2024/07/19

Noche 492



Y cuando llegó la 492ª noche


Ella dijo:
"... y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas. Entretanto, le envió el rey quinientas piezas de telas blancas de seda, de lana y de lino, para que las tiñese con arreglo a su arte. Abu-Kir las tiñó de diferentes maneras, dándoles a unas colores puros de toda mezcla y a otras colores compuestos, de modo que no hubo ni una sola tela que se pareciese a otra; luego, para secarlas, tendió en cuerdas que partían de su tienda e iban de un extremo a otro de la calle; y al secarse, se acentuaban maravillosamente los matices de las telas coloreadas y ofrecían al sol un espectáculo espléndido.
Cuando los habitantes de la ciudad vieron cosa tan nueva para ellos, quedaron pasmados; y los mercaderes cerraron sus tiendas para acudir a ver mejor aquello, y las mujeres y los niños prorrumpían en gritos de admiración, y preguntaban a Abu-Kir unos y otros: "¡Oh maestro tintorero! ¿cómo se llama este color?" Y les contestaba él: "¡Ese es rojo granate! ¡éste es verde de aceite! ¡éste es amarillo toronja!" Y les nombraba todos los colores en medio de exclamaciones y de brazos alzados en señal de una admiración sin límites.
Pero de pronto el rey, a quien habían advertido que las telas estaban ya teñidas, se presentó en medio del zoco a caballo, precedido de sus espoliques, que le abrían paso entre la muchedumbre, y seguido por su escolta de honor. Y a la vista de tantos colores cambiantes como ofrecían las telas a impulso de la brisa que las hacía ondular en el aire incandescente, quedó entusiasmado hasta el límite del entusiasmo, y permaneció largo tiempo inmóvil, sin respirar y con los ojos en blanco.
Y hasta los caballos, lejos de espantarse de aquel espectáculo inusitado, se mostraron sensibles a la fascinación de colores tan hermosos, y así como otras veces caracolean al son de flautas y clarinetes, se pusieron a bailar por su parte, embriagados con toda aquella gloria que rasgaba el aire y estallaba al viento.
En cuanto al rey, sin saber cómo honrar al tintorero, hizo apearse del caballo a su gran visir para que Abu-Kir montara en su lugar, manteniéndole a su derecha, y habiendo hecho recoger las telas, emprendió el camino de palacio, donde colmó a Abu-Kir de oro, de presentes y de privilegios. Hizo luego que con las telas coloreadas cortasen trajes para él, para sus mujeres y para los notables del palacio, y que dieran otras mil piezas a Abu-Kir con objeto de que las tiñese tan maravillosamente; de modo que, al cabo de cierto tiempo, todos los emires primero, y después todos los funcionarios, tuvieron trajes de colores. Y afluyeron los pedidos en cantidad tan considerable a casa de Abu-Kir, que fue nombrado tintorero real y que no tardó en ser el hombre más rico de la ciudad; y los demás tintoreros, con el jefe de la corporación a la cabeza, fueron a darle excusas por su conducta anterior y le rogaron que los empleara en su casa en calidad de aprendices sin salario. Pero él no admitió sus excusas y les despidió humillantemente. Y ya no se veían por calles y zocos más que gentes vestidas con telas multicolores y fastuosas que había teñido Abu-Kir, el tintorero del rey.
¡Y esto por lo que a él se refiere!
¡Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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