alah, te proporcionaré un medio mejor de conseguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme!" Y Hassán, a quien estas palabras habían vuelto a la vida de repente, se irguió sobre sus pies, se despidió rápidamente de sus hermanas, besó varias veces a Botón-de-Rosa, y dijo al anciano: "¡Soy tu esclavo!"
Entonces el jeique Abd Al-Kaddús hizo montar a Hassán con él a la grupa del elefante blanco, y habló a la bestia inmensa, que se puso en movimiento. ¡Y rápido cual el granizo que cae, el rayo que hiere y el relámpago que brilla, el gran elefante agitó sus miembros por el viento y echó a volar y se sumergió en las llanuras del espacio, devorando a su paso las distancias!
Y he aquí que en tres días y tres noches de semejante velocidad recorrieron un camino de siete años. Y llegaron a una montaña azul cuyos alrededores todos eran azules, y en medio de la cual había una caverna con la entrada obstruida por una puerta de acero azul. Y el jeique Abd Al-Kaddús llamó a aquella puerta, y salió a abrirle un negro azulado que llevaba en una mano un sable azul y en la otra un escudo de metal azul. Y con una prontitud increíble, el jeique arrebató aquellas armas de las manos del negro, que retiróse al punto para dejarle pasar, y seguido por Hassán, entró en la caverna, cuya puerta cerró detrás de ellos el negro.
Entonces caminaron aproximadamente una milla por una ancha galería en que la luz era azul y las rocas transparentes y azules, y al extremo de la cual se encontraron frente a dos enormes puertas de oro. Y el jeique Abd Al-Kaddús abrió una de aquellas puertas, y dijo a Hassán que le esperara hasta que estuviese de vuelta. Y desapareció en el interior. Pero al cabo de una hora, regresó llevando de la brida a un caballo azul, todo teñido y enjaezado de colores azules, en el cual hizo que montase Hassán. Y abrió entonces la segunda puerta de oro, y ante ellos se desplegó de pronto el espacio azul, y a sus pies una inmensa pradera sin horizonte. Y el jeique dijo a Hassán: "Hijo mío, ¿sigues siempre decidido a partir y a afrontar los peligros sin número que te esperan? ¿O acaso quieres mejor, como yo te aconsejaría, volver sobre tus pasos y regresar al lado de mis sobrinas las siete princesas, que sabrán consolarte de la pérdida de tu esposa Esplendor?"
Hassán contestó: "¡Mil veces prefiero afrontar los peligros de la muerte a sufrir por más tiempo los tormentos de la ausencia!" El jeique repuso: "Hijo mío Hassán, ¿no tienes una madre para la cual será tu ausencia una fuente inagotable de lágrimas? ¿Y no querrás mejor volver junto a ella para consolarla?" El joven contestó: "¡No volveré al lado de mi madre sin mi esposa y mis hijos!" Entonces le dijo el jeique Abd Al-Kaddús: "¡Pues bien, Hassán; parte bajo la protección de Alah!" Y le entregó una carta en que estaba escrita con tinta azul la dirección siguiente: "Al muy ilustre y muy glorioso jeique de los jeiques, nuestro señor el venerable Padre-de-las-Plumas".
Luego le dijo: "Toma esta carta, hijo mío, y ve adonde te conduzca tu caballo. Llegará a la montaña negra, cuyos alrededores son negros, y se parará delante de una caverna negra. Entonces echarás pie a tierra, y después de haber atado la brida a la silla, dejarás entrar al caballo solo en la caverna. Y esperarás a la puerta, y verás salir a un anciano negro, vestido de negro, y negro por todas partes, excepción hecha de una luenga barba blanca que le baja hasta las rodillas. Entonces le besarás la mano, te pondrás en tu cabeza la orla de su traje, y le entregarás esta carta que te doy para que te sirva de presentación cerca de él. ¡Porque es el jeique Padre-de-las-Plumas! ¡es mi señor y la corona de mi cabeza! ¡Y sólo él puede ayudarte sobre la tierra en tu temeraria empresa! Tratarás, pues, de que te sea propicio, y harás cuanto él te diga que hagas. ¡Uassalam!"
Entonces Hassán se despidió del jeique Abd Al-Kaddús, y espoleó los flancos de su caballo azul, que relinchó y partió como una flecha. Y el jeique Abd Al-Kaddús volvió a la gruta azul. Y durante diez días dejó Hassán que el caballo caminase a su antojo, con tanta velocidad, que no le adelantarían el vuelo de los pájaros ni los remolinos de las tempestades. ¡Y anduvo de tal suerte un trayecto de diez años en línea recta! Y llegó, por último, al pie de una cadena de montañas negras, de cima invisible, que se extendían de Oriente a Occidente. Y conforme se iba acercando a estas montañas, el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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