Y cuando llegó la 567ª noche
Ella dijo:
"... Y el califa alzó hacia Giafar unos ojos llenos de lágrimas, mirándole con una mirada dolorosa, y le contestó: "¡Y contigo ¡oh Giafar! la paz de Alah y su misericordia y sus bendiciones!" Y Giafar preguntó: "¿Permite el Comendador de los Creyentes que le hable su esclavo, o se lo prohíbe? Y Al-Raschid contestó: "¿Y desde cuándo ¡oh Giafar! te está prohibido hablarme, a ti, que eres señor y cabeza de todos mis visires? ¡Dime cuanto tengas que decirme!"
Y Giafar dijo entonces: "¡Oh señor nuestro! cuando yo salía de entre tus manos de vuelta para mi casa, he encontrado de pie a la puerta de palacio, en medio de los eunucos, a tu amo y profesor y compañero, Califa el pescador, que tenía muchas quejas que formular contra ti, y se querellaba diciendo: "¡Gloria a Alah! ¡no comprendo nada de lo que me sucede! ¡Le he enseñado el arte de la pesca, y no solamente no me guarda ninguna gratitud, sino que se marchó para comprarme dos cestos y ha tenido buen cuidado de no volver! ¿Se puede llamar a eso una intención formal y un buen aprendizaje? ¿O acaso es así cómo se corresponde con los amos?"
¡De modo que yo, ¡oh Emir de los Creyentes! me he apresurado a venir a avisarte de la cosa para que, si sigues teniendo la intención de ser su asociado, lo seas, y si no, para que le avises el haberse terminado el acuerdo existente entre ambos, a fin de que pueda él encontrar otro socio o compañero! "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de su visir, a pesar de los sollozos que le ahogaban, no pudo por menos de sonreír primero, riendo luego a carcajadas, y de pronto sintió que se le dilataba el pecho, y dijo a Giafar: "¡Por mi vida sobre ti, ¡oh Giafar! dices la verdad!
¿Es cierto que el pescador Califa está a la puerta del palacio ahora?" Y Giafar contestó: "¡Por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! que a la puerta está el propio Califa con sus dos ojos!"
Y dijo Harún: "¡Oh Giafar! ¡por Alah, que necesito hacerle justicia hoy con arreglo a sus méritos, y darle lo que le corresponde! ¡Así, pues, si por mediación mía Alah le envía suplicios o sufrimientos, no se le perdonará ninguno, y si, por el contrario, escribe para suerte suya la prosperidad y la fortuna, las tendrá también!"
Y diciendo estas palabras, el califa cogió una hoja grande de papel, la cortó en trozos pequeños de igual tamaño, y dijo: "¡Oh Giafar!" ¡Escribe con tu propia mano primero en veinte de estas papeletas, sumas de dinero que oscilen entre un dinar y mil dinares, y los nombres de todas las dignidades de mi imperio, desde la dignidad de califa, de emir, de visir y de chambelán hasta los más ínfimos cargos de palacio; luego escribe en las otras veinte papeletas todas las clases de castigos y de torturas, desde los azotes hasta la horca y la muerte!"
Y contestó Giafar: "¡Escucho y obedezco!" Y cogió un cálamo y escribió con su propia mano en las papeletas indicaciones ordenadas por el califa, tales como Un millar de dinares, cargo de chambelán, emirato, dignidad de califa y sentencia de muerte, prisión, azotes, y otras cosas parecidas. Luego dobló de igual manera todas las papeletas las metió en una palangana de oro, y se lo entregó todo al califa, que le dijo: "¡Oh Giafar! ¡por los méritos sagrados de mis santos antecesores los Puros, y por mi ascendencia real que se remonta a Hamzah y a Akil, juro que cuando Califa el pescador se halle aquí, dentro de poco, voy a ordenar que saque una papeleta de esas papeletas cuyo contenido sólo yo y tú conocemos, y le concederé lo que tenga escrito el papel que él saque, cualquiera que sea la cosa escrita! ¡Y si le tocara mi propia dignidad de califa, yo la abdicaré al instante en favor suyo y se la transmitiré con toda generosidad de alma! ¡Pero, si por el contrario, le corresponde la horca, o la mutilación; o la castración, o cualquier género de muerte, se la haré sufrir sin apelación!
¡Vé, pues, por él, y tráemelo sin tardanza!"
Al oír estas palabras, Giafar dijo para sí: "¡ No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Omnipotente! ¡Es posible que la papeleta que saque ese pobre sea una papeleta de las malas que ocasione su perdición! ¡Y sin quererlo, seré yo entonces la causa primera de su desdicha! ¡Porque lo ha jurado el califa, y no hay que pensar en hacer que cambie de resolución! ¡Por tanto, tengo que limitarme a buscar a ese pobre hombre! ¡Y no ha de suceder más que lo que estuviera escrito por Alah!"
Luego salió en busca de Califa el pescador y, cogiéndole de la mano, quiso arrastrarle al interior del palacio.
Pero Califa, que hasta entonces no había cesado de gesticular, quejarse de su arresto y arrepentirse por haber ido a la corte, estaba a punto de perder del todo la razón, y exclamó: "¡Qué estúpido fui al hacerme caso a mí mismo y venir aquí en busca de ese eunuco negro, de ese Tizón funesto, de ese hijo maldito de una maldita negra de narices anchas, de ese Barriga-Negra!"
Pero Giafar le dijo: "¡Vamos, sígueme!" Y le arrastró con él, precedido y escoltado por la muchedumbre de esclavos y de mozos, a quienes Califa no cesaba de injuriar. Y le hicieron pasar por siete inmensos vestíbulos, y Giafar le dijo: "¡Atención, ¡oh Califa! porque vas a entrar en presencia del Emir de los Creyentes, el defensor de la Fe!" Y levantando un cortinaje le empujó a la sala de recepción, en cuyo trono aparecía sentado Harún Al-Raschid, a quien rodeaban sus emires y los grandes de su corte. Y Califa, que no tenía la menor idea de lo que estaba viendo, no se desconcertó lo más mínimo, sino que, al mirar con la mayor atención a Harún Al-Raschid en medio de su gloria, se adelantó hacia él riendo a carcajadas, y le dijo: "¡Ah! por fin te encuentro, ¡oh clarinete! ¿Te parece que has obrado legalmente al dejarme ayer solo para que guardara el pescado, después que te enseñé el oficio y te encargué que fueras a comprarme dos cestos? ¡Me dejaste indefenso y a merced de una porción de eunucos que, como una bandada de buitres fueron a robarme y a quitarme mi pescado, que hubiera podido producirme cien dinares lo menos! ¡Y también tú eres el causante de lo que me sucede ahora entre todos estos individuos que me retienen aquí! Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa silla. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
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