Pero cuando llegó la 518ª noche
Ella dijo:
"¡... Y cuantos entran en su casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella!" Y al oír estas palabras, me dije, entusiasmado hasta el límite del entusiasmo: "¡Gloria a Quien me puso en el camino de ese jeique de buen augurio desde que desembarqué del navío, pues que no vine a Bagdad desde mi país más que para dar con un hombre como ése!" Y me adelanté hacia el anciano, y después de desearle la paz, le dije: "¡Oh mi señor, tengo algo que pedirte!" Y me sonrió cual sonreiría a su hijo un padre, y me contestó: "¿Y qué deseas?" Dije: "¡Deseo vivamente ser huésped tuyo esta noche!" Volvió a mirarme y contestó: "¡Con la amistad cordial y generosidad!"
Luego añadió: "Esta noche ¡oh hijo mío! me llegan unas jóvenes cuyo precio, por la velada, varía según sus méritos. Unas cuestan diez dinares por velada, otras veinte y otras llegan a costar cincuenta y cien dinares por velada. ¡Tú escogerás!" Contesté: "¡Por Alah, que quiero probar una de las que no cuestan más que diez dinares por velada! ¡Después, Alah Karim!"
Luego añadí: "¡He aquí trescientos dinares para un mes, porque una buena prueba exige un mes!"
Y conté los trescientos dinares y los pesé en la balanza que tenía a su lado. Entonces llamó a uno de los jóvenes que estaban allí y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me cogió de la mano y me llevó primero al hammam de la casa, donde me dió un baño excelente y me prodigó los cuidados más atentos y más minuciosos. Tras de lo cual me condujo a un pabellón y llamó a una de las puertas.
"Y al punto abrió una joven de rostro risueño y lleno de buen augurio, que me acogió con gesto amable. Y le dijo el joven: "¡Te confío a tu huésped!" Y se retiró. Entonces me cogió ella de la mano que el joven acababa de entregarle, y me introdujo en una estancia de milagroso decorado, en el umbral de la cual nos recibieron dos esclavitas destinadas a su servicio y bonitas como estrellas. Y miré con más atención a su ama, la joven, y así me aseguré que verdaderamente era la luna llena. Me invitó entonces a sentarme y se sentó a mi lado, luego hizo una seña a las dos pequeñuelas, que al punto nos llevaron una bandeja grande de oro, en la cual se asentaban pollos asados, carnes asadas, codornices asadas, pichones asados y gallos salvajes asados. Y comimos hasta la saciedad. ¡Y en mi vida hube de gustar manjares más deliciosos que aquellos, ni beber bebidas más sabrosas que las que me sirvió ella cuando quitaron la bandeja de manjares, ni respirar flores más suaves, ni endulzarme con frutas, confituras y pastelerías tan extraordinarias! Y alardeó luego ella de tanta amabilidad, de tanto encanto y de tantas caricias voluptuosas, que pasé en su compañía el mes entero sin darme cuenta de cómo huían los días.
"Al terminarse el mes, fué en mi busca el esclavito y me llevó al hammam, de donde salí para ver al jeique blanco, y decirle: "¡Oh mi señor! ¡deseo una de las que cuestan veinte dinares por velada!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y fui a mi casa a buscar el oro, y volví para pesarle seiscientos dinares por un mes de prueba con una joven de veinte dinares por velada. Y llamó él a uno de los jóvenes, y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me llevó al hammam, donde me atendió mejor todavía que la primera vez, y luego me hizo penetrar en un pabellón cuya puerta estaba guardada por cuatro esclavitas que corrieron a prevenir a su ama en cuanto nos divisaron. Y se abrió la puerta y vi aparecer a una joven cristiana del país de los francos, mucho más bella que la primera y vestida más ricamente. Y me cogió ella de la mano, sonriéndome, y me introdujo en su estancia, que hubo de asombrarme por la riqueza de su decorado y de sus pinturas. Y me dijo: "¡Bien venido sea el huésped encantador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
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