... Simpatía besó la tierra entre las manos del califa y contestó: "¡Extienda Alah sus gracias sobre nuestro dueño el califa! ¡Pero su esclava desea volver a la casa de su antiguo amo!"
Lejos de mostrarse ofendido por esta preferencia, el califa accedió inmediatamente a su demanda, haciendo que como regalo le entregaran cinco mil dinares más, y le dijo: "¡Podrás acaso ser tan experta en amor como lo eres en conocimientos espirituales!" Luego quiso aún poner remate a su magnificencia, designando a Abul-Hassán para desempeñar un alto cargo en palacio, y le admitió en el número de sus favoritos más íntimos. Después levantó la sesión.
Entonces, agobiada bajo mantos de sabios Simpatía y cargado con sacos repletos de dinares de oro Abul-Hassán, salieron de la sala ambos, seguidos por todos los asistentes a la asamblea, que alzaban los brazos y exclamaban, maravillándose de cuanto acababan de ver y oír: "¿Dónde habrá en el mundo una generosidad semejante a la de los descendientes de Abbas?"
"Tales son, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada-, las palabras que la docta Simpatía dijo en medio de la asamblea de sabios, las cuales, transmitidas por los anales del reino, sirven para instruir a toda mujer musulmana",
Luego, al ver Schehrazada que el rey Schahriar fruncía ya las cejas y meditaba de un modo inquietante, apresurose a abordar las AVENTURAS DEL POETA ABU-NOWAS, y comenzó el relato en seguida, mientras Doniazada, medio dormida hasta entonces, despertábase sobresaltada de repente, al oír pronunciar el nombre de Abu-Nowas, y toda oídos disponíase a escuchar.
Ella dijo:
Aventuras del poeta Abu-Nowas
Se cuenta -Pero Alah es más sabio- que una noche entre las noches, poseído de insomnio y con el espíritu preocupadísimo, el califa Harún Al-Raschid salió para distraer su hastío. De este modo llegó ante un pabellón cuya puerta permanecía abierta, pero en su umbral se atravesaba el cuerpo de un eunuco negro dormido. El califa saltó sobre el cuerpo del esclavo, penetrando en la única sala de que se componía el pabellón, y lo primero que se presentó a su vista fué un lecho con cortinas corridas e iluminado a derecha e izquierda por dos grandes antorchas. Había junto al lecho una mesita sosteniendo una bandeja con un cántaro de vino, al que servía de tapa un vaso puesto boca abajo.
Asombrose el califa de encontrar en aquel pabellón aquellas cosas de las que no tenía noticia, y avanzando hacia el lecho levantó las cortinas, y se quedó maravillado de la belleza que ofrecíase a su mirada. Era una joven esclava, tan hermosa cual la luna llena, y cuyo único velo consistía en su cabellera suelta.
A su vista, el califa, en extremo encantado, cogió el vaso que coronaba el gollete del cántaro, lo llenó de vino y formuló en su alma: "Por las rosas de tus mejillas, ¡oh joven!", y lo bebió con lentitud. Luego inclinose sobre el hermoso rostro y dejó un beso en un lunar negro que sonreía desde la comisura izquierda de los labios.
Pero aunque fué levísimo, aquel beso despertó a la joven, quien, al reconocer al Emir de los Creyentes, se incorporó en el lecho vivamente aterrada. Pero el califa la calmó y le dijo: Cerca de ti hay un laúd, ¡oh joven esclava! y sin duda debes saber extraer de él deliciosos acordes. ¡Como a pesar de que no te conozco tengo determinado pasarme esta noche contigo, no me disgustaría verte manejarlo mientras te acompañas con la voz!"
Entonces tomó el laúd la joven, y tras de templarlo, sacó de él sonidos admirables, haciéndolo de veintiún modos diferentes, y con tanta maestría que el califa se exaltó hasta el límite de la exaltación; advertido lo cual por la joven, no dejó de aprovecharse de ello. Así, pues, le dijo ella: "¡Sufro rigores del Destino!, ¡oh Comendador de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y por qué?" Ella dijo: "Tu hijo El-Amín, ¡oh Comendador de los Creyentes! me compró hace algunos días por diez mil dinares, a fin de hacerte el regalo de mi persona. ¡Pero al tener conocimiento de tal proyecto, tu Sett Zobeida reintegró a tu hijo el dinero que había invertido en comprarme, y me puso en manos de un eunuco negro para que me encerrase en este pabellón solitario!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras, se sintió sumamente enfurecido y prometió a la joven darle desde el día siguiente un palacio para ella sola, con tren de casa digno de su belleza. Luego, tras de una toma de posesión, salió a toda prisa, despertando al eunuco dormido y ordenándole que inmediatamente fuese a prevenir al poeta Abu-Nowas para que se presentase enseguida en palacio.
Era costumbre del califa, en efecto, enviar que buscasen al poeta cuantas veces le asaltaban preocupaciones, con objeto de distraerse oyéndole improvisar poemas o poner en verso cualquier aventura que le contara.
El eunuco se personó en la casa de Abu-Nowas, y como no le encontró allí, salió en su busca por todos los lugares públicos de Bagdad, y le encontró al fin en cierta mal afamada taberna, a lo último del barrio de la Puerta Verde. Se acercó a él y le dijo: "¡Oh Abu-Nowas, por ti pregunta nuestro amo el califa!"
Abu-Nowas se echó a reír, y contestó: "¿Cómo quieres, ¡oh padre de blancuras! que me mueva de aquí, si me retiene como rehén un jovencito amigo mío?" El eunuco preguntó: "¿Dónde está y quién es?" Y le contestó el otro: "Es menudo, imberbe y lindo. ¡Le prometí un regalo de mil dracmas, pero como no tengo encima esa cantidad, no me parece decente irme antes de satisfacer mi deuda!"
A estas palabras exclamó el eunuco: "¡Por Alah! ¡Abu-Nowas, enséñame a ese joven, y si verdaderamente es tan gentil como me estás dando a entender, quedarás relevado de todo lo demás!"
En tanto hablaban ellos de este modo, el pequeño asomó su linda cabeza por la puerta entreabierta, y Abu-Nowas, señalándole, exclamó: "Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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