Y cuando llegó la 356ª noche
Ella dijo:
... Una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre. Al ver aquello, llamó la atención a sus compañeros, que acudieron y consiguieron levantar la losa de mármol. Y dejaron entonces al descubierto una cueva muy ancha y muy profunda, en la que se alineaba una cantidad innumerable de ollas que parecían viejas, y cuyo cuello estaba sellado cuidadosamente. Bajaron entonces por medio de cuerdas a Hassib al fondo de la cueva, para que viese el contenido de las ollas y las atase a las cuerdas con objeto de que las izaran a la caverna.
Cuando bajó a la cueva el joven Hassib, empezó por romper con su hacha el cuello de una de las ollas de barro, y al punto vio salir de ella una miel amarilla de calidad excelente. Participó su descubrimiento a los leñadores, quienes, aunque un poco desencantados por encontrar miel donde esperaban dar con un tesoro de tiempos antiguos, se alegraron bastante al pensar en la ganancia que había de procurarles la venta de las innumerables ollas con su contenido. Izaron, una tras otra, todas las ollas, conforme las ataba el joven Hassib, cargándolas en sus asnos en vez de la leña, y sin querer sacar del subterráneo a su compañero, marcharon a la ciudad todos, diciéndose: "Si le sacáramos de la cueva, nos veríamos obligados a partir con él el provecho de la venta. ¡Además, es un bribón, cuya muerte será para nosotros preferible a su vida!"
Y se encaminaron, pues, al mercado con sus asnos, y comisionaron a uno de los leñadores para que fuese a decir a la madre de Hassib: "Estando en la montaña, cuando estalló la tempestad sobre nosotros, el asno de tu hijo se dio a la fuga y obligó a tu hijo a correr detrás de él mientras los demás nos refugiábamos en una caverna. Quiso la mala suerte que de repente saliera de la selva un lobo y matara a tu hijo, devorándole con el asno. ¡Y no hemos encontrado otras huellas que un poco de sangre y algunos huesos!"
Al saber semejante noticia, la desgraciada madre y la pobre mujer de Hassib se abofetearon el rostro y cubriéronse con polvo la cabeza, llorando todas las lágrimas de su desesperación. ¡Y esto por lo que a ellas se refiere!
En cuanto a los leñadores, vendieron las ollas de miel a un precio muy ventajoso, y realizaron una ganancia tan considerable, que cada uno de ellos pudo abrir una tienda para vender y comprar. Y no se privaron de ningún placer, comiendo y bebiendo a diario las cosas más excelentes. ¡Y esto por lo que a ellos se refiere!
¡Pero he aquí lo que al joven Hassib le acaeció! Cuando vio que no le sacaban de la cueva, se puso a gritar y a suplicar, pero en vano, porque ya se habían marchado los leñadores, y tenían resuelto dejarle morir sin socorrerle. Trató entonces de abrir en las paredes agujeros donde enganchar manos y pies; pero comprobó que las paredes eran de granito y resistían al acero del hacha. Entonces no tuvo límites su desesperación, e iba a lanzarse al fondo de la cueva para dejarse morir allí, cuando de pronto vio salir de un intersticio de la pared de granito a un escorpión, que avanzó hacia él para picarle. Aplastóle de un hachazo, y examinó el intersticio consabido, por el que vio se escapaba un rayo de luz. Se le ocurrió entonces la idea de meter por aquel intersticio la hoja del hacha, apalancando fuertemente. Y con gran sorpresa por su parte, pudo de tal modo descubrir una puerta, que se alzó poco a poco, mostrando una abertura lo bastante amplia para dar paso a un cuerpo de hombre.
Al ver aquello, no dudó un instante Hassib, penetrando por la abertura, y se encontró en una larga galería subterránea, de cuya extremidad venía la luz. Durante una hora estuvo recorriendo la tal galería, y llegó ante una puerta considerable de acero negro, con cerradura de plata y llave de oro. Abrió aquella puerta, y de repente hallóse al aire libre, en la orilla de un lago, al pie de una colina de esmeralda. En el borde del lago vio un trono de oro resplandeciente de pedrerías, y a su alrededor, reflejándose en el agua, sillones de oro, de plata, de esmeralda, de cristal, de acero, de madera de ébano y de sándalo blanco. Contó estos sillones, y supo que su número era de doce mil, ni más ni menos. Cuando hubo acabado de contarlos, y de admirar su belleza, y el paisaje, y el agua que los reflejaba, fue a sentarse en el trono de en medio para gozar mejor del espectáculo maravilloso que ofrecían el lago y la montaña.
Apenas habíase sentado en el trono de oro el joven Hassib, cuando oyó un son de címbalos y de gongs, y de pronto vio avanzar por la falda de la colina de esmeralda una fila de personas que se desplegaba hacia el lago, deslizándose más que caminando; y no pudo distinguirlas a causa de la distancia. Cuando estuvieron más cerca, vio que eran mujeres de belleza admirable, pero cuya extremidad inferior terminaba como el cuerpo alargado y reptador de las serpientes. Su voz era muy agradable, y cantaban en griego loas a una reina que él no veía. Pero enseguida apareció detrás de la colina un cuadro formado por cuatro mujeres serpentinas, que llevaban en sus brazos, alzados por encima de su cabeza, un gran azafate lleno de oro, en el que se mostraba la reina sonriente y llena de gracia. Avanzaron las cuatro mujeres hasta el trono de oro, del que Hassib se apresuró a alejarse, y colocaron allí a su reina, arreglándola los pliegues de sus velos, y se mantuvieron detrás de ella, en tanto que cada una de las demás mujeres serpentinas habíase deslizado hacia uno de los sillones preciosos dispuestos alrededor del lago. Entonces con una voz de timbre encantador, dijo la reina algunas palabras en griego a las que la rodeaban; y al punto dieron una señal los címbalos, y todas las mujeres serpentinas entonaron un himno griego en honor de la reina y se sentaron en los sillones.
Cuando acabaron su canto, la reina, que había notado la presencia de Hassib, volvió la cabeza gentilmente hacia él y le hizo una seña para animarle a que se aproximara. Y aunque muy emocionado, se aproximó Hassib, y la reina le invitó a sentarse, y le dijo: "¡Bien venido seas a mi reino subterráneo!, ¡oh joven a quien el destino propicio condujo hasta aquí! Ahuyente de ti todo temor, y dime tu nombre, porque soy la reina Yamlika, princesa subterránea. Y todas estas mujeres serpentinas son súbditas mías. Habla, pues, y dime quién eres, y cómo pudiste llegar hasta este lago, que es mi residencia de invierno y el sitio donde vengo a pasar algunos meses cada año, dejando mi residencia veraniega del monte Caucazo".
Al oír estas palabras, el joven Hassib, tras de besar la tierra entre las manos de la reina Yamlika, se sentó a su diestra en un sillón de esmeralda, y dijo: "Me llamo Hassib, y soy hijo del difunto Danial, el sabio. Mi oficio es el de leñador, aunque hubiese podido llegar a ser mercader entre los hijos de los hombres, o hasta un gran sabio. ¡Pero preferí respirar el aire de las selvas y montañas, pensando que habría siempre tiempo para encerrarse, después de la muerte, entre las cuatro paredes de la tumba!"
Luego contó con detalles lo que le había ocurrido con los leñadores, y cómo, por efecto del azar, pudo penetrar en aquel reino subterráneo.
El discurso del joven Hassib complació mucho a la reina Yamlika, que le dijo: "¡Dado el tiempo que estuviste abandonado en la fosa, debes tener bastante hambre y bastante sed, Hassib!" E hizo cierta seña a una de sus damas, la cual se deslizó hasta el joven llevando en su cabeza una bandeja de oro llena de uvas, granadas, manzanas, alfónsigos, avellanas, nueces, higos frescos y plátanos. Luego, cuando hubo él comido y aplacado su hambre, bebió un sorbete delicioso contenido en una copa tallada en un rubí. Entonces se alejó con la bandeja la que le había servido, y dirigiéndose a Hassib le dijo la reina Yamlika: "¡Ahora, Hassib, puedes estar seguro de que mientras dure tu estancia en mi reino no te sucederá nada desagradable! Si tienes, pues, intención de quedarte con nosotras a orillas de este lago y a la sombra de estas montañas una semana o dos, para hacerte pasar mejor el tiempo te contaré una historia que servirá para instruirte cuando estés de regreso en el país de los hombres!"
Y entre la atención de las doce mil mujeres serpentinas sentadas en los sillones de esmeralda y de oro, la reina Yamlika, princesa subterránea, contó en lengua griega lo siguiente al joven Hassib, hijo de Danial, el sabio:
Historia de Belukia
"Has de saber ¡oh Hassib! que en el reino de Bani-Israil había un rey muy prudente que en su lecho de muerte llamó a su hijo, heredero de su trono, y le dijo: "¡Oh hijo Belukia, te recomiendo que cuando tomes posesión del poder hagas por ti mismo inventario de cuantas cosas hay en este palacio, sin que dejes de examinar nada con la mayor atención!"
Entonces, el primer cuidado del joven Belukia al convertirse en rey fue pasar revista a los efectos y tesoros de su padre, y recorrer las diferentes salas que servían de almacén a todas las cosas preciosas acumuladas en el palacio. De este modo llegó a una sala retirada, en la que halló una arquilla de madera de ébano colocada encima de una columnata de mármol blanco que se elevaba en medio de la habitación. Belukia apresuróse a abrir la arquilla de ébano, y encontró dentro de ella un cofrecillo de oro. Abrió el cofrecillo de oro, y vio un rollo de pergamino, que desplegó al punto.
Y decía en lengua griega: Quien desee llegar a ser dueño y soberano de los hombres, de los genios, de las aves y de los animales, no tendrá más que encontrar el anillo que el profeta Soleimán lleva al dedo en la Isla de los Siete Mares que le sirve de sepultura. Ese anillo mágico es el que Adán, padre del hombre, llevaba al dedo en el paraíso antes de su pecado, y que se lo quitó el ángel Gobrail, donándoselo al prudente Soleimán más tarde. Pero ningún navío podría intentar surcar los piélagos y llegar a esa isla situada allende los Siete Mares. Sólo llevará a cabo esta empresa quien encuentre el vegetal con cuyo jugo basta frotar la planta de los pies para poder caminar por la superficie del mar. Ese vegetal se encuentra en el reino subterráneo de la reina Yamlika. Y únicamente esta princesa sabe el lugar dónde crece tal planta; porque conoce el lenguaje de las plantas y las flores todas, y no ignora ninguna de sus virtudes. Quien quiera dar con este anillo, vaya primero al reino subterráneo de la reina Yamlika.
¡Y si es tan dichoso que triunfa y se apodera del anillo, no solamente podrá entonces dominar a todos los seres creados, sino que también penetrará en la Comarca de las Tinieblas para beber en la Fuente de Vida, que da belleza, juventud, ciencia, prudencia e inmortalidad!
Cuando hubo leído este pergamino el príncipe Belukia, convocó enseguida a los sacerdotes, magos y sabios de Bani-Israil...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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