Pero cuando llegó la 521ª noche
Ella dijo:
"... no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día de la noche. Y al verme así bañado en lágrimas, me dijo ella: "¿Por qué lloras?"
Yo dije: "¡Oh dueña mía! porque no tengo dinero, y ha dicho el poeta:
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- ¡La penuria nos hace extranjeros en nuestras propias moradas, y el dinero nos da una patria en el extranjero!
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- ¡Por eso ¡oh luz de mis ojos! lloro temiendo verme separado de ti por tu padre!"
"Pero al cabo de este tiempo quiso la suerte nefasta que en un acceso de cólera mi bien amada se enfureciera con una de sus esclavas y le pegase dolorosamente; y la esclava exclamó: "¡Por Alah, que te maltrataré el corazón como tú me has maltratado!" Y al instante corrió en busca del padre de mi amiga, y se lo reveló todo desde el principio hasta el fin.
"Cuando el viejo Taher Abul-Ola oyó el discurso de la esclava, saltó sobre sus pies y corrió a buscarme, mientras yo, al lado de mi amiga, me disponía a entregarme a diversos escarceos de primera calidad, ignorante todavía de lo que pasaba, y me gritó él: "¡Hola, amigo!" Contesté: "A tus órdenes, ¡oh tío mío!" Me dijo él: "Nuestra costumbre aquí; cuando un cliente se arruina, es albergar durante tres días a ese cliente sin privarle de nada. ¡Pero tú te estás aprovechando escandalosamente de nuestra hospitalidad hace ya un año, comiendo, bebiendo y copulando a tu antojo!"
Luego se encaró con sus esclavos, y les gritó: "¡Echad de aquí a ese hijo de perra!" Y se apoderaron de mí, y completamente desnudo, me plantaron en la puerta, poniéndome en la mano diez monedas pequeñas de plata y dándome un capote viejo remendado y hecho jirones para que cubriera mi desnudez. Y me dijo el jeique blanco: "¡Vete! ¡no quiero hacer que te den una paliza ni injuriarte! ¡Pero date prisa a desaparecer, porque si tienes la desgracia de permanecer aún en Bagdad, nuestra ciudad, va a chorrear tu sangre por encima de tu cabeza!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me vi obligado a salir a despecho de mi nariz, sin saber adónde encaminarme por esta ciudad que yo no conocía, aunque habitase en ella desde hacía quince meses. ¡Y sentí que sobre mi corazón se abatían pesadamente todas las calamidades del mundo y sobre mi espíritu la desesperación, las tristezas y las preocupaciones!" Y dije para mi ánima: "¿Es posible que yo, que vine aquí cruzando los mares con mil millares de dinares de oro y además el importe de la venta de mis treinta navíos, haya podido gastar toda esta fortuna en la casa de ese calamitoso viejo de betún, para salir ahora de ella completamente desnudo y con el corazón roto y el alma humillada? ¡Pero no hay recurso ni poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo!"
Y cuando, absorto en tan aflictivos pensamientos, llegué a orillas del Tigris, vi un navío que iba a salir con rumbo a Bassra. Y me embarqué a bordo de aquel navío, ofreciendo mis servicios como marinero al capitán, con el fin de pagar de alguna manera mi pasaje. Y de tal suerte llegué a Bassra.
"Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
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