2024/08/27

Noche 531



Y cuando llegó la 531ª noche


Ella dijo:
"... y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono". Al oír estas palabras, el rey exclamó maravillado: "¡Oh Flor-de-Granada! tus deseos constituyen mi norma de conducta, y yo soy el esclavo que obedece a las órdenes de su ama. Pero dime ¡oh maravillosa! ¿Cómo vas a arreglarte en tan poco tiempo para avisar a tu madre, a tu hermano y a tus primas, y para hacer que vengan antes de que des a luz, estando el momento tan próximo? ¡De todos modos, conviene que yo sepa de antemano cuándo llegarán, para hacer los preparativos necesarios y recibirles con todos los honores que merecen!" Y contestó la joven reina: "¡Oh dueño mío, entre nosotros no hay necesidad de ceremonias! Y además, mis parientes, estarán aquí dentro de un instante. Y si quieres ver cómo van a llegar, no tienes más que entrar en esta habitación contigua a la mía, y mirarme y mirar también las ventanas que dan al mar".
El rey Schahramán entró al punto en la estancia contigua, y miró con atención lo que iba a hacer Flor-de-Granada a la vez que lo que iba a producirse sobre el mar.
Y Flor-de-Granada sacó de su seno dos trozos de madera de áloe de las Islas Comores, los puso en un braserillo de oro, y los quemó. Y cuando se disipó el humo, lanzó ella un silbido prolongado y agudo, y pronunció sobre el braserillo palabras desconocidas y fórmulas conjuratorias. Y en el mismo momento se conmovió y se agitó el mar, y salió primero del agua un joven como la luna, hermoso y de buen aspecto, y parecido en la cara y en la elegancia a su hermana Flor-de-Granada; y eran blancas y sonrosadas sus mejillas, y sus cabellos y su bigote naciente eran de un verde mar; y como dice el poeta, era él más maravilloso que la propia luna, porque la luna no tiene por morada ordinaria más que un solo signo del cielo, ¡mientras que aquel joven habita indistintamente en los corazones todos! Tras de lo cual salió del mar una vieja muy anciana, de cabellos blancos, que era la llamada Langosta, la madre del joven y de Flor-de-Granada. E inmediatamente la siguieron cinco muchachas jóvenes cual lunas, que tenían cierto parecido con Flor-de-Granada, de la que eran primas.
Y el joven y las seis mujeres echaron a andar por el mar, y a pie enjuto llegaron bajo las ventanas del pabellón. Y de un salto consiguieron entrar uno tras otro por la ventana donde se les había aparecido Flor-de-Granada, que hubo de retirarse para dejarles pasar.
Entonces el príncipe Saleh y su madre y sus primas se arrojaron al cuello de Flor-de-Granada, y la besaron con efusión, llorando de alegría al encontrarla, y le dijeron: "¡Oh Gul-i-anar! ¿Cómo tuviste valor para abandonarnos y tenernos durante cuatro años sin noticias tuyas y sin indicarnos siquiera el lugar donde te encontrabas? ¡Ualah! el mundo nos pesaba de tan abrumados como estábamos por el dolor de la separación. ¡Y ya no experimentábamos placer en comer ni en beber, porque todos los alimentos resultaban insípidos para nuestro gusto! ¡Y no sabíamos más que llorar y sollozar día y noche, poseídos por el dolor intensísimo que nos producía tu separación! ¡Oh Gul-i-anar! ¡Mira cómo ha enflaquecido y empalidecido de tristeza nuestro rostro!"
Y al oír estas palabras, Flor-de-Granada besó la mano a su madre y a su hermano, el príncipe Saleh, y besó de nuevo a sus queridas primas, y les dijo a todos: "¡Es verdad! ¡Caí en falta gravemente para con vuestra ternura, marchándome sin preveniros! Pero, ¿qué se puede hacer contra el Destino? ¡Alegrémonos de habernos encontrado ahora, y demos gracias por ello a Alah el Bienhechor!" Luego les hizo sentarse a todos cerca de ella, ¡y les contó toda su historia desde el principio hasta el fin! Pero sería inútil repetirla. Luego añadió: "Y ahora que estoy casada con este rey excelente y perfecto hasta el límite de las perfecciones, el cual me ama y al cual amo, y que me ha dejado encinta, os hice venir para reconciliarme con vosotros y rogaros que me asistáis en el parto. ¡Porque no tengo confianza en las comadronas terrestres, que no entienden nada respecto a partos de hijas del mar!"
Entonces contestó su madre, la reina Langosta: "¡Oh hija mía! ¡Al verte en este palacio de un príncipe de la tierra, tuvimos miedo de que no fueses dichosa; y estábamos dispuestos a rogarte que nos siguieras a nuestra patria, porque ya sabes cuánto es nuestro deseo de saber que eres dichosa y vives tranquila y sin preocupaciones! Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

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