Cuando llegó la 469ª noche
Ella dijo:
"... El moghrabín le preguntó: "¿Has visto pasar moghrabines por aquí?" El pescador contestó: "¡Dos!" El otro preguntó: "¿Por dónde han ido?" El pescador dijo: "¡Les até los brazos y les tiré a este lago, en donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo mismo!"
Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: "¡Oh, pobre! ¿No sabes que toda vida tiene fijado de antemano su término?"
Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: "¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual que hiciste con ellos!" Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le dijo Juder: "¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque estoy muy atareado y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes tener confianza en mi habilidad de ahogador!"
Entonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la espalda; luego lo levantó en alto y lo arrojó al lago, en donde le vió hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la mula, esperó a que saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte, vió que surgían del agua las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le gritó: "¡No sé nadar! ¡Cógeme en seguida con tu red, oh pobre!" Y Juder le echó la red y consiguió sacarle a la orilla. A la sazón vió en las manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes, dos peces de color rojo como el coral, un pez en cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada bote, los tapó, y colocó de nuevo los botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y cogiéndole en brazos, se puso a besarle con mucha efusión en la mejilla derecha y en la mejilla izquierda; y le dijo: "¡Por Alah! ¡Sin ti no estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!" ¡Eso fué todo!
Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: "¡Por Alah, oh mi señor peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de esos peces, cuéntame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los dos moghrabines ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío Schamayaa el del zoco!"
Entonces dijo el moghrabín:
"¡Oh Juder! Sabe que los dos moghrabines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se llamaba Abd Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad. Y el que tú crees judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su nombre es Abd Al-Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre, que se llamaba Abd Al-Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las ciencias misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro hijos la magia, la hechicería y el arte de descubrir y abrir los tesoros más ocultos. Así es que hubimos de dedicarnos incesantemente al estudio de esas ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de sabiduría, que acabamos por someter a nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.
"Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y riquezas inmensas. Entonces nos repartimos equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no nos pusimos de acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos manuscritos era un libro titulado Anales de los Antiguos, verdaderamente inestimable de precio y de valor, que ni siquiera podría pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se encontraban indicaciones precisas acerca de la solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel manuscrito precisamente había agotado nuestro padre toda la ciencia que poseía.
"Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a un venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y la adivinación. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: "¡Traedme ese libro!" Y le llevamos los Anales de los Antiguos, que cogió él y nos dijo: "¡Oh hijos míos, sois hijos de mi hijo, y no puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario, pues, que aquel de vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al-Schamardal, y me traiga la esfera celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos objetos contiene el tesoro! ¡Y son extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado por un genni, cuyo sólo nombre da miedo pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el hombre que se haga dueño de este anillo, puede afrontar sin temor el poderío de los reyes y sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra en todo lo que tiene de ancha y larga. Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin más que blandirlo, pues al punto saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los guerreros. Quien posea la esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin molestarse ni cambiar de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará tocar con el dedo el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar vueltas, haciendo desfilar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de los indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le bastará dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será la tal presa de las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien se frota los párpados con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra. ¡Ya lo sabéis! Así, pues, el libro no le pertenecerá de derecho más que a quien realice la empresa; y quienes fracasen, no podrán hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condiciones?" Contestamos: "Las aceptamos, ¡oh jeique de nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese tesoro de Schamardal!" Entonces nos dijo: "Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
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