Pero cuando llegó la 516ª noche
Ella dijo:
"... ¡Oh mi señor! Oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de una cortina?" Entonces dijo el califa: "¡Penetremos ¡oh Giafar! en esa casa para pedir hospitalidad al dueño con la espera de oír mejor esa voz!" Y detuvieron la barca y aterrizaron. Luego llamaron a la puerta de aquella casa y pidieron permiso para entrar al eunuco que fué a abrir. Y el eunuco marchóse a prevenir a su amo, que no tardó en presentarse a ellos, y les dijo:
"¡Familia, comodidad y abundancia a los huéspedes! ¡Bienvenidos seáis todos a esta casa de la que sois propietarios!." Y les introdujo en una vasta sala fresca de techo coloreado agradablemente con dibujos sobre un fondo de oro y azul oscuro, y en medio de la cual, sobre una pila de alabastro, caía un surtidor de agua con un rumor maravilloso. Y les dijo el dueño: "¡Oh mis señores no sé cuál de vosotros es el más honorable o el de más alto rango y condición. ¡Bismilah sobre todos vosotros! ¡Dignaos, pues, sentaros donde mejor os parezca!" Luego se volvió hacia un extremo de la sala, en el que se hallaban cien jóvenes sentadas en cien sillas de oro y terciopelo, e hizo una seña. Y al punto se levantaron las cien jóvenes y salieron en silencio una tras otra. E hizo él una segunda seña, y unas esclavas que llevaban los trajes levantados hasta la cintura, sirvieron bandejas grandes llenas de manjares de todos colores y confeccionados con cuanto vuela por los aires, anda sobre el suelo o nada en los mares; y pastelería, y confituras, y tortas sobre las que aparecían escritos con alfónsigos y almendras, versos en alabanzas de los huéspedes.
Y cuando comieron y bebieron y se lavaron las manos, les preguntó el dueño de casa: "¡Oh huéspedes míos! ya que me honrasteis con vuestra presencia para darme el gusto de que me pidáis algo, hablad con toda confianza. ¡Porque vuestros deseos serán ejecutados por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Giafar contestó: "¡La verdad es ¡oh huésped nuestro! que hemos entrado en tu casa para oír mejor la voz admirable que desde el agua oímos a medias y apagada!"
Al escuchar estas palabras, el dueño de la casa contestó: "¡Bien venidos seáis!" Y llamó a palmadas, y dijo a los esclavos que acudieron: "¡Decid a vuestra ama Sett Jamila que nos cante algo!" Y unos instantes después se oyó detrás de la cortina del fondo de la estancia una voz que no se parecía a ninguna otra y que cantaba, acompañándose ligeramente con laúdes y cítaras:
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- ¡Toma la copa y bebe de este vino que a tus labios ofrezco: nunca hubo de mezclarse con un corazón de hombre!
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- ¡Pero el tiempo huye alejándote de una amante que en vano te promete volver a ver al objeto de su amor!
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- ¡Cuántas noches pasé bajo la luna velada por la tempestad, con los ojos fijos en las ondas oscuras del Tigris!
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- ¡Cuántas noches vi a la luna desparecer por occidente, con la forma de un alfanje de plata, en las aguas purpúreas!
El aludido contestó: "¡No! ¡Su tristeza depende de otra cosa! ¡Podría, por ejemplo, obedecer a que esté separada de su padre y de su madre, y por eso cantara así acordándose de ellos!"
Al-Raschid dijo: "¡Muy asombroso es que el haberla separado de sus padres suscite parecidos acentos!" Y miró por primera vez atentamente a su huésped, como para leer en su rostro una explicación más admisible. Y vió que aquél era un joven con facciones de una gran belleza, pero que tenía el rostro de color amarillo como el azafrán. Y se asombró mucho de tal descubrimiento, y le dijo: "¡Oh huésped nuestro, aún hemos de formular un deseo antes de despedirnos de ti y marcharnos por donde hemos venido!" Y el joven amarillo contestó: "Cuenta de antemano con que ha de satisfacerse tu deseo".
Y el califa preguntó: "Deseo, y también lo desean los que vienen conmigo, saber por ti si ese color amarillo de azafrán que tiene tu rostro es algo adquirido en el transcurso de tu vida o algo original que data de tu nacimiento".
Entonces dijo el joven amarillo: "¡Oh vosotros todos, huéspedes míos! Sabed que la causa del color amarillo de azafrán que ostenta mi tez, constituye una historia tan extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con respeto. ¡Confiadme, pues, vuestro oído y prestadme toda la atención de vuestro espíritu!" Y contestaron todos: "¡Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
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