Pero cuando llegó la 270ª noche
Ella dijo:
La pequeña Doniazada esperó a que Schehrazada hubiese terminado su cosa con el rey Schahriar, y levantando la cabeza, exclamó: "¡Oh hermana mía! ¿Qué aguardas para contarnos esas anécdotas del delicioso poeta Abu-Nowas, amigo del califa y el más encantador entre todos los poetas del Irán y de Arabia?" Y Schehrazada sonrió a su hermana, y le dijo: "¡Sólo espero el permiso del rey para narrar algunas aventuras de Abu-Nowas, que, efectivamente, era un exquisito poeta, pero un grandísimo libertino!"
Entonces la pequeña Doniazada se levantó de un salto y corrió a abrazar a su hermana, diciéndole: "¡Te ruego que nos enteres de lo que hizo! ¡Cuéntanoslo enseguida!"
Pero el rey Schahriar, volviéndose hacia Schehrazada, le dijo: "Verdaderamente, Schehrazada, me agradaría oír una o dos de esas aventuras, que preveo son deliciosas. Pero he de hacerte observar que esta noche me atraen más elevados pensamientos y me hallo predispuesto a oír de tu boca algunas palabras de sabiduría. ¡Así, pues, si te acuerdas de cualquier historia que pueda adiestrarme en el conocimiento de los preceptos buenos y haga que mi espíritu se aproveche de la experiencia de los prudentes y los sabios, no creas que dejaría de interesarme! ¡Al contrario!
Luego, si no se acaba mi paciencia, podrás, Schehrazada, entretenerme con esas aventuras de Abu-Nowas".
Al oír tales palabras del rey Schahriar, Schehrazada apresurose a responder: "Precisamente, ¡oh rey afortunado! durante todo el pasado día medité sobre la historia de una joven admirable de belleza y a quien llamaban Simpatía. ¡Y estoy pronta a comunicarte cuanto sé de su conducta y de sus maravillosos conocimientos!"
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Por Alah! ¡No tardes más en ponerme al corriente de lo que me anuncias! Porque nada me es tan grato como escuchar doctas palabras dichas por jóvenes hermosas. Y anhelo mucho que la historia prometida me satisfaga por completo, y a la vez me sea provechosa y me sirva cual ejemplo de la instrucción que debe poseer todo buen musulmán".
Entonces Schehrazada reflexionó un instante, y después de levantar un dedo, dijo:
Historia de la docta Simpatía
Se cuenta -pero Alah está mejor instruido en todas las cosas- que había en Bagdad un comerciante muy rico, cuya casa sostenía un tráfico inmenso. Gozaba de honores, de consideración, de prerrogativas y privilegios de todas clases; pero no era dichoso porque Alah no extendía sobre él su bendición hasta el punto de concederle un descendiente, aunque fuera del sexo femenino. A causa de ello había llegado a viejo sumido en la tristeza, y veía cómo poco a poco sus huesos se volvían transparentes y curvábase su espalda, sin poder obtener de alguna de sus numerosas esposas un resultado consolador. Pero un día en que había distribuido muchas limosnas, y visitado a los santones, y ayunado y rezado fervorosamente, se acostó con la más joven de sus esposas, y merced al Altísimo, aquella vez la dejó fecundada en tal hora y tal instante.
Al llegar el noveno mes, día tras día, la esposa del comerciante parió felizmente un niño varón, tan bello, que se diría era un trozo de luna.
En su gratitud hacia el Donador, no se olvidó a la sazón el comerciante de cumplir las promesas que hizo, y durante siete días enteros socorrió con largueza a pobres, viudas y huérfanos; después, en la mañana del séptimo día, pensó dar un nombre a su hijo, y le llamó Abul-Hassán.
El niño se crió en brazos de nodrizas y en brazos de bellas esclavas, y como a cosa preciosa le cuidaron mujeres y criados hasta que estuvo en edad de estudiar. Entonces se le confió a los maestros más sabios, que le enseñaran a leer las palabras sublimes del Corán y le adiestraron en la escritura hermosa, en la poesía, en el cálculo, y sobre todo en el arte de disparar el arco. Por lo tanto, su instrucción superó a la que en su generación y su siglo era corriente; ¡pero no fué esto todo! Porque a sus diversos conocimientos añadía un encanto mágico y era perfectamente bello.
He aquí en qué términos los poetas de su tiempo describieron sus gracias juveniles, la frescura de sus mejillas, las flores de sus labios y el naciente bozo que los adornaba:
¿Ves en el jardín de sus mejillas esos botones de rosa que intentan entreabrirse, aunque la primavera pasó ya por los rosales?
¿No te asombra ver todavía florecer la rosa y apuntar el bozo en el hoyo sombrío de sus labios, como las violetas bajo las hojas?
El joven Abul-Hassán fué, pues, la alegría de su padre y la delicia de sus pupilas durante el tiempo que el Destino le marcó de antemano. Pero cuando el anciano sintió acercarse el término que le estaba fijado, hizo sentarse a su hijo entre sus manos un día entre los días, y le dijo: "Hijo mío, se aproxima mi fin, y ya sólo me resta prepararme a comparecer ante el Dueño Soberano. Te lego grandes bienes, muchas riquezas y. propiedades, poblados enteros y fértiles tierras y abundosos huertos, que os bastarán para vivir, no sólo a ti, sino también a los hijos de tus hijos. ¡Únicamente te recomiendo que sepas aprovecharte de ello sin abusar y dando gracias al Retribuidor y con el respeto que le es debido!" Luego murió de su enfermedad el viejo comerciante, y Abul-Hassán se afligió en extremo, y cuando terminaron las exequias estuvo de duelo y se encerró con su dolor.
Pero no tardaron sus camaradas en distraerle y alejarle de sus penas, obligándole a entrar en el hammam para que se refrescara y a cambiar de trajes luego; y le dijeron, a fin de consolarle por completo: "¡Quien se reproduce en hijos como tú, no muere! ¡Aleja la tristeza, pues, y piensa en aprovecharte de tu juventud y de tus bienes!"
De modo que Abul-Hassán olvidó poco a poco los consejos de su padre, y acabó por persuadirse de que eran inagotables la dicha y la fortuna. Así, pues, no dejó de satisfacer todos sus caprichos, entregándose a todos los placeres, visitando a las cantarinas y tañedoras de instrumentos, comiendo todos los días una cantidad enorme de pollos, porque le gustaban los pollos, complaciéndose en destapar las botellas añejas de licores enervantes y de oír el tintineo de las copas que se entrechocan, deteriorando lo que pudo deteriorar, arruinando lo que pudo arruinar y trastornando lo que pudo trastornar, ¡hasta tal punto que a la postre se despertó un día sin nada entre las manos, a no ser su persona! Y de cuantos servidores y mujeres le hubo legado su difunto padre, no le quedaba más que una sola esclava entre las numerosas esclavas.
Pero aun tuvo que admirar la continuidad dichosa de la suerte, que quiso fuese precisamente la propia maravilla de todas las esclavas de las comarcas de Oriente y de Occidente la que habitaba en la casa, ya sin lustre, del pródigo Abul-Hassán, hijo del difunto comerciante.
Efectivamente, esta esclava se llamaba Simpatía, y en verdad que jamás nombre alguno cuadró mejor a las cualidades de la que lo llevaba. La esclava Simpatía era una adolescente tan derecha como la letra aleph, de estatura proporcionada, y tan esbelta y delicada que podía desafiar al sol a que prolongase en el suelo su sombra; maravillosas eran la belleza y la lozanía de su rostro; todas sus facciones ostentaban con claridad la huella de la bendición y el buen augurio; su boca parecía sellada con el sello de Soleimán, como para guardar precisamente el tesoro de perlas que encerraba; eran sus dientes collares dobles e iguales; las dos granadas de su seno aparecían separadas por el intervalo más encantador, y su ombligo era lo suficiente ancho y profundo para contener una onza de manteca moscada. En cuanto a su grupa monumental, remontaba dignamente la finura de su talle, y dejaba profundamente impreso en divanes y colchones el hueco creado por la importancia de su peso. Y a ella se refería esta canción del poeta:
¡Es solar, es lunar, es vegetal como el tallo del rosal; está tan lejos del color de la tristeza, cual lo están el sol, la luna y el tallo del rosal!
¡Cuando aparece, conmueve profundamente los corazones su presencia, y cuando se aleja los corazones quedan aniquilados!
¡El cielo está en su rostro, sobre su túnica se extienden las grandezas del Edén, entre las cuales corre el arroyo de la vida, y la luna brilla bajo su manto!
¡En su cuerpo encantador se armonizan todos los colores: el encarnado de las rosas, la blancura resplandeciente de la plata, el negro de la baya madura y el color del sándalo! ¡Y es tan grande su belleza que hasta el deseo la defiende!
¡Bendito sea quien desplegó sobre ella la hermosura! ¡Feliz el amante que pueda saborear las delicias de sus palabras!
Tal era la esclava Simpatía, único tesoro que poseía aún el pródigo Abul-Hassán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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