2024/10/10

Noche 575



Y cuando llegó la 575ª noche


Ella dijo:
"¡... Tú y todos los que quieras llevar contigo!" Y Harún miró a Giafar, y Giafar se acercó a Califa, y le dijo: "Seremos tus huéspedes esta noche, ¡oh Califa! ¡Así lo desea el Emir de los Creyentes!" Y Califa, sin añadir una palabra más, besó la tierra entre las manos del califa, y después de dar a Giafar las señas de su nueva morada, volvió junto a Fuerza-de-los-Corazones, a la cual dió cuenta del éxito de su empresa.
En cuanto al califa, se había quedado muy perplejo, y dijo a Giafar: "¿Cómo puedes explicarte, ¡oh Giafar! esta transformación tan repentina de Califa, el mísero villano de ayer, en un ciudadano tan fino y tan elocuente, y en rico entre los emires y mercaderes más ricos?" Y contestó Giafar: "¡Sólo Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! conoce los recodos del camino que el Destino sigue!"
Y cuando fué de noche, el califa montó a caballo, y acompañado de Giafar, de Massrur y de algunos íntimos, se presentó en la morada adonde le invitaron. Y al llegar a ella, vió que, desde la entrada hasta la puerta de recepción, estaba el suelo cubierto de hermosos tapices de valor, y los tapices estaban sembrados de flores de todos colores. Y advirtió al pie de la escalera a Califa, que le esperaba sonriendo, y que se apresuró a tenerle el estribo para ayudarle a bajar del caballo. Y le deseó la bienvenida, inclinándose hasta el suelo, y le introdujo, diciendo: "¡Bismilah!"
Y el califa se encontró en una sala grande, alta de techo, suntuosa y rica, en medio de la cual había un trono cuadrado de oro macizo y de marfil, erguido sobre cuatro pies de oro, y en el cual le rogó Califa que se sentara. Y al punto entraron con inmensas bandejas de porcelana unos coperos jóvenes como lunas, que les presentaron copas preciosas llenas de cocimientos de almizcle puro, helados, refrescantes y deliciosos. Después entraron otros mozos jóvenes, vestidos de blanco y más hermosos que los anteriores, sirviéndoles manjares de colores admirables, patos rellenos, pollos, corderos asados, y toda clase de aves asadas. Luego entraron otros esclavos blancos, jóvenes y encantadores, de cintura ceñida y elegante, que levantaron los manteles y sirvieron las bandejas de bebidas y dulces. ¡Y coloreábanse los vinos en vasos de cristal y en tazones de oro enriquecidos con pedrerías! Y cuando corrieron entre las manos blancas de los coperos, exhalaron un aroma no parecido a ningún otro, de modo que en verdad podían aplicárseles estos versos del poeta:
¡Copero, échame de ese vino añejo, y échaselo también a mi camarada, que es este niño al que amo!
¡Oh precioso vino! ¿Qué nombre digno de tus virtudes te daré? ¡Te llamaré "licor de la recién casada!"
Así es que el califa, más maravillado cada vez, dijo a Giafar: "¡Oh Giafar! ¡Por vida de mi cabeza, que no sé lo que debo admirar más aquí, si la magnificencia de esta recepción o las maneras refinadas, exquisitas y nobles de nuestro huésped! ¡En verdad que no llega a tanto mi entendimiento!"
Pero Giafar contestó: "¡Cuanto estamos viendo nada es en comparación de lo que puede hacer todavía Quien no tiene más que decir a las cosas: «¡Sed, para que sean! ¡De todos modos, ¡oh Emir de los Creyentes! lo que yo admiro especialmente en Califa es la seguridad de su palabra y su sabiduría consumada! ¡Y eso me parece una señal de su buen destino! ¡Porque Alah, cuando distribuye sus dones a los humanos, concede sabiduría a aquellos que su deseo elige entre todos, y les otorga con preferencia los bienes de este mundo!"
Entretanto, volvió Califa, que se había ausentado un momento, y tras nuevos deseos de bienvenida, dijo al Califa: "¿Quiere el Emir de los Creyentes permitir a su esclavo que le presente una cantarina tañedora de laúd para encantar las horas de su noche? ¡Porque en este momento no hay en Bagdad cantarina más experta ni música más hábil!"
Y contestó el califa: "¡Claro que te está permitido!" Y Califa se levantó, y entró a ver a Fuerza-de-los-Corazones, y le dijo que había llegado el momento.
Entonces Fuerza-de-los-Corazones, que ya estaba toda ataviada y perfumada, no tuvo más que envolverse en su gran izar y echarse por la cabeza y por el rostro el ligero velillo de seda para estar dispuesta a presentarse.
Califa la cogió de la mano, y velada de aquel modo la introdujo en la sala, emocionándose los circunstantes a la vista de sus andares reales.
Y cuando ella hubo besado la tierra entre las manos del califa, que no podía adivinar quién fuese, se sentó no lejos de él, templó las cuerdas de su laúd, y preludió con una ejecución que arrebató en un éxtasis a todo el auditorio.
Luego cantó:
¿Devolverá el tiempo a nuestro amo aquellos a quienes amamos?
¡Ah! dulce unión de los amantes, ¿volveré a saborearte?”
¡Oh encanto de las noches en la morada amorosa! ¡oh encanto de mis noches! ¿Viviría yo aún sin esperarte?
Al oír de nuevo aquella voz cuyos acentos le eran tan conocidos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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