Ella dijo:
... ¡Temo que nada bueno me presagien! Y como sé que eres hombre de fiar y un buen amigo, quiero revelarte el proyecto que tengo pensado, para librar a mi familia y a mí mismo de este trance peligroso".
Y el joven joyero dijo: "¡Puedes hablar con toda confianza! ¡Oh Abalhassan! ¡Encontrarás en mí un hermano dispuesto a toda abnegación para servirte!"
Y Abalhassan dijo: "¡Tengo pensado, ¡oh Amín! cobrar lo que me deben, pagar mis deudas, vender con rebaja mis mercancías, realizar todo cuanto pueda, y marcharme muy lejos, por ejemplo a Bassra, donde aguardaré los acontecimientos! Porque ¡oh Amín! esta situación se va haciendo intolerable, y no puedo vivir desde que me asedia el temor de que me denuncien como cómplice de toda esta intriga amorosa. ¡Es muy probable que acabe por saberlo todo el califa!"
Al oír estas palabras, contestó el joven joyero: "Verdaderamente, ¡oh Abalhassan! tu resolución es muy cuerda, y la única que un hombre avisado puede concebir a poco que reflexione. ¡Alah te muestre el mejor camino para salir de este mal paso! ¡Y si mi auxilio puede decidirte a partir, heme aquí pronto a ocupar tu puesto y a servir a tu amigo Ben-Bekar con mis ojos!" Abalhassan dijo: "Pero ¿cómo te las vas a componer si no conoces a Alí ben-Bekar, ni estás en relaciones con el palacio ni con Schamsennahar?"
Amín respondió: "En cuanto al palacio, ya he tenido ocasión de vender allí alhajas, precisamente por mediación de la joven confidente de Schamsennahar. Y respecto a Alí ben-Bekar, nada me será tan fácil como conocerle e inspirarle confianza. Tranquilízate, pues, y si quieres marcharte no te preocupes de lo demás, ¡que Alah, como dueño de todas las puertas, sabe abrir cuando le place todas las entradas!" Y dichas estas palabras, el joyero Amín se despidió de Abalhassan, y se fué por su camino.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente
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