Ella dijo:
... sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una segunda puerta, sobre la cual caía una cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontrose en una sala maravillosa, en la cual vió un amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras pedrerías, y tendidas en el suelo cuatro jóvenes esclavas, que dormían. Se acercó entonces sigilosamente al lecho para saber quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía por toda camisa nada más que su cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya por la luna cuando sale en el horizonte oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de las manos del Creador! ¡Su frente era una rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó caerse de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se aproximó a la joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y estremeciéndose de placer y voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y advirtiendo al joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de dónde vienes?" El contestó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar demasiada sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matrimonio, y a quien mi padre el rey no aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi señor!" Y como, efectivamente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abrazó, y la abrazó él, y embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil caricias, acostados uno en brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos amables, y prodigándose mil mimos dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertáronse de pronto, y al advertir con su ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?" Ella contestó: "¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el que ayer me solicitó a mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió en matrimonio ayer; porque aquél era muy feo y muy repulsivo, y este joven es gentil y deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a despertar al eunuco de la puerta, y le pusieron la alarma en el corazón, diciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y del harén, dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su alfanje; pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso levantó el tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sintiéndose de tal modo deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi señor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un genn demoníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así diciendo, furioso cual un león herido, empuñó el alfanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que me ha casado con su hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si verdaderamente eres un hombre de la especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la mereces mejor que cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terribles, desgarrando sus vestidos y cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey: "¿Qué calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estremeciendo el corazón!" El eunuco contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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