Pero cuando llegó la 348ª noche
Ella dijo:
... pero en lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa".
Cuando la joven hubo oído estas palabras, se levantó y fue a reunirse con su esclava, para decirme, irritada en extremo: "¿Es que hay mayor vergüenza para tus cabellos blancos ¡oh jeique! que la acción de pararte con tal osadía a la puerta de un harem que no es tu harem, y de una morada que no es tu morada?"
Yo me incliné y contesté: "¡Por Alah, ¡oh mi dueña! que la vergüenza para mi barba no es tan considerable, y lo juro por tu vida! ¡Mi presencia aquí tiene una excusa!" Ella preguntó: "¿Y cuál es tu excusa?" Contesté: "¡Soy un extranjero que padece una sed de la que voy a morir!" Ella contestó: "¡Aceptamos esa excusa, pues, ¡por Alah!, que es atendible!" Y enseguida se volvió hacia su joven esclava y le dijo: "¡Gentil, corre pronto a darle de beber!"
Desapareció la pequeña para volver al cabo de un momento con un tazón de oro en una bandeja y una servilleta de seda verde. Y me ofreció el tazón, que estaba lleno de agua fresca, perfumada agradablemente con almizcle puro. Lo tomé y me puse a beber muy lentamente y a largos sorbos, dirigiendo de soslayo miradas de admiración a la joven principal y miradas de notorio agradecimiento a ambas. Cuando me hube servido de este juego durante cierto tiempo, devolví el tazón a la joven, la cual me ofreció entonces la servilleta de seda invitándome a limpiarme la boca. Me limpié la boca, le devolví la servilleta, que estaba deliciosamente perfumada con sándalo, y no me moví de aquel sitio.
Cuando la hermosa joven vio que mi inmovilidad pasaba de los límites correctos, me dijo con acento adusto: "¡Oh jeique! ¿a qué esperas aún para reanudar tu marcha por el camino de Alah?" Yo contesté con aire pensativo: "¡Oh mi dueña! me preocupan extremadamente ciertos pensamientos, y me veo sumido en reflexiones que no puedo llegar a resolver por mí solo!"
Ella me preguntó: "¿Y cuáles son esas reflexiones?" Yo dije: "¡Oh mi dueña! reflexiono acerca del reverso de las cosas y acerca del curso de los acontecimientos que produce el tiempo!" Ella me contestó: "¡Cierto que son graves esos pensamientos, y todos tenemos que deplorar alguna fechoría del tiempo! Pero ¿qué ha podido inspirarte a la puerta de nuestra casa ¡oh jeique! semejantes reflexiones?" Yo dije: "¡Precisamente ¡oh mi dueña! pensaba yo en el dueño de esta casa! ¡Le recuerdo muy bien ahora! Antaño me propuso vivir en este callejón compuesto por una sola casa con jardín. ¡Sí, por Alah! el propietario de esta casa era mi mejor amigo!"
Ella me preguntó: "¿Te acordarás, entonces, del nombre de tu amigo?" Yo dije: "¡Ciertamente, oh mi dueña! ¡Se llamaba Alí ben-Mohammad, y era el síndico respetado por todos los joyeros de Bassra! ¡Ya hace años que le perdí de vista, y supongo que estará en la misericordia de Alah ahora! Permíteme, pues, ¡oh mi dueña! que te pregunte si dejó posteridad".
Al oír estas palabras, los ojos de la joven se humedecieron de lágrimas, y dijo: "¡Sean con el síndico Alí ben-Mohammad la paz y los dones de Alah! Ya que fuiste su amigo, has de saber ¡oh jeique! que el difunto síndico dejó por única descendencia una hija llamada Badr. ¡Y ella sola es la heredera de sus bienes y de sus inmensas riquezas!" Yo exclamé: "¡Por Alah, que no puede ser más que tú misma ¡oh mi dueña! la hija bendita de mi amigo!" Ella sonrió y contestó: "¡Por Alah, que lo adivinaste!" Yo dije: "¡Acumule sobre ti Alah sus bendiciones, ¡oh hija de Alí ben-Mohammad! Pero, a juzgar por lo que puedo ver a través de la seda que cubre tu rostro, ¡ oh luna! me parece que contrae tus facciones una gran tristeza. ¡No temas revelarme su causa, porque quizá me envía Alah para que trate de poner remedio a ese dolor que altera tu hermosura!" Ella contestó: "¿Cómo quieres que te hable de cosas tan íntimas, si ni siquiera me dijiste aún tu nombre ni tu calidad?" Yo me incliné y contesté: "¡Soy tu esclavo Ibn Al-Mansur, oriundo de Damasco, una de las personas a quienes nuestro dueño el califa Harún Al-Raschid honra con su amistad y ha escogido para compañeros íntimos!"
Apenas hube pronunciado estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! me dijo Sett Badr: "¡Bien venido seas a mi casa, donde puedes encontrar hospitalidad larga y amistosa!, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur!" Y me invitó a que la acompañara y a que entrara a sentarme en la sala de recepción.
Entonces entramos los tres en la sala de recepción, y cuando estuvimos sentados, y después de los refrescos usuales, que fueron exquisitos, Sett Badr me dijo: "¡Ya que quieres saber la causa de una pena que adivinaste en mis facciones, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur! prométeme el secreto y la fidelidad!"
Yo contesté: "¡Oh mi dueña! en mi corazón está el secreto como en un cofre de acero cuya llave se hubiese perdido!" Y me dijo ella entonces: "¡Escucha, pues, mi historia, oh jeique!" Y después de ofrecerme aquella joven esclava tan gentil una cucharada de confitura de rosas, dijo Sett Badr:
"Has de saber, ¡oh Ibn Al-Mansur! que estoy enamorada, y que el objeto de mi amor se halla lejos de mí. ¡He aquí toda mi historia!" Y tras esas palabras, Sett Badr dejó escapar un gran suspiro y se calló.
Y yo le dije: "¡Oh mi dueña! estás dotada de belleza perfecta, y el que amas debe ser perfectamente bello! ¿Cómo se llama?" Ella me dijo: "Sí, Ibn Al-Mansur, el objeto de mi amor es perfectamente bello, como has dicho. Es el emir Jobair, jefe de la tribu de los Bani Schaibán. ¡Sin ningún género de duda es el joven más admirable de Bassra y del Irak!"
Yo dije: "No podía ser de otro modo, ¡oh mi dueña! Pero, ¿consistió en palabras solamente vuestro mutuo amor, o llegasteis a daros pruebas íntimas de él en diversos encuentros y de agradables consecuencias?" Ella dijo: "¡Ciertamente, hubieran sido de muy agradables consecuencias nuestros encuentros, si su larga duración bastara a enlazar los corazones! ¡Pero el emir Jobair me ha ofendido con una simple suposición!"
Al oír estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! exclamé: "¿Cómo? ¿Es posible suponer que el lirio ame al barro porque la brisa le incline hacia el suelo? ¡Y aunque sean fundadas las suposiciones del emir Jobair, tu belleza es una disculpa viva, ¡oh mi dueña!" Ella sonrió y me dijo: "¡Si al menos ¡oh jeique! se tratase de un hombre! ¡Pero el emir Jobair me acusa de amar a una joven, a esta misma que tienes delante de tus ojos, a la gentil, a la dulce que nos está sirviendo!" Yo exclamé: "Pido a Alah perdón para el emir ¡oh mi dueña! ¡Sea confundido el Maligno! ¿Y cómo pueden amarse entre sí las mujeres? ¿Quieres decirme, por lo menos, en qué ha fundado sus suposiciones el emir?"
Ella contestó: "Un día, después de haber tomado mi baño en el hammam de mi casa, me eché en mi cama y me puse en manos de mi esclava favorita, esta joven que aquí ves, para que me vistiera y peinara mis cabellos. Era sofocante el calor, y con objeto de que me refrescara algo, mi esclava me despojó de las toallas que abrigaban mis hombros y cubrían mis senos, y se puso a arreglar las trenzas de mi cabellera. Cuando hubo concluido, me miró y al encontrarme hermosa de aquel modo, me rodeó el cuello con sus brazos y me besó en la mejilla, diciéndome: "¡Oh mi señora, quisiera ser hombre para amarte aún más de lo que te amo!" Y trataba, gentil, de divertirme con mil retozos amables. Y he aquí que en aquel momento precisamente entró el emir; nos lanzó una mirada singular a ambas y salió bruscamente, para enviarme algunos instantes después una esquela, en la que aparecían trazadas estas palabras: "El amor no puede hacernos dichosos más que cuando nos pertenece en absoluto". ¡Y desde aquel día no volví a verle; y jamás quiso darme noticias suyas, ya lbn Al-Mansur!"
Entonces le pregunté: "¿Pero os unió algún contrato de matrimonio?" Ella contestó: "¿Y para qué hacer un contrato? Nos habíamos unido por nuestra voluntad, sin intervención del kadí y de los testigos".
Yo dije: "Entonces, ¡oh mi dueña! si me lo permites, quiero ser el lazo de unión entre vosotros dos, simplemente por el gusto de ver reunidos a dos seres selectos". Ella exclamó: "¡Bendito sea Alah, que nos puso en tu camino, ¡oh jeique de rostro blanco! ¡No creas que vas a dar con una persona ingrata que ignora el valor de los beneficios! Voy ahora mismo a escribir de mi puño y letra una carta para el emir Jobair, y tú se la entregarás, procurando hacerle entrar en razón". Y dijo a su favorita: "Anda, Gentil, tráeme un tintero y una hoja de papel". Se los trajo la otra, y Sett Badr escribió:
"¿Por qué dura tanto la separación, mi bien amado? ¿No sabes que el dolor ahuyenta de mis ojos el sueño, y que cuando pienso en tu imagen se me aparece tan cambiada que ya no la reconozco?
"!Te conjuro a que me digas por qué dejaste la puerta abierta a mis calumniadores!" ¡Levántate, sacude el polvo de los malos pensamientos y vuelve a mí sin tardanza! ¡Qué día de fiesta va a ser para ambos el que alumbre nuestra reconciliación!"
Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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