Ella dijo:
...dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra. Y era la hora del llamamiento a la oración, en los alminares, al ponerse el sol. Y cuando afuera la voz extática de los muecines invocaba las bendiciones de Alah sobre la tierra, Schamsennahar se levantó el velo ante los ojos de Ben-Bekar.
Y al verse ambos amantes, cayeron desvanecidos, y tardaron como una hora en reponerse. Cuando por fin abrieron los ojos, se miraron silenciosa y largamente, sin llegar a poder expresar de otro modo su pasión. Y cuando tuvieron bastante dominio de sí mismos para poder hablar, se dijeron palabras tan dulces, que la esclava y el joven Amín no pudieron menos de llorar en su rincón.
Pero no tardó el joyero en suponer que era hora de servir a sus huéspedes, y ayudado por la esclava se apresuró a llevarles en primer lugar los perfumes agradables, que los prepararon para probar las viandas, las frutas y las bebidas, que eran abundantes y de primera calidad. Después Amín les echó agua en las manos, y les alargó las toallas de flecos de seda. Y entonces, completamente repuestos de su emoción, pudieron empezar a disfrutar realmente de la dicha de verse reunidos. Y Schamsennahar dijo a la esclava: "¡Dame ese laúd, para que cante la pasión inmensa que grita dentro de mi alma!" Y la confidente le presentó el laúd, que Schamsennahar se puso en las rodillas, y después de haberle templado rápidamente, preludió una melodía. Y el instrumento, manejado por sus dedos, sollozaba y reía, como si hablase su alma, extasiando a todos. Y con la mirada perdida en los ojos de su amigo, Schamsennahar cantó:
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- ¡Oh cuerpo mío de enamorada, te has hecho diáfano al esperar al muy amado! ¡Pero ya está aquí! ¡El ardor de mis mejillas, bajo las lágrimas se endulza con la brisa de su llegada!
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- ¡Oh noche bendita al lado de mi amigo, das a mi corazón más dulzura que todas las noches de mi destino!
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- ¡Oh noche que aguardaba! ¡Mi muy amado me enlaza con su brazo derecho y yo con el izquierdo le envuelvo alegre!
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- ¡Le envuelvo, y con mis labios aspiro el vino de su boca, mientras sus labios me vacían por completo! ¡Así me apodero de la colmena y de toda la miel!
Después el joyero Amín, suponiendo que su presencia ya no era necesaria, y en el colmo del placer al ver a los dos amantes uno en brazos del otro, se decidió a dejarlos solos en la casa para no exponerse a molestarlos, y se retiró discretamente. Emprendió el camino de su casa, y con el ánimo completamente tranquilo se acostó pensando en la felicidad de sus amigos y durmió hasta por la mañana.
Pero al despertarse vió delante de él a su esclava negra, con la cara trastornada por el espanto. Y cuando abría la boca para preguntarle lo que le había pasado, la negra le señaló con silencioso ademán a un vecino que estaba a la puerta aguardando que despertase.
El vecino se acercó a una señal de Amín, y después de saludarle le dijo: "¡Oh mi vecino, vengo a consolarte por la espantosa desgracia que ha caído esta noche sobre tu casa!" El joyero exclamó: "¡Por Alah! ¿De qué desgracia hablas?" Y el hombre dijo: "Puesto que no te has enterado todavía, sabe que esta noche, apenas habías vuelto a tu casa, unos ladrones cuya primera hazaña no debe de ser ésta, y que probablemente te habrían visto la víspera trasladar a tu segunda casa cosas preciosas, han aguardado que salieras para precipitarse dentro de la casa, donde no pensaban encontrar a nadie; pero vieron a unos huéspedes que había alojado allí esta noche, y probablemente los habrán matado y hecho desaparecer, pues no se ha podido dar con sus huellas. En cuanto a la casa, los ladrones la han saqueado por completo, sin dejar ni una estera ni un almohadón. ¡Y está ahora más limpia y vacía que nunca!"
Al oír esto, el joven Amín levantó los brazos lleno de amargura: "¡Qué desgracia tan grande! ¡Mis bienes y todos los objetos que me habían prestado los amigos se han perdido sin remisión, pero esto no vale nada comparado con la pérdida de mis huéspedes!"
Y enloquecido, descalzo y en camisa, corrió a su segunda casa, seguido de cerca por el vecino, que trataba de consolarle. ¡Y vió, efectivamente, que las habitaciones resonaban como cosa vacía! Entonces se desplomó llorando, prorrumpiendo en suspiros, y luego exclamó: "¿Y qué haré ahora, vecino?"
El vecino contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta como siempre.
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