Ella dijo:
... Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad quedó sobrecogido, y se dijo: "¡Por Alah! ¡Esta morada debe ser un palacio del país de los genios poderosos, o la residencia de un rey muy ilustre o de un sultán!" Luego se apresuró a tomar la actitud que requerían la cortesía y la mundanidad, deseó la paz a todos los asistentes, hizo votos por ellos, besó la tierra entre sus manos, y acabó manteniéndose de pie, con la cabeza baja, demostrando respeto y modestia.
Entonces el dueño de la casa le dijo que se aproximara, y le invitó a sentarse a su lado después de desearle la bienvenida con acento muy amable; le sirvió de comer, ofreciéndole lo más delicado, y lo más delicioso, y lo más hábilmente condimentado entre todos los manjares que cubrían las bandejas. Y no dejó Sindbad el Cargador de hacer honor a la invitación luego de pronunciar la fórmula invocadora. Así es que comió hasta hartarse; después dió las gracias a Alah, diciendo: "¡Loores a El siempre!" Tras de lo cual, se lavó las manos y agradeció a todos los convidados su amabilidad.
Solamente entonces dijo el dueño de la casa al cargador, siguiendo la costumbre que no permite hacer preguntas al huésped más que cuando se le ha servido de comer y beber: "¡Sé bienvenido, y obra con toda libertad! ¡Bendiga Alah tus días! Pero ¿puedes decirme tu nombre y profesión, oh huésped mío?"
Y contestó el otro: "¡Oh señor! me llamo Sindbad el Cargador, y mi profesión consiste en transportar bultos sobre mi cabeza mediante un salario". Sonrió el dueño de la casa, y le dijo: "¡Sabe, ¡oh cargador! que tu nombre es igual que mi nombre, pues me llamo Sindbad el Marino!"
Luego continuó: "¡Sabe también, ¡oh cargador! que si te rogué que vinieras aquí fué para oírte repetir las hermosas estrofas que cantabas cuando estabas sentado en el banco ahí fuera!"
A estas palabras sonrojóse el cargador, y dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡No me guardes rencor a causa de tan desconsiderada acción, ya que las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano, hacen descortés, necio e insolente al hombre!"
Pero Sindbad el Marino dijo a Sindbad el Cargador: "No te avergüences de lo que cantaste, ni te turbes, porque en adelante serás mi hermano. ¡Sólo te ruego que te des prisa a cantar esas estrofas que escuché y me maravillaron mucho!" Entonces cantó el cargador las estrofas en cuestión, que gustaron en extremo a Sindbad el Marino.
Concluidas que fueron las estrofas, Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador, y le dijo: "¡Oh cargador! sabe que yo también tengo una historia asombrosa, y que me reservo el derecho de contarte a mi vez.
Te explicaré, pues, todas las aventuras que me sucedieron y todas las pruebas que sufrí antes de llegar a esta felicidad y de habitar este palacio. Y verás entonces a costa de cuán terribles y extraños trabajos, a costa de cuántas calamidades, de cuántos males y de cuántas desgracias iniciales adquirí estas riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez.
Sin duda ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de estos viajes constituye por sí sólo una cosa tan prodigiosa, que únicamente con pensar en ella queda uno sobrecogido y en el límite de todos los estupores. ¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados no me sucedió, en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa escrita debe acaecer, sin que sea posible rehuirla o evitarla!"
La primera historia de las historias de Sindbad el marino, que trata del primer viaje
"Sabed todos vosotros, ¡oh señores ilustrísimos, y tú, honrado cargador, que te llamas como yo, Sindbad! que mi padre era un mercader de rango entre los mercaderes. Había en su casa numerosas riquezas, de las cuales hacía uso sin cesar para distribuir a los pobres dádivas con largueza, si bien con prudencia, ya que a su muerte me dejó muchos bienes, tierras y poblados enteros, siendo yo muy pequeño todavía.
Cuando llegué a la edad de hombre, tomé posesión de todo aquello, y me dediqué a comer manjares extraordinarios y a beber bebidas extraordinarias, alternando con la gente joven, y presumiendo de trajes excesivamente caros, y cultivando el trato de amigos y camaradas.
Estaba convencido de que aquello había de durar siempre, para mayor ventaja mía. Continué viviendo mucho tiempo así, hasta que un día, curado de, mis errores y vuelto a mi razón, hube de notar que mis riquezas habíanse disipado, mi condición había cambiado y mis bienes habían huido. Entonces desperté completamente de mi inacción, sintiéndome poseído por el temor y el espanto de llegar a la vejez un día sin tener qué ponerme.
También entonces me vinieron a la memoria estas palabras que mi difunto padre se complacía en repetir, palabras de nuestro Señor Soleimán ben-Daud (¡con ambos la plegaria y la paz!):
Hay tres cosas preferibles a otras tres: el día en que se muere es menos penoso que el día en que se nace, un perro vivo vale más que un león muerto, y la tumba es mejor que la pobreza.
Tan pronto como me asaltaron estos pensamientos, me levanté, reuní lo que me restaba de muebles y vestidos, y sin pérdida de momento lo vendí en la moneda pública con los residuos de mis bienes, propiedades y tierras. De ese modo me hice con la suma de tres mil dracmas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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