Y cuando llegó la 588ª noche
Ella dijo:
"... se compadeció mucho de la pena del joven, y se echó a llorar con él. Luego le dijo: "¡Oh hermano mío, tranquiliza tu alma preciosa, refresca tus ojos y seca tus lágrimas! Porque te juro que estoy dispuesta a arriesgar mi vida querida y mi alma preciosa con tal de remediar lo que te ocurre y realizar tu deseo, haciéndote poseer a la desconocida a quien amas, ¡inschala!
Pero te recomiendo ¡oh hermano mío! que guardes secreto de esto y no digas una palabra de ello a mis hermanas, a cambio de perderte y de perderme contigo. Y si te hablaran de la puerta prohibida y te interrogasen con respecto de ella, diles: "¡No he visto esa puerta!" Y si te hacen preguntas, anhelantes por verte tan pálido, les dirás: "¡Si estoy pálido es por haber sufrido en esta soledad durante tanto tiempo vuestra ausencia! ¡Y mi corazón ha trabajado mucho por causa vuestra!" Y Hassán contestó: "¡Está bien! ¡hablaré así, porque tu idea es excelente!" Y besó a Botón-de-Rosa, y sintió que se le tranquilizaba el alma y se le dilataba el pecho al sentirse de aquel modo aliviado del gran temor que tenía de ver a su hermana enfadarse con él por lo de la puerta prohibida. Y tranquilo ya, respiró con libertad y pidió de comer.
Botón-de-Rosa le besó una vez más, y con lágrimas en los ojos se apresuró a reunirse con sus hermanas, a las cuales dijo: "¡Ay hermanas mías!, ¡mi pobre hermano Hassán está muy enfermo! ¡Desde hace diez días no ha entrado ningún alimento en su estómago, cerrado a causa de nuestra ausencia y de la desesperación en que está él sumido! Le dejamos solo aquí al pobre, sin nadie que le hiciera compañía, y entonces se ha acordado de su madre y de su patria, y sus recuerdos le llenaron de amargura. ¡Oh! ¡mueve a compasión su suerte, hermanas mías!"
Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, las princesas, que estaban dotadas de un alma encantadora y pronta a conmoverse, se apresuraron a llevar de comer y de beber a su hermano; y se esforzaron por consolarle y reanimarle con su presencia y sus palabras; y para distraerle le contaron todas las fiestas y las maravillas que habían visto en el palacio de su padre, en el Gennistán. Y durante un mes entero no cesaron de prodigarle los más atentos y más tiernos cuidados, sin llegar, no obstante, a curarle por completo.
Al cabo de este tiempo, las princesas, con excepción de Botón-de-Rosa, que quiso quedarse en el palacio por no dejar solo a Hassán, salieron para ir de caza, según su costumbre; y elogiaron a su hermana pequeña por su atención para con su huésped. Y en cuanto ellas se marcharon, la joven ayudó a Hassán a levantarse, le cogió en brazos y le condujo a la terraza desde la cual se dominaba el lago. Y echándole sobre su seno, y haciéndole reposar la cabeza contra su hombro, le dijo: "Dime ahora, hermano mío, en cuál de esos pabellones que hay escalonados a orillas del lago has visto a la que te produce tanta tristeza". Y Hassán contestó: "¡No fué en uno de esos pabellones donde la vi, sino en el agua del lago primeramente y después en el trono de ese estrado!"
Al oír estas palabras, la joven se puso muy pálida, y exclamó: "¡Oh, qué desgracia la nuestra! ¡Entonces ¡oh Hassán! se trata de la propia hija del rey de los genn, que reina en el vasto imperio en que mi padre no es más que uno de sus lugartenientes! Y el país en que reside nuestro rey se halla a una distancia infranqueable y rodeado de un mar que no pueden atravesar ni los hombres ni los genn. Y el rey tiene siete hijas, de las cuales la más pequeña es la que has visto. Y dispone de una guardia compuesta únicamente de guerreras vírgenes, de estirpe ilustre, cada una de las cuales manda un cuerpo de ejército de cinco mil amazonas. Y he aquí que la que has visto es precisamente la más hermosa y la más aguerrida de todas las jóvenes reales; y supera a todas las demás en valor y en destreza. ¡Se llama Esplendor!
A cada luna nueva viene a pasearse por aquí en compañía de las hijas de los chambelanes de su padre. En cuanto a esos mantos de plumas que las llevan por los aires cual si fuesen pájaros, pertenecen al guardarropa de las gennias. Y gracias a esos mantos vamos a poder lograr nuestro objeto. Porque has de saber ¡oh Hassán! que el único medio de que dispones para adueñarte de su persona consiste en apoderarte de esa vestidura encantada. Para ello no tienes más que esperar oculto aquí su vuelta; y te aprovecharás del momento en que haya bajado ella a bañarse en el lago, para quitarle el manto, sin llevarte otra cosa. ¡Y además la poseerás a ella misma! ¡Y guárdate mucho entonces de ceder a sus súplicas y de devolverle el manto, porque te perdería sin remisión, y también seríamos víctimas de su venganza todas nosotras, y nuestro padre con nosotras!
¡Lo mejor es que la cojas por los cabellos y la atraigas a ti, y se te someterá y te obedecerá! Y sucederá lo que suceda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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