Y cuando llegó la 421ª noche
Ella dijo:
"¡... Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí! Una de dos: o te avienes a luchar conmigo en singular combate, y el que venza a su adversario será proclamado el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o bien me dejas pasar aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí al ejército entero de tu caballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuántos asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!" Entonces dijo Kamaralakmar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que vengan contra mí en orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí en matrimonio a mi hija, con la condición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros y derrotaros, sin que podáis salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo solo contra todos ellos! Si me mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo de todos ellos y les derroto, habrás encontrado un yerno del que podrían enorgullecerse los reyes más ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan loca; porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe perecería en aquella lucha insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo que llamó al jefe eunuco y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara que congregase a todas las tropas y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus armas de guerra. Y el eunuco transmitió la orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los principales notables del reino y les dispuso en orden de batalla a la cabeza de sus tropas revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues estaba encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de su belleza, además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apuntó el día, se volvió a su palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran preparado para el príncipe el caballo más hermoso de las caballerizas reales, le ensillaran con magnificencia y le enjaezaran con gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quiero montar a caballo mientras no esté en presencia de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban las tropas alineadas en orden de batalla, y así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo cual se encaró el rey con todos y exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca mía y me ha pedido a mi hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más intrépido que él. Pero he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que aunque fueseis cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría de venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros alfanjes y de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!" Luego el rey se encaró con el joven y le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con todos, estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y lo rehusaste! ¡Escoge ahora para cabalgadura el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta ninguno de tus caballos, y sólo montaré en el que me ha traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La terraza de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la mejor prueba de tu locura! ¿Cómo es posible que un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida vamos a ver si mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo que veas! !Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente: "¿Cómo va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza? ¡Verdaderamente, es una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el caballo y le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le hubo examinado, vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la cosa, se echaron a reír él y todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario