Ella dijo:
...con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
Budur exclamó: "¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de astucia!" ¡Dime ya lo que ha sido del joven adorable que esta noche ha dormido en mis brazos y al cual amo con todas mis fuerzas!"
La nodriza, escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender mejor, y dijo: "¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú acostumbras a decir! ¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nosotras, date prisa a decírnoslo!"
Budur se incorporó a medias en la cama, y le gritó amenazadora: "¡Malhadada nodriza, te mando que me digas en seguida dónde está el hermoso joven a quien he entregado esta noche por voluntad propia mi cuerpo, mi corazón y mi virginidad!"
Al oír estas palabras, a la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos; diose de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas; y todas empezaron a gritar desaforadamente: "¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!"
Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: "¡Ya Sett Budur! ¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no digas más cosas tan poco dignas de tu nobleza!"
Pero Budur le gritó: "¿Quieres callar, vieja maldita, y decirme de una vez lo que habéis hecho entre todas de mi amante, el de los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que pasó toda la noche conmigo hasta por la mañana, y que tenía debajo del ombligo una cosa que no tengo yo?"
Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras, levantaron los brazos al cielo y exclamaron: "¡Oh confusión! ¡Oh señora nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas malignas, y del mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la chanza!"
Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: "¡Oh mi dueña Budur! ¿Qué lenguaje es ése? ¡Si semejantes bromas llegaran a oídos del rey, nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos libraría de su coraje!"
Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: "¡Por última vez te pregunto si quieres o no decirme dónde se encuentra el hermoso joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!" Y Budur hizo ademán de entreabrirse la camisa.
Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y exclamaron: "¡Qué lástima de joven, que se ha vuelto loca!"
Pero estas palabras enfurecieron de tal manera a Budur, que descolgó de la pared una espada y se precipitó sobre las mujeres para atravesarlas. Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y aullando, y llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y la nodriza, con lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de decir Sett- Budur, y añadió: "¡A todas nos habría matado o herido si no huyéramos!"
Y el rey exclamó: "¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente ha perdido lo que ha perdido?" La nodriza se tapó la cara con las manos, y dijo llorando: "¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!" Entonces el rey dijo: "¡Eso es una completa enormidad!" Y aunque en aquel momento estuviera descalzo y con turbante de noche en la cabeza, se precipitó en la habitación de Budur.
El rey miró a su hija con aspecto muy severo, y le dijo: "¿Es verdad, Budur, que esta noche has dormido con uno, y llevas encima todavía las huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?"
Ella respondió: "¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y a fe que escogiste perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en deseos de saber por qué luego me lo quitaste! ¡Además, he aquí su sortija, que me ha dado después de coger la mía!"
Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído a su hija medio loca, dijo para sí: "¡Ha llegado al límite de la locura!" Y le dijo: "Budur, ¿quieres decirme de una vez qué significa esa conducta extraña y tan poco digna de tu posición?" Entonces Budur ya no pudo contenerse, y se rasgó la camisa de abajo arriba, y se puso a sollozar, dándose de bofetadas.
Al ver aquello el rey ordenó a los eunucos y a las viejas que le sujetaran las manos para que no se hiciera daño, y en caso de reincidencia, que la encadenaran, y le pusieran al cuello una argolla de hierro, y la ataran a la ventana de su habitación.
Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró a sus aposentos, pensando en los medios que utilizaría para obtener la curación de aquella locura que suponía en su hija. Pues, a pesar de todo, seguía queriéndola con tanto cariño como antes y no podía acostumbrarse a la idea de que se hubiese vuelto loca para siempre.
Reunió, pues, en su palacio a todos los sabios de su reino, médicos, astrólogos, magos, hombres versados en libros antiguos, y drogueros, y les dijo a todos: "Mi hija El-Sett-Budur está en tal y cuál estado. Se la daré por esposa a aquel de vosotros que la cure, y le nombraré heredero de mi trono cuando yo me muera. Pero al que haya entrado en el aposento de mi hija y no haya logrado curarla, se le cortará la cabeza".
Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió correos a todos sus Estados para promulgarlo.
Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros; pero una hora más tarde se veían encima de la puerta del palacio sus cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta cabezas a lo largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensaron: "¡Mala señal! ¡La enfermedad debe ser incurable!" Y nadie se atrevía a presentarse, para no exponerse a que le cortaran la cabeza.
¡Esto en cuanto a los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso!"
Pero en cuanto a Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza, llamado Marzauán. Y Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente, había estudiado la magia y la brujería, los libros de los indios y los egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y después, como ya no tenía nada que aprender en libros, se había dedicado a viajar, y había recorrido las comarcas más remotas, consultando a los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este modo se había empapado en todos los conocimientos humanos. Y entonces púsose en camino para regresar a su país, al que había llegado con buena salud.
Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta cabezas cortadas de los médicos, colgadas encima de la puerta del palacio. Y al preguntar a los transeúntes, le explicaron toda la historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Aclaración
El traductor une en este capítulo las noches 192 y 193.
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