Pero cuando llegó la 443ª noche
Ella dijo:
"... ¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos, seréis estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinasteis con ella semejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las-Calles, que venía a querellarse ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritarle: "¿Eres tú quien así permite que las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclamaron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente capitán Azote! ¡También nosotros ponemos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azote: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me comprometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos reconocerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes! ¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le preguntó: "¿Qué has hecho de todas las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a caballo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por vengar su resentimiento en ella motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos. Pero como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez terminada su cena, acabaron por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduinos a caballo, que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los beduinos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en la maravillosa Bagdad? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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