Ella dijo:
"... y te contestará oyendo y sometiéndose".
Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: "¡Por Alah! ¡Es una idea realizable!"
Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual tuvo paciencia el tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que asistiese a ella su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala, iluminándola con su presencia.
¡Y qué lunar en su barbilla! ¡Y qué perfume, ¡ya Alah! cuando pasaba! Y cuando se vió delante de su padre, besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando que su padre le dirigiera la palabra.
El rey le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Sabe que te mandé asistir a esta asamblea sólo para expresarte mi resolución de casarte con una princesa digna de tu categoría, y alegrarme así con mi posteridad antes de fallecer!"
Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintiose de improviso atacado por una especie de locura, que le dictó cierta respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los ojos, cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de la mortificación; y como estaba obligado a poner coto a tamaña insolencia en público, gritó a su hijo con voz terrible: "¡Ahora verás lo que cuesta a los hijos desobedecer a sus padres y no guardarles la consideración debida!" E inmediatamente mandó a los guardias que ataran a Kamaralzamán los brazos a la espalda y le encerraran en la torre vieja de la ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó a la puerta para vigilar al príncipe, y acudir a su llamamiento en caso de necesidad.
Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció mucho, y dijo para sí: "Acaso más me habría valido obedecer a mi padre y casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así habría evitado darle tal pena, y que me encerraran en esta especie de calabozo, en lo más alto de esta torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi infortunio sois la principal causa!"
Esto en cuanto a Kamaralzamán.
Pero con respecto a Schahramán, se retiró a sus aposentos, y al pensar que su hijo, al cual quería tanto, estaba en aquel momento solo, triste y encerrado, y quizá desesperado, empezó a lamentarse y a llorar. Porque su cariño al hijo era grandísimo, y le hacía olvidar la insolencia de que en público habíase hecho reo.
Y se enfureció mucho contra el visir, que fué quien le instigó a reunir la asamblea, por lo que le mandó llamar y le dijo: "¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado consejo, no me habría visto obligado a ser riguroso con mi hijo! ¡Vamos, habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos conduciremos en lo sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme a la idea del castigo que a estas horas está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!"
Entonces el visir le dijo: "¡Oh rey, ten paciencia, dejándole solo quince días encerrado, y verás cómo se apresura a someterse a tu deseo!" El rey dijo: "¿Estás bien seguro?"
El visir dijo: "¡Ciertamente!" Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué a tenderse en la cama, y pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón a causa de aquel único hijo que era su mayor alegría. Y durmió menos, porque estaba acostumbrado a que su hijo durmiera a su lado, en la misma cama, y a ponerle su propio brazo por almohada, velándole así personalmente el sueño. De modo que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en cuanto al rey Schahramán.
Y volvamos al príncipe Kamaralzamán.
Al caer la noche, el esclavo encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido que dejó a los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella habitación una cama bien acondicionada para el hijo del rey; y verificado esto, se retiró.
Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus abluciones, recitó algunos capítulos del Corán, y pensó en desnudarse para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más que la camisa encima del cuerpo, y se puso a la cabeza un pañuelo de seda azul. Y más que nunca parecía así tan hermoso como la luna de la noche 14. Se tendió entonces en la cama y aunque desconsolado con la idea de haber enojado a su padre, no tardó en dormirse profundamente.
Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que iba a ocurrir aquella noche, en aquella torre vieja, frecuentada por los genios del aire y de la tierra.
En efecto...
En este punto de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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