Pero cuando llegó la 319ª noche
Ella dijo:
... se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad, oh, mi señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su valor, y el Donador no te ha escatimado sus dones. ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"
Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la ironía del Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me creen bastante rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no cubrirme de vergüenza delante de todos los mercaderes!"
Y bajó la vista y no dijo palabra.
Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos bajos sin verla. Entonces ella dijo al corredor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero hablarle personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto pertenecer a él sólo, y no a otro". Y el corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.
La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado dueño mío! ¡Oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿O por qué no calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier precio!
Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son obligatorias".
Zumurrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil dinares. ¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada contestó. Ella dijo: "¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por setecientos!" Y él bajó otra vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por cien dinares!"
Entonces le dijo: "¡Ni siquiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo: "¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya pagarás otro día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡Sabe, por fin, que no tengo ni cien dinares ni uno! ¡Por Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata. De modo que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador".
Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra el trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es como sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró entonces a hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo que le entregó y le dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y conservar los otros cien para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar entregó al mercader los novecientos dinares, y se apresuró a coger a la esclava de la mano y llevársela a su casa.
Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un miserable cuarto, cuyo único moblaje consistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se apresuró a dar a Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para comprar todos los muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que haya en el zoco! Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color de granate, y carretes de hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete colores diferentes. Y no olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".
Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella tendió por el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo colocó todo en orden, y puso el mantel, después de haber encendido los candelabros.
Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo cual se tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche estrechamente enlazados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la mañana. Y su amor se consolidó con pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.
Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.
Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un cortinaje, en cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un animal en el mundo, pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la ejecución era tan asombrosa de parecido y de vida, que se diría movíanse los animales de cuatro pies y se creía oír cantar a las aves. En medio de la cortina estaban bordados grandes árboles cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al que da tanta habilidad a los dedos de sus criaturas!
Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar, diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por menos de cincuenta dinares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso que no sea conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel separación entre nosotros. Porque tenemos enemigos que nos acechan. ¡Desconfía de los caminantes!"
Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario