Pero cuando llegó la 508ª noche
Ella dijo:
"... Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador!" Pero en aquel mismo instante el marítimo apareció fuera del agua llevando una cosa encima de la cabeza, y fué a situarse en la orilla al lado del terrestre. Y tenía el marítimo las dos manos llenas de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y se lo ofreció todo al pescador, y le dijo: "Toma esto, ¡oh hermano mío Abdalah! y dispénsame por lo poco que es. Porque por ahora no tengo un cesto para llenártelo; pero la próxima vez me traerás uno, y te lo devolveré lleno de estos frutos del mar". Al ver aquellas gemas preciosas, el pescador se regocijó extremadamente. Y las tomó, y después de hacerlas correr por entre sus dedos maravillándose, se las guardó en el seno. Y le dijo el marítimo: "¡No te olvides de nuestro pacto! Y ven aquí todas las mañanas antes de salir el sol!" Y se despidió de él y se hundió en el mar.
En cuanto al pescador, volvió a la ciudad transportado de alegría, y lo primero que hizo fué pasar por la tienda del panadero que le había favorecido en los días negros, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¡por fin la buena suerte y la fortuna se han puesto en nuestro camino! Te ruego que me des la cuenta de todo lo que te debo". El panadero contestó: "¿La cuenta? ¿Y para qué? ¿Hay necesidad de eso entre nosotros? ¡Pero si verdaderamente tienes dinero de sobra, dame lo que puedas! ¡Y si no tienes nada, toma todos los panes que necesites para alimentar a tu familia, y en cuanto a pagarme espera a que la prosperidad resida en tu casa definitivamente!"
El pescador dijo: "¡Oh amigo mío! ¡la prosperidad se ha instalado sólidamente en mi casa, trayéndola la buena sombra de mi recién nacido y la bondad y munificencia de Alah! ¡Y cuanto pueda darte será poco en comparación de lo que hiciste por mí cuando me agarrotaba la miseria! ¡Pero toma esto por el pronto!" Y se metió la mano en el seno y sacó un puñado de pedrerías tan grande, que apenas se quedó para sí con la mitad de lo que le había dado el marítimo. Y se lo dió al panadero, diciéndole: "Sólo te pido que me prestes algún dinero hasta que yo venda en el zoco estas gemas del mar". Y estupefacto por lo que veía y recibía, el panadero vació su cajón entre las manos del pescador y quiso llevarle él mismo hasta su casa la carga de pan necesaria para la familia. Y le dijo: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Y quieras que no, se cargó a la cabeza la banasta de panes y echó a andar detrás del pescador, hasta la casa de éste, donde dejó la banasta. Y se marchó después de besarle las manos. En cuanto al pescador, entregó a la madre de sus hijos la banasta de panes y luego se fué a comprarles carne de cordero, pollos, verduras y frutas. E hizo que su esposa guisara una comida extraordinaria aquella noche. Y comió admirablemente con sus hijos y su esposa, regocijándose hasta el límite del regocijo con la llegada de aquel recién nacido que llevaba consigo la fortuna y la dicha.
Tras de lo cual Abdalah contó a su esposa cuanto le había acaecido y cómo terminó la pesca con la captura de Abdalah del Mar, y toda la aventura, en fin, con sus menores detalles. Y acabó por ponerle en las manos lo que le quedaba del regalo precioso de su amigo el habitante del mar. Y su esposa se alegró de todo aquello; pero le dijo: "¡Guarda bien el secreto de esa aventura, porque si no lo haces, corres peligro de que el gobierno te ponga obstáculos". Y contestó el pescador: "¡Claro que se lo ocultaré a todo el mundo, excepto al panadero! ¡Porque aunque por lo general deba ocultarse la dicha, no puedo hacer de mi dicha un misterio para mi primer bienhechor!"
Al día siguiente, Abdalah el pescador fué muy temprano, con un cesto lleno de hermosas frutas de todas las especies y todos los colores, a la orilla del mar, adonde llegó antes de salir el sol. Y dejó su cesto en la arena de la playa, y como no divisaba a Abdalah, dió una palmada gritando: "¿Dónde estás, ¡oh Abdalah del Mar!?" Y al instante contestó desde el fondo de las olas una voz marina: "Heme aquí, ¡oh Abdalah de la Tierra! ¡Heme aquí a tus órdenes!" Y el habitante del mar salió del agua y se acercó a la orilla. Y después de las zalemas y de los votos, el pescador le ofreció el cesto de frutas. Y lo cogió el marítimo, dándole las gracias, y se sumergió en el fondo del mar. Mas algunos instantes después reapareció llevando en sus brazos el cesto sin frutas, pero cargado de esmeraldas, de aguamarinas y de todas las gemas y productos marinos. Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
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