Ella dijo:
"Y así es, poco más o menos, la adolescente princesa Budur, hija del rey Ghayur.
"Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayúr amaba en extremo a su hija El-Sett Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su placer era ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado cierto tiempo ya se les agotaron toda clase de diversiones, pensó en darle goces diferentes, construyendo para ella palacios maravillosos. Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo distinto y de diversa materia preciosa. Así, mandó construir el primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el tercero de porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el sexto de oro y el séptimo sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no dejó de mandar que cada palacio se adornase de la manera más adecuada al estilo de su construcción: reunió en ellos todos los atractivos que pudieran hacer su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y sobre todo, de la belleza de sus estanques y jardines.
"Y para distraer a su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en cada uno, a fin de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer sucediera sin fatiga al placer.
"¡Es natural que en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la joven se afinara, y llegara por último al estado supremo que hubo de encantarme!
"De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los reyes vecinos a los Estados del rey Ghayur deseaban ardientemente casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme, no obstante, a tranquilizarte respecto a su virginidad, pues hasta ahora rechazó con horror las proposiciones que su padre le transmitiera, y contentose con responderle cada vez: "¡Soy mi propia reina y mi única dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera apenas el contacto de la seda?"
"Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte a contrariar a Budur, no encontraba nada que replicar, y se veía forzado a no atender a las peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que con tal fin iban a su reino desde los países más remotos. Y un día que un rey joven, más bello y poderoso que los demás, se presentó después de haber enviado muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló de él a Budur, que, indignada esta vez, estalló en reconvenciones, y exclamó: "¡Ya veo que no me queda más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy a coger ese alfanje que veo ahí, y clavármelo de punta en el corazón para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!" Y como se disponía de veras a emplear tal violencia consigo misma, el rey Ghayur se asustó de tal modo, que sacó la lengua, y sacudió la mano, y puso los ojos en blanco; y después se apresuró a confiar a Budur a diez viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fue la propia nodriza de Budur. Y desde entonces las diez viejas no la dejan un momento y vigilan sucesivamente a la puerta de su habitación".
Y he aquí, ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no ceso, ciertamente, de ir todas las noches a contemplar la belleza de la princesa y a ensancharme los sentidos viendo sus esplendores. Y puedes creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su trasero; pero pienso que sería una lástima atentar, a disgusto de la propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin embargo, ¡oh Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo, entre los dos ojos, suavemente, aunque me dan ganas muy grandes de hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo, sabiendo que no podré contentarme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de estropear a la joven.
"Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! a que vengas conmigo a ver a mi amiga Budur, cuya belleza te encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos, ¡oh Maimuna! al país del rey Ghayur para admirar a El-Sett Budur!"
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y como era discreta, se calló.
Aclaración El traductor une en este capítulo las noches 177, 178 y 179.
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