Ella dijo:
...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre.
Entonces el rey Schahramán le dijo: "¡Oh hijo mío Kamaralzamán: mucho desearía no morirme sin verte casado, para alegrarme contigo y ensancharme el corazón con tu boda!"
Al oír estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de color, y contestó con voz alterada:
"¡Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto a las mujeres! ¡Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído en los libros de los sabios tantos ejemplos de sus maldades y perfidias, que llegué a preferir la muerte a su proximidad! Y por otra parte, ¡oh padre mío! escucha lo que a tal respecto dicen nuestros más estimados poetas:
¡Desdichado aquel a quien el destino dota de una mujer! ¡Está perdido, aunque para encerrarse edifique mil fortalezas de piedras unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las sacudirían los ardides de esas criaturas!
¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos, alargados con kohl negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará pasar por la garganta tantos pesares, que le cortarán la respiración!
Otro dice:
¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres! ¡Sabéis que estoy versado en el conocimiento de sus fechorías, y gastado por toda la experiencia que he adquirido!
¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!...? ¡Huid de ellas! ¡Ya veis que mi cabeza ha encanecido! ¡Ya podéis adivinar cuáles fueron los resultados de su amor!
Y ha dicho otro:
¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadáver que ni los buitres querrían!
¡De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto a ti mimosamente secretos que no lo son! ¡Qué error! ¡Mañana pertenecerán a otro sus muslos y sus partes mejor guardadas!
¡Créeme, ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que llega! ¡Penetra en ella si quieres; pero al día siguiente sal y vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que a su vez habrán de abandonar, si conocen la cordura!
"¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en suicidarme si me quieres obligar a que me case!"
Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo confuso y afligido, y la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos. Pero como quería excesivamente a su hijo, y deseaba no ocasionarle penas, se contentó con decirle: "Kamaralzamán, no he de insistir sobre un asunto que, por lo que veo, no te agrada. ¡Pero todavía eres joven, tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en la alegría que me produciría verte casado y con hijos!"
Y aquel día no volvió a hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo buenos regalos, y procedió del mismo modo con él durante un año.
Pero pasado el año, le mandó llamar como la primera vez, y le dijo: "¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi ruego, y has reflexionado sobre lo que te pedí, sobre la felicidad que me causaría que te casaras?"
Entonces Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: "¡Oh, padre mío! ¿Cómo olvidar tus consejos, ni dejar de obedecerte, cuando el mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión? Pero por lo que afecta al matrimonio, he reflexionado todo este tiempo, y estoy más resuelto que nunca a no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos me enseñan a evitar las mujeres a toda costa, ¡pues son taimadas, necias y repugnantes! ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me mate!"
Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería contraproducente todavía insistir más u obligar a la obediencia a aquel hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y mandó llamar aparte al gran visir, a quien dijo: "¡Oh mi visir! ¡Qué locos son los padres que desean tener hijos! ¡Sólo dan penas y decepciones! ¡He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año pasado a huir de las muchachas y del matrimonio! ¡Qué desdicha la mía, oh mi visir! ¿Y cómo la remediaremos?
Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó largo rato. Y luego levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey del siglo! he aquí el remedio que vamos a emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez de hablarle de eso en secreto, reúne a todos los emires, visires y grandes de la corte, así como a todos los oficiales de palacio, y delante de todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora.
Y entonces no se atreverá a desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará oyendo y sometiéndose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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