Pero cuando llegó la 225ª noche
Ella dijo:
"...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio".
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gustaban con delirio, interrumpió al capitán, y le preguntó brillándole los ojos de deseo: "¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas "de pájaro?" Contestó: "Tenemos veinte tarros grandes". Ella dijo: "¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que les han quitado los huesos para sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho a las que tienen hueso?" El capitán abrió los ojos, y dijo: "Supongo que también las habrá en esos tarros". Al oírle, la princesa Budur notó que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: "Quiero comprar uno de esos tarros". Y el capitán contestó: "Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho a coger lo que quiera".
Y gritó: "¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte tarros de aceitunas!" Y enseguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas "de pájaro", que exclamó: "Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente del zoco?" El capitán contestó: "Según el precio del zoco de la isla de Ébano, creo que cada tarro de aceitunas valdrá cien dracmas".
Sett-Budur dijo a sus chambelanes: "¡Pagad al capitán mil dracmas por: cada tarro!" Y añadió: "Cuando vuelvas al país del mercader, le pagaras eso por las aceitunas". Y se fué, seguida de los que cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar a palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat-Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del harem, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la fuente mayor de las de dulce, y ordenaron a las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber echado a perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de Kamaralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced a los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y se la llevó a los labios, exhalando un suspiro de felicidad: después, para que las esclavas no se enteraran de su disfraz, las despidió a todas, y dijo a su amiga: "¡He aquí, ¡oh amada mía querida! el talismán causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como he dado con él, pienso volver a encontrar a aquel cuya venida nos llenará de felicidad a ambas!"
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le presentó, y besó la tierra entre sus manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: "¿Puedes decirme, ¡oh capitán! lo que hace en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?" El capitán respondió: "Es ayudante de jardinero, y había de embarcarse con sus aceitunas para venir a venderlas aquí, pero no llegó a tiempo al barco".
Budur le dijo: "Pues bien; sabe, ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores están, efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser más que uno que fué cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave a la vez que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber perjudicado a un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por consiguiente, es menester que te des a la vela y me traigas lo antes posible a ese ayudante de jardinero, porque sospecho mucho que sea mi cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré volver más a mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente se calló.
Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 223, 224 y 225.
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