Ella dijo:
... se despidió de Abalhassan, y se fue por su camino.
Y he aquí que a los tres días se dispuso a visitarle, pero encontró, la casa completamente vacía.
Entonces preguntó a los vecinos, y le contestaron: "Se ha ido a Bassra, pero nos ha dicho que su ausencia será corta, pues apenas cobre el dinero que le deben unos parroquianos volverá a Bagdad". Comprendió entonces que Abalhassan había acabado por ceder a sus terrores, y había creído más prudente desaparecer por si la aventura amorosa llegaba a oídos del califa. Y he aquí que al principio no supo Amín qué era lo más conveniente, hasta que al fin se dirigió hacia la casa de Ben-Bekar. Allí rogó a uno de los esclavos que le llevase a presencia de su señor, y el esclavo le hizo entrar en el salón en donde estaba Ben-Bekar tendido en unos almohadones y muy pálido.
Le deseó la paz, y Ben-Bekar le devolvió el saludo. Entonces le dijo: "¡Oh mi señor! aunque mis ojos no hayan tenido el gusto de conocerte hasta ahora, vengo en primer lugar a pedirte perdón por no haber venido antes a saber de tu salud. ¡Y después he de enterarte de una cosa que te será desagradable, pero también traigo el remedio que te lo hará olvidar todo!"
Y Ben-Bekar, trémulo de emoción, le preguntó: "¡Por Alah! ¿Qué cosas más desagradables pueden sorprenderme ahora?" Y el joven joyero dijo: "¡Sabe, oh mi señor! que he sido el confidente de tu amigo Abalhassan, y que nunca me ocultaba cuanto le ocurría. Y he aquí que hace tres días, Abalhassan, quien generalmente venía a verme todas las noches, ha desaparecido. ¡Y como sé que eres amigo suyo, vengo a preguntarte si sabes dónde está y por qué se ha marchado sin decir nada a sus amigos!"
Al oír estas palabras, el pobre Ben-Bekar llegó al límite más extremo de la palidez, de tal modo, que por poco pierde el conocimiento.
Al fin pudo decir: "¡Pues también para mí es nueva la noticia! ¡Ignoraba que se hubiera marchado Ben-Taher! ¡Pero si enviase a uno de mis esclavos a preguntar por él, acaso supiéramos la verdad!" Entonces ordenó a un esclavo: "Ve a casa de Abalhassan ben-Taher, y pregunta si está de viaje. Y en este caso que te digan adónde se marchó".
El esclavo salió en busca de noticias, y volvió al cabo de un rato, y dijo a su amo: "Los vecinos me han contado que Abalhassan se ha marchado a Bassra. En aquella calle he encontrado a una joven que también preguntaba por Abalhassan, y que me ha dicho: "¿Eres de la servidumbre del príncipe Ben-Bekar?" y al contestarle afirmativamente, me ha dicho que tenía que comunicarte una cosa, y me ha acompañado hasta aquí". Entonces Ben-Bekar exclamó: "¡Que entre en seguida!"
Y a los pocos momentos entró la joven, y Ben-Bekar conoció a la confidente de Schamsennahar. La esclava se acercó, y después de las acostumbradas zalemas, le dijo al oído algunas palabras que le iluminaron y le ensombrecieron el semblante sucesivamente.
Entonces el joven joyero creyó oportuno pronunciar algunas palabras, y dijo: "¡Oh mi señor, y tú, joven esclava! sabed que Abalhassan, antes de partir, me ha revelado cuanto sabía, y me ha expresado todo su terror al pensar que el asunto pudiese llegar a descubrirlo el califa. Pero yo, que no tengo mujer, ni hijos, ni familia, estoy dispuesto con toda el alma a reemplazarle junto a vosotros, pues me han conmovido profundamente los pormenores que me ha referido acerca de vuestros amores desgraciados.
Si aceptáis mis servicios, os juro por nuestro Santo Padre (¡sean con él la plegaria y la paz!) que os seré tan fiel como mi amigo Ben-Taher, pero más firme y constante. Y aunque no aceptarais mi ofrecimiento, no temáis que no sepa callar el secreto que se me ha confiado.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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