Ella dijo:
"...y le estreché contra mi pecho y le dije muchas cosas para consolarlo un poco, pero no lo pude conseguir, y me dijo: "¡Oh Amín, como sé que mi alma va a escaparse, deseo antes de morir dejarte una muestra de gratitud!" Y ordenó a sus esclavos: "¡Traed tal y cuál cosa!". Y enseguida los esclavos se apresuraron a traer toda clase de objetos preciosos, vasijas de oro y plata, alhajas de mucho valor. Y me dijo: "¡Te ruego que aceptes esto en sustitución de lo que te han robado!"
Y mandó a los esclavos que transportaran todo a mi casa. Enseguida dijo: "¡Sabe, amigo mío, que en este mundo todas las cosas tienen un fin! ¡Desdichado de quien no alcanza su fin en el amor, pues no le queda más que la muerte! ¡Y si no fuera por mi respeto a la ley del Profeta (¡sea con él la paz!), ya habría yo apresurado el momento de esa muerte, que comprendo que se aproxima! ¡Si supieras los sufrimientos que se ocultan bajo de mis costillas! ¡No creo que haya hombre que haya sufrido tantos dolores como los que llenan mi corazón!"
"Entonces le dije que la confidente me aguardaba en casa para saber noticias suyas, enviada con tal objeto por Schamsennahar. Y fui en busca de la joven para contarle la desesperación del príncipe, y que presentía su fin, y dejaría la tierra sin más pesar que el de verse separado de su amada.
"A los pocos momentos de llegar a mi casa vi entrar a la confidente llena de emoción y de trastorno, y de sus ojos brotaban abundantes lágrimas.
Y yo, cada vez más alarmado, le pregunté: "¡Por Alah! ¿Qué pasa ahora? ¿Puede haber algo peor que lo que nos ha ocurrido?"
Ella me contestó temblando: "¡Ya nos ha caído encima lo que tanto temíamos! ¡Estamos perdidos sin remedio, desde el primero hasta el último! El califa se ha enterado de todo y he aquí lo ocurrido. A consecuencia de la indiscreción de una de sus esclavas, el jefe de los eunucos entró en sospechas, y empezó a interrogar una por una a todas las doncellas de Schamsennahar. Y a pesar de sus negativas, dió con la pista y lo descubrió todo. Enteró inmediatamente al califa, que mandó llamar a la favorita, ordenando que la acompañaran, contra su costumbre, veinte eunucos de palacio. ¡De modo que todas estamos en el límite del espanto! ¡Y yo he podido zafarme un momento para avisarte del peligro que nos amenaza! ¡Ve, pues, a prevenir al príncipe que tome las precauciones necesarias!"
Y dicho esto, la joven regresó corriendo a palacio.
Entonces el mundo se ennegreció ante mis ojos, y exclamé: "¡No hay poder ni hay fuerza más que en Alah el Altísimo y Omnipotente!" ¿Qué otra cosa podía decir frente al Destino? Resolví volver a la casa del príncipe, aunque hacía pocos momentos que lo había dejado; y sin darle tiempo a pedirme ninguna explicación, le grité: "¡Oh Alí, no tienes más remedio que seguirme, o te espera la muerte más ignominiosa! ¡El califa lo sabe todo, y a estas horas habrá ordenado prenderte! ¡Alejémonos, sin perder un momento, y traspongamos las fronteras de nuestro país, fuera del alcance de quienes te buscan!"
Y enseguida, en nombre del príncipe, mandé a los esclavos que cargaran tres camellos con los objetos más valiosos y con víveres suficientes para el camino. Ayudé al príncipe a montar en otro camello, en el cual también monté yo detrás de él. Y en cuanto el príncipe se despidió de su madre nos pusimos en camino, tomando el del desierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta, como siempre.
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