Pero cuando llegó la 425ª noche
Ella dijo:
"¡... Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo, incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran placer al pensar que por fin iba a poder mostrar a la princesa las propiedades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana, padre de la joven, era el rey Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas, ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puerta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que, efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango. Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminose al palacio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos. Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y tambores, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus arquillas y sus tesoros, y sacó de ellos lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes abanicos de plumas de aves de especie extraordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-lues estridentes que salían de las gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor, emprendieron el camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abofeteó con ira el rostro, rompió sus vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase? ¡Como no sea el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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