Pero cuando llegó la 209ª noche
Ella dijo:
"Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus".
Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta carta la firmaba como príncipe Kamaralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.
Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había mantenido excelentes relaciones con el poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe Kamarazalmán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrecer al hijo de un rey amigo. Y a pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió a acompañarle. E hicieron juntos su entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron a la corte toda con magníficos festines de suntuosidad extraordinaria.
Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del palacio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan sobrenatural, que todo el mundo se detenía a su paso sin respirar y bendecía al Creador.
El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: "¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió a mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo a quien pueda dejar mi trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa satisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija Hayat-Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y belleza. Acaba de llegar a la nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya insoportable para mi mucha edad!"
Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro a la princesa Budur. Al principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba: bajó los ojos y reflexionó un buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: "Si contesto que como Kamaralzamán, estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme a casarme con él; y todo el mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí se convertiría en odio feroz, y en cuando haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré adquirido un reino muy hermoso para cedérselo a Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto a consumar el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré".
Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó a modestia y cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: "¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo y obedeciendo a los menores deseos de su rey!"
Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán delante de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso a toda la ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos a todo su Imperio para que se enteraran de ello las poblaciones.
Entonces organizó en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio, y entre gritos de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat-Alnefus.
Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban "lu-lu-lúes" de alegría, llevó a la recién casada Hayat-Alnefus a la habitación de Sett Budur, a quien seguían tomando por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y por primera vez le levantó el velillo del rostro.
Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, quedaron tan cautivados, que palidecieron de placer y emoción. Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial a los recién casados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
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