Ella dijo:
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: "¡Admirable idea!" Y Dahnasch también exclamó: "¡Me parece muy bien!" E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.
Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la mano rápidamente al sitio picado: pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba a suceder.
En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente a tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, e inmediatamente los volvió a cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió junto a él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo que su sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía a su lado.
Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó a detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había negado a mirar a las mujeres, y era ignorante en cuanto a sus formas y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa y la más cierta la penúltima; y en cuanto a la primera, pronto lo hizo sonreír.
De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vio que el perfume de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: "¡Voy a tocarla para enterarme!"
Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo, y provocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo; de tal modo, que experimentó violento deseo de dar libre carrera a aquel instinto natural tan espontáneo.
Y exclamó: "¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!" Y se dispuso a la copulación. Cogió, pues, a la joven, pensando: "¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!" Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo maravillado: "¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!" Luego le acarició el vientre, y dijo: "¡Es una maravilla de ternura!" Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal estremecimiento voluptuoso, que exclamó: "¡Por Alah!" ¡No tengo más remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?"
Y lo que impedía despertarse a la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.
Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa, y le dió un prolongado beso; y como no se despertara, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse.
Entonces empezó a hablarle, diciendo: "¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!" Pero la joven no hizo el menor movimiento. Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa a entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!" Y se tendió encima de la joven.
A todo eso, Maimuna, y Dahnasch y Kaschkasch miraban. Y Maimuna empezaba a alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, a decir que aquello no valía.
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y como era discreta, se calló.
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