Y cuando llegó la 561ª noche
Ella dijo:
"... Y de tal modo se asemejaba el pescador a uno de esos efrits malhechores que rondan por los lugares desiertos. Y Harún le deseó la paz, y Califa correspondió al deseo, renegando y lanzándole una mirada llameante. Y Harún le dijo: "¡Oh hombre! ¿puedes darme un sorbo de agua?" Y Califa le contestó: "¡Oh tú! ¿eres ciego o estás loco! ¿No ves correr el agua detrás de esta colina?" Entonces Harún dió la vuelta a la colina y fué a parar al Tigris, donde apagó su sed tendiéndose de bruces, y también hizo beber a su mula.
Luego volvió junto a Califa, y le dijo: "¿Qué haces aquí, ¡oh hombre! y cuál es tu oficio?" Califa contestó: "En verdad que esa pregunta es todavía más extraña y más extraordinaria que la concerniente al agua. ¿Acaso no ves en mis hombros el aparejo de mi oficio?" Y al ver la red; le dijo Harún: "¡Sin duda eres pescador!" El otro dijo: "¡Tú lo has dicho!"
Y Harún le preguntó: "¿Pero qué hiciste de tu ropón, de tu camisa y de tu saco?" Al oír estas palabras, Califa, que había perdido los diversos objetos que acababa de nombrar Al-Raschid, no dudó un instante de que tenía en su presencia al propio ladrón que se los había quitado en la playa, y precipitándose como un relámpago sobre Al-Raschid desde lo alto de la colina, asió por la brida a la mula, exclamando: "¡Devuélveme mis efectos y pon fin a esta broma de mal género!" Harún contestó: "¡Por Alah, que no he visto tus ropas ni sé de qué quieres hablar!" Y he aquí que, como es sabido, Al-Raschid tenía las mejillas gordas y abultadas y la boca muy pequeña. De modo que, al mirarle con más atención, Califa creyó que era un tañedor de clarinete, y le gritó: "¿Quieres o no, ¡oh tañedor de clarinete! devolverme mis efectos, o prefieres que te haga bailar a palos y orinarte en tus vestidos?"
Cuando el Califa vió suspendido sobre su cabeza el enorme garrote del pescador, se dijo: "¡Por Alah, que no podré soportar la mitad de un garrotazo de ese palo!" Y sin vacilar más; se quitó su hermoso traje de raso, y ofreciéndoselo a Califa, le dijo: "¡Oh hombre! toma este traje para reemplazar con él los efectos que perdiste!" Y Califa tomó el traje, le dió vueltas en todos sentidos, y dijo: "¡Oh tañedor de clarinete! mis efectos valen diez veces más que este traje tan mal adornado".
Al-Raschid dijo: "¡Bueno! ¡pero póntelo a pesar de todo, mientras busco tus efectos!" Y Califa lo cogió y se lo puso; pero, pareciéndole demasiado largo, empuñó su cuchillo, que estaba enganchado en el asa del cesto de pesca, y de un tajo cortó todo el tercio inferior del vestido, sirviéndose de aquel retazo para confeccionarse al punto un turbante, mientras el traje apenas le llegaba a las rodillas; sin embargo, él lo prefería así para poder moverse con facilidad. Luego se encaró con el califa, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh tañedor de clarinete! dime cuántos ingresos te produce al mes tu oficio!" El califa contestó, sin atreverse a contrariar a su interpelante: "¡Mi oficio de tañedor de clarinete me produce unos diez dinares al mes!" Y dijo Califa, con un gesto de conmiseración profunda: "¡Por Alah ¡oh pobre! que me entristece tu suerte! Porque esos diez dinares los gano yo en una hora, sin más que echar mi red y sacarla; pues tengo en el agua un mono que se ocupa de mis intereses, y se encarga de empujar los peces hacia mis redes cada vez que las echo. ¿Quieres, pues, ¡oh mejillas abultadas! entrar a mi servicio para que yo te enseñe el oficio de pescador y llegar a ser un día mi socio en la ganancia, empezando primero por ganar cinco dinares diarios como ayudante mío? ¡Y además, te aprovecharás de la protección de este garrote contra las exigencias de tu antiguo maestro de clarinete, al cual me encargo yo de derrengar con un solo garrotazo, si lo necesitas!" Y Al-Raschid contestó: "¡Acepto la proposición!" Califa dijo: "¡Entonces apéate de la mula y sujétala a cualquier parte, a fin de que pueda servirnos para llevar el pescado al mercado cuando sea preciso! ¡Y ven pronto para empezar tu aprendizaje de pescador!"
Entonces el califa, suspirando con toda el alma y lanzando en torno suyo miradas inquietas, se apeó de su mula, la ató cerca de allí, se arremangó lo que le quedaba de ropa y sujetó a su cinturón la orla de su camisa, yendo a situarse junto al pescador, que le dijo: "¡Oh tañedor de clarinete! toma esta red, échala al brazo de tal manera, y lánzala al agua de tal otra manera!" Y Al-Raschid hizo con su corazón un llamamiento a todo el valor de que se sentía capaz, y ejecutando lo que le ordenaba Califa, arrojó la red al agua, y al cabo de algunos instantes quiso retirarla; pero la encontró tan pesada, que no pudo conseguirlo solo, y Califa se vió obligado a ayudarle; y entre los dos la atrajeron a la orilla, en tanto que Califa gritaba a su ayudante:
"¡Oh clarinete de mi zib!, ¡si, por desgracia, noto que se ha roto o estropeado mi red con las piedras del fondo, te horadaré! ¡Y lo mismo que tú me cogiste mi ropa, te cogeré tu mula!"
Pero felizmente para Harún, la red estaba intacta y llena de peces hermosísimos! De no ser así, Harún sin duda se habría visto ensartado por el zib del pescador, ¡ y sólo Alah sabe como hubiera podido soportar semejante carga! ¡Sin embargo, no pasó nada! Por el contrario, el pescador dijo a Harún: "¡Oh clarinete! eres muy feo, y tu cara se parece exactamente a mi trasero; pero ¡por Alah! que si te fijas en tu nuevo oficio, llegará día en que seas un pescador extraordinario...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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