(Nota del traductor: Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el texto árabe, he suprimido las indicaciones de su orden numérico para no interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo procederé en adelante, siempre que se presente el mismo caso.)
Ella dijo:
En efecto, la torre en que se había encerrado a Kamaralzamán estaba abandonada de muchos años atrás, y databa del tiempo de los antiguos romanos; y al pie de la torre había un pozo, también antiquísimo y de construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de habitación a una efrita joven, llamada Maimuna.
La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso efrit Domriatt, jefe principal de los genios subterráneos. Maimuna era una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia, famosa en las regiones de lo desconocido.
Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según solía, a tomar el fresco, y voló ligera hacia los estados del cielo, para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera atraída. Y al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en un sitio en que desde hacía largos años nunca había visto nada.
Dijo, pues, para sí: "¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de entrar dentro a ver lo que es!"
Entonces dió un rodeo y penetró en la torre, y vió al esclavo echado a la puerta; pero sin pararse, pasó por encima y entró en la habitación. ¡Y cual no fué su encantadora sorpresa al ver al joven que estaba echado medio desnudo en la cama! Empezó por pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó sigilosamente, después de haberse bajado las alas, que la molestaban un tanto en aquella habitación tan angosta. Y levantó por completo la colcha que tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su hermosura.
Así estuvo sin respirar una hora, por temor a despertarle antes de haber podido admirar a su gusto todas las delicadezas que le formaban, el color delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de pestañas llenas de sombra pálida y larguísima, la curva adorable de sus cejas, todo ello, incluso el olor embriagador de su piel y los reflejos dulces de su cuerpo, hubieron de emocionar a la gentil Maimuna, que en toda su vida de excursiones a través de la tierra habitable ,nunca había visto semejante belleza. Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:
-
- ¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que son mi locura, y se sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!
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- Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di a los que se atreven a motejar tu pasión: ¡Oh sensores, enseñadme un objeto tan hermoso como mi bien amado!
Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos con aquel espectáculo maravilloso, alabó a Alah exclamando: ¡Bendito sea el Creador que modela la perfección!"
Después pensó: "¿Y cómo los padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo en esta torre derruida? ¿No temerán los maleficios de los genios malos de mi raza que habitan en los escombros y en los lugares desiertos?
Pero, ¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, ¡juro otorgarle mi protección y defenderle contra todo efrit que, atraído por sus encantos, quiera abusar de él!"
Después se inclinó sobre Kamaralzamán, y le besó en los labios con gran delicadeza, y en los párpados, y en ambas mejillas, volviendo a taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas, volando por la alta ventana hacia el cielo.
Pero al llegar a la región media para tomar el fresco, y cuando se cernía tranquilamente, pensando en el joven dormido, de pronto, y nada lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch, genio de mala especie, uno de los rebeldes que no acatan ni reconocen la supremacía de Soleimán ben-Daúd.
Y este Dahnasch era hijo de Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.
Cuando Maimuna vió al mal Dahnasch, temió que el bribón vislumbrase la claridad de la torre y perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán, e iba a alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía a discreción, y le dijo temblando de miedo: "¡Oh poderosa Maimuna, hija del rey de los genios! ¡Te conjuro por el Nombre Augusto y por el talismán sagrado del sello de Soleimán, a que no uses de tu poder para hacerme daño! ¡Y por mi parte te prometo no hacer nada reprensible!"
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch, hijo de Schamhurasch: "¡Así sea! Me avengo a perdonarte. ¡Pero apresúrate a decirme de dónde vienes a estas horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé verídico en tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta a arrancarte las plumas de las alas con mis manos, a desollarte y a romperte los huesos, para precipitarte después como una masa! ¡No creas poder librarte con una mentira!, ¡oh Dalmasch!"
Entonces el efrit dijo: "¡Oh mi dueña Maimuna! ¡Sabe que en este momento me has encontrado muy a propósito para oír cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme siquiera dejarme ir en paz si satisfago tu deseo y darme un salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de todos los genios, mis enemigos del aire, el mar y la tierra, ya que eres la hija del rey de todos nosotros, Domriatt el formidable!" Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: "¡Te lo prometo por la gema grabada con el sello de Soleimán ben-Daúd! (sobre entrambos la oración y la paz). Pero habla, por fin, pues presiento que tu aventura es muy extraña". Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí mismo, y fue a colocarse al lado de Maimuna.
Después contó del modo siguiente su aventura:
"Sabe, ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un interior lejano, de los extremos de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, en donde se yerguen en derredor numerosas torres y se encuentran su corte, sus mujeres con sus adornos y sus guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de todos mis viajes y mis jiras, su hija única, El-Sett Budur!
"Y como le es imposible a mi lengua, aun exponiéndose a criar pelo, el pintarte la belleza de esa princesa, me contentaré con enumerarte sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha, pues, ¡oh Maimuna! "¡Te hablaré de su cabellera! ¡Luego te describiré su rostro! ¡Luego sus mejillas, luego sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos, y por fin sus pies, oh Maimuna!
“¡Bismilah!
"¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que la separación de los amigos! ¡Y cuando se reparte en tres trenzas, que descienden hasta sus pies, creo ver tres noches y a un tiempo!
"¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los amigos! ¡Si lo miro en el momento de brillar la luna llena, veo dos lunas a la vez!
"¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas; sus pómulos parecen la misma púrpura de los vinos, y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!
"¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua -cuando la mueve- segrega la elocuencia; y su saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!
"¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción viviente! ¡Sostiene dos pechos gemelos del marfil más puro, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!
"¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta armonía como los caracteres árabes en el sello de un escriba copto de Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento a. una cintura elástica ¡ya Alah! y formada...! Pero ¡y sus nalgas!
"¡Sus nalgas! ¡Oh, oh! ¡Me estremezco! ¡Son una masa tan pesada, que obligan a su ama a sentarse cuando se levanta y a levantarse cuando se acuesta! Verdaderamente, ¡oh dueña mía! ¡No puedo darte idea de ellas más que recurriendo a estos versos del poeta!
¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura menos frágil que aquella de que está suspendido!
¡Es, para ella y para mí, origen de torturas incesantes y de alboroto, pues!
A ella la obliga a sentarse cuando se levanta, y a mí, cuando pienso en él, me pone el zib siempre erguido.
"¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de mármol blanco, sólidos, unidos en lo alto por una corona. Después vienen las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra cómo pueden sostener tantos pesos superpuestos.
"En cuanto a su centro, ¡oh Maimuna! a decir verdad, ¡desespero de poder hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto! ¡Por ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, ni siquiera por ademanes me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades! "¡Y así es, poco más o menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur!
En este punto de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, aplazó la continuación para el siguiente día.
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