Ella dijo;
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas, improvisó estos versos:
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- ¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!
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- ¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese manantial, mitiga mis angustias!
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- ¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! ¡Ah! ¿habrá algo más prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
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- ¡Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa transcurre en el infierno y el paraíso!
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- ¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!
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- ¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la pasión!
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- ¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he perdido el corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
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- ¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
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- ¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es volver a verme y poseerme!
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- ¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y permitirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
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- ¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-Mundo le preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores y beneficios, y despachó en seguida un correo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a Delicia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matrimonio, deseo que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!" Y al punto hizo preparar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas considerables, les dió un séquito magnífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca viose un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque, para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a todos los tañedores de instrumentos armónicos y dió grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez concluido el festín de la primera noche, Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz improvisó estos versos:
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- ¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran confusión de los que nos envidian!
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- ¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reanimándonos el corazón, las entrañas y el cuerpo!
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- ¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
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- ¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace llorar es la dicha!
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- ¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufrido! ¡Con qué resignación hemos soportado dolores angustiosos!
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- ¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi cabeza!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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