Pero cuando llegó la 560ª noche
Ella dijo:
"¡... no acaba para el camellero la peregrinación más que cuando ha horadado a su camello!"
Y se decidió entonces a envolverse en su red, a falta de otra ropa; luego empuñó su cayado, y con el cesto a la espalda, empezó a recorrer la ribera a grandes zancadas, yendo de un lado a otro, de derecha a izquierda, de delante atrás, jadeante y desordenado y rabioso como un camello en celo, ¡y de todo punto semejante a un efrit rebelde que se hubiese escapado de la estrecha prisión de bronce en que le tenía encerrado Soleimán.
¡Y tal es lo referente a Califa el Pescador!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al califa Harún Al-Raschid, que también toma parte en esta historia!
En aquel tiempo había en Bagdad, en calidad de hombre de negocios y joyero del califa, un individuo muy notable que se llamaba Ibn Al-Kirnas. Y era un personaje tan importante en el zoco, que cuanto se vendía en Bagdad de telas hermosas, joyas, objetos preciosos, mozos y jóvenes, no se vendía más que por mediación suya o después de haber pasado por sus manos o haberlo sometido a su informe. Y un día entre los días que Ibn Al-Kirnas estaba sentado en su tienda, vió ir hacia él al jefe de los corredores, que llevaba de la mano a una joven como jamás la había admirado nadie, pues llegaba al límite de la belleza, de la elegancia, de la finura y de la perfección. Y además de los encantos que atesoraba en sí, aquella joven conocía todas las ciencias, las artes, la poesía, el manejo de instrumentos armónicos, el canto y la danza. Así es que Ibn Al-Kirnas no vaciló en comprarla acto seguido por cinco mil dinares de oro; y después de vestirla con ropas que valían mil dinares, se la presentó al Emir de los Creyentes. Y pasó ella la noche con el califa. Y pudo éste poner a prueba por sí mismo entonces sus aptitudes y sus conocimientos variados. Y la encontró experta en todo y sin igual en la época.
Se llamaba la joven Fuerza-de-los-Corazones y era morena y de lozana piel.
De modo que, encantado de su nueva esclava, el Emir de los Creyentes envió al día siguiente a Ibn Al-Kirnas diez mil dinares como pago de la compra. Y sintió por la joven una pasión tan violenta, y de tal modo quedó subyugado su corazón, que desdeñó a su prima Sett Zobeida, hija de Al-Kassim; y abandonó a todas sus favoritas; y permaneció encerrado con la esclava un mes entero, sin salir más que para la plegaria del viernes y regresando inmediatamente a toda prisa. Así es que a los señores del reino les pareció cosa demasiado grave para que se prolongase por más tiempo, y fueron a exponer sus quejas al gran visir Giafar Al-Barmaki. Y Giafar les prometió poner pronto remedio a aquel estado de cosas, y esperó a la plegaria del viernes siguiente para ver al califa. Y entró entonces en la mezquita y tuvo una entrevista con él, y durante largo rato pudo hablarle de las aventuras de amor y de sus consecuencias.
Después de escucharle sin interrumpirle, le contestó el califa: "¡Por Alah, ¡oh Giafar! para nada intervine en esta historia y en esta elección, y la culpa es de mi corazón, que dejose prender en los lazos del amor, sin que yo sepa cómo libertarle de ellos!" Y contestó el visir Giafar: "Piensa ¡oh Emir de los Creyentes! en que tu favorita Fuerza-de-los-Corazones estará siempre entre tus manos sometida a tus órdenes como una esclava entre tus esclavas, y ya sabes que cuando la mano posee, el alma deja de codiciar.
Además, quiero indicarte un medio para que tu corazón no se canse de la favorita: consiste en alejarte de ella de cuando en cuando, marchándote, por ejemplo, de caza o de pesca, ¡porque es posible que las redes de pescar libren a tu corazón de las otras redes en que el amor hubo de apresarte! ¡Mejor será esto que empezar enseguida a ocuparte de los asuntos de gobierno, pues en la situación en que te encuentras te aburriría demasiado ese trabajo!"
Y contestó el califa: "Excelente es tu idea, oh Giafar! ¡Vámonos de paseo sin tardanza ni dilación!"
Y en cuanto terminaron las plegarias, abandonaron la mezquita, montó en su mula cada cual, y se pusieron a la cabeza de su escolta, saliendo de la ciudad y caminando por los campos.
Después de haber errado mucho tiempo de un lado para otro en las horas de calor, acabaron por dejar a distancia tras ellos a su escolta, distraídos con la conversación; y Al-Raschid sintió una sed atroz, y dijo: "¡Oh Giafar, me tortura una sed muy grande!" Y miró en todos sentidos a su alrededor, buscando alguna vivienda, y divisó a lo lejos una cosa que se movía en la alto de una colina, y preguntó a Giafar: "¿Ves algo que veo yo allá lejos?"
El otro contestó: "¡Sí, ¡oh Comendador de los Creyentes! veo en lo alto de una colina una cosa vaga! ¡Debe ser algún jardinero o un sembrador de cohombros! ¡De todos modos, como sin duda hay agua por allá, echaré a correr para traértela!"
Al-Raschid contestó: "¡Mi mula es más veloz que tu mula! ¡Quédate aquí esperando a nuestra escolta, mientras yo mismo voy a que me dé de beber ese jardinero, y vuelvo enseguida!" Y así diciendo, Al-Raschid guió su mula en aquella dirección, y se alejó con la rapidez de un viento tempestuoso o de un torrente que cayera desde lo alto de una roca, y en un abrir y cerrar de ojos, alcanzó a la persona consabida, que no era otra que Califa el pescador. Y le vió desnudo y trabado en sus redes, y con los ojos enrojecidos, desorbitados y asustados, y con un aspecto horrible a la vista. Y de tal modo se asemejaba el pescador a uno de esos efrits malhechores que rondan por los lugares desiertos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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