Ella dijo:
"¡He aquí la mixtura soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado fluidos!" Después añadió: "Es preciso tomar esta pasta dos horas antes de la conjunción sexual. Pero los tres días anteriores hay que limitarse a comer únicamente pichones asados muy sazonados con especias, pescados machos con sus lechecillas, y por último criadillas de carnero ligeramente asadas. Y si con todo eso no llegas hasta atravesar las paredes y fecundar un peñasco pelado, consiento en afeitarme la barba y los bigotes y te permito que me escupas en la cara".
Y dichas estas palabras, entregó al síndico el tazón de porcelana y se fué.
Entonces el síndico pensó: "¡Este Sésamo, que se pasa la vida en el libertinaje, seguramente debe entender de drogas endurecedoras! ¡Voy a poner mi fe en Alah y en él!" Y volvió a su casa y se reconcilió con su esposa, a la cual, por otra parte, amaba, y ella le amaba a él, y ambos se dieron mutuas explicaciones por su arrebato pasajero, y se hicieron presente cuánta pena les había causado estar reñidos toda una noche por palabras sin importancia.
Después de lo cual, Schamseddin siguió escrupulosamente durante tres días el régimen prescripto por Sésamo, y acabó por comerse la consabida pasta, que le pareció excelente.
Entonces notó que la sangre se le calentaba en extremo, como en los tiempos de su infancia, cuando apostaba con chiquillos de su edad. Y se aproximó a su esposa y la cabalgó; y ella le correspondió; y a ambos les maravilló el resultado en cuanto a duración, repetición, calor, chorro, intensidad y consistencia.
Y aquella noche la esposa del síndico quedó indiscutiblemente fecundada, de lo cual tuvo la certeza completa cuando comprobó que se le pasaron así tres meses.
La preñez siguió su curso normal, y a los nueve meses día por día, la mujer parió con felicidad, pero con muchas dificultades, porque el niño que nació era tan grande como si tuviera un año. Y la comadrona declaró, tras las invocaciones acostumbradas, que en su vida había visto niño tan fuerte ni hermoso. Lo cual no es de asombrar si se recuerda la pasta maravillosa de Sésamo.
La comadrona recogió al niño y lo lavó invocando el nombre de Alah, de Mohammad y de Alí, y le recitó al oído el acto de fe musulmán. Le envolvió y se lo dió a la madre, que le amamantó hasta que quedó saciado y dormido. Y la comadrona pasó otros tres días junto a la madre, y no se fué hasta no estar segura de que todo iba bien y después de haberse repartido entre las vecinas las golosinas preparadas con tal motivo.
Al séptimo día echaron sal en la habitación, y entonces entró el síndico a felicitar a su esposa. Luego le preguntó: "¿En dónde está el don de Alah?" Enseguida ella le mostró el recién nacido. Y el síndico Schamseddin quedó maravillado de la hermosura de aquel niño de siete días, que parecía tener un año, y cuya cara era más brillante que la luna llena al salir. Y preguntó a su esposa: "¿Cómo le vas a llamar?" Ella contestó: "Si fuera una niña ya le habría puesto nombre. ¡Pero como es un niño, a ti te corresponde!" Y en aquel momento una de las esclavas que envolvían al niño lloró de emoción y placer al advertir en la nalga izquierda del chico una linda mancha oscura como un grano de almizcle, que resaltaba por su forma y color encima de la blancura de lo demás. Y en cada una de las dos mejillas del niño también había un bonito lunar negro y aterciopelado. Y el digno síndico, inspirado por aquel descubrimiento, exclamó: "¡Le llamaremos Alaeddin Grano-de-Belleza!"
Llamose, pues, al niño Alaeddin Grano-de-Belleza; pero como tal nombre resultaba muy largo, nunca le llamaban más que Grano-de-Belleza. Y a Grano-de-Belleza le amamantaron durante cuatro años dos nodrizas distintas y su madre; así es que llegó a ser fuerte como un leoncillo, y blanco como el jazmín, y sonrosado como las rosas. Y era tan hermoso, que todas las niñas de parientes y vecinos le querían con locura, y él aceptaba sus homenajes, pero nunca consentía que le besaran, y las arañaba cruelmente cuando se le acercaban demasiado; así es que las niñas y hasta las jóvenes se aprovechaban de su sueño para ir a cubrirle de besos impunemente y a maravillarse de su hermosura y lozanía.
Cuando el padre y la madre de Grano-de-Belleza vieron cuán admirado y mimado era su hijo, temieron al mal de ojo, y resolvieron sustraerle a tan maligno influjo. Y con tal fin, en vez de hacer como otros padres, que dejan que las moscas y la suciedad cubran la cara de sus hijos, para que parezcan menos guapos y no atraigan al mal de ojo, los padres de Grano-de-Belleza encerraron al niño en un subterráneo situado debajo de la casa y le criaron allí lejos de todas las miradas. Y Grano-de-Belleza criose de aquel modo ignorado de todos, pero rodeado de los cuidados incesantes de esclavos y eunucos. Y cuando fué mayor le dieron maestros instruidísimos, que le enseñaron el Corán, las ciencias y a escribir bien. Y llegó a ser tan sabio como hermoso y bien formado. Y sus padres resolvieron no sacarle del subterráneo hasta que las barbas le crecieran tanto que le arrastraran.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, se calló.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario