2023/09/17

Noche 139


Pero cuando llegó la 139ª noche

Ella dijo:
El gran chambelán dijo a su esposa Nozhatú: "Has de saber que el joven Kanmakán ha llegado a la pubertad hace tiempo, y siente inclinación hacia tu hija Fuerza del Destino. Por consiguiente, hay que separarlos desde ahora, porque es muy peligroso acercar la leña al fuego. Así, pues, tu hija no saldrá de las habitaciones de las mujeres, ni se descubrirá la cara, porque ya no está en la edad en que las muchachas pueden salir descubiertas. ¡Y sobre todo, cuida de que no se vean, pues en cuanto haya el menor motivo, impediré para siempre a ese joven que se deje llevar de los instintos de su perversidad!"
Nozhatú, en cuanto su marido se marchó, se puso a llorar, buscó a su sobrino Kanmakán, y le enteró de todo. Después dijo: "Sabe, ¡oh sobrino mío! que sin embargo te facilitaré que puedas hablar con Fuerza del Destino, pero con una puerta por medio. ¡Por lo tanto, ten paciencia hasta que Alah se compadezca de ti!"
Pero Kanmakán sintió que toda su alma se trastornaba al oír aquella noticia. Y exclamó: "¡No viviré ni un momento más en un palacio en el cual debería ser yo el único que mandase! ¡Y tampoco sufriré por más tiempo que las piedras de esta casa presencien mis humillaciones!" Enseguida se despojó de su traje, se cubrió la cabeza con un gorro de saalik, se echó sobre los hombros un viejo manto de nómada, y sin tomarse tiempo para despedirse de su madre ni de su tía, se dirigió apresuradamente hacia las puertas de la ciudad. Y como provisiones para el camino, sólo llevaba en el saco un pan de tres días.
Apenas se abrieron las puertas de la ciudad, fué el primero que las franqueó y se alejó a muy buen paso, recitando estas estrofas a manera de despedida:
¡Ya no te temo, corazón mío; puedes latir hasta romperte dentro de mi pecho! ¡Mis ojos ya no pueden enternecerse, ni en mi alma puede tener asiento la piedad!
¡Corazón agobiado por el amor, mi voluntad, a pesar tuyo, no ha de doblegarse ni ha de aceptar más humillaciones, aunque viese que se derretía por completo mi cuerpo!
¡Perdóname! Si me apiadara de ti, corazón mío, ¿qué sería de mi energía? ¡El que se deja vencer por los ojos de fuego, no podrá quejarse de caer herido de muerte!
¡Quiero brincar libremente por la tierra sin límites, la buena tierra amplia y maternal, para salvar mi alma de todo cuanto pudiera apagar su vigor!
¡Combatiré con los héroes y con las tribus, me enriqueceré con el botín tomado a los vencidos, y poderoso con mi gloria y mi fuerza, volveré triunfal y todas las puertas se me abrirán solas!
¡Porque sábelo bien, corazón inocente: para tener los preciados cuernos del animal, hay que empezar por domar al animal o matarlo!
Mientras el joven Kanmakán huía de la ciudad, su madre, no habiéndole visto en todo el día, le buscó por todas partes sin encontrarle. Entonces se echó a llorar y esperó impaciente su regreso, muy alarmada.
Pero pasaron el primer día, el segundo, el tercero y el cuarto, y nadie tuvo noticias de Kanmakán. Entonces su madre se encerró para llorar en su aposento, y decía desde lo más profundo de su dolor: "¡Oh hijo mío! ¿Hacia dónde dirigiré mis llamamientos? ¿Hacia qué país correré a buscarte? ¿Qué pueden estas lágrimas que derramo por ti? ¿En dónde estás, hijo mío?"
Y la pobre madre no quiso beber ni comer, y su dolor fué conocido por toda la ciudad y compartido por todos los habitantes, que querían mucho al joven Kanmakán y al rey, su difunto padre. Y todos clamaban: "¿Dónde estás, ¡oh pobre Daul'makán! rey bueno y justo? ¡Se ha perdido tu hijo, y ninguno de los que colmaste de beneficios sabe encontrar su rastro! ¡Pobre descendencia de Ornar Al-Nemán! ¿Qué ha sido de ti?"
Y en cuanto a Kanmakán, he aquí que caminó durante todo el día, y no descansó hasta que cerró la noche. Al otro día y los siguientes caminó también, alimentándose de las plantas que cogía y bebiendo en los manantiales y en los arroyos. Al cabo de cuatro días llegó a un valle cubierto de bosques, por donde corrían las aguas y cantaban las aves y las palomas. Y allí se detuvo, hizo sus abluciones y después su plegaria, y habiendo cumplido de tal suerte sus deberes, como llegaba la noche se tendió bajo un árbol y se durmió. Permaneció dormido hasta medianoche. Entonces en medio del silencio del valle surgió una voz de entre las rocas y lo despertó.
Y la voz cantaba:
¡Vida del hombre! ¿Qué valdrías si no relampaguease la sonrisa en los labios de la amada, si no tuvieses el bálsamo de su rostro?
¡Oh muerte! ¡Sería deseable si mis días hubiesen de transcurrir siempre lejos de mi amiga, aquella que ni las amenazas ni el destierro me haría olvidar!
¡Oh alegría de los amigos que se reúnen en la pradera para beber los vinos exquisitos de manos del copero! ¡Oh qué alegría la suya; cómo los abrasa la pasión cuando toman la copa de manos del copero!
¡Primavera! ¡Tus flores, al abrirse al lado de la muy amada, curan en mi alma las durezas pasadas, los dolores de la suerte ciega! ¡Oh primavera, tus flores en la pradera!...
¡Y tú, amigo, que bebes el licor rojo y perfumado, mira! ¡Debajo de tu mano se extiende la tierra, alegre con sus aguas, sus colores y su fecundidad!
Después de este canto admirable, que se elevaba entre la noche, se levantó Kanmakán, y quiso descubrir entre las tinieblas el sitio de donde salía la voz; pero sólo pudo distinguir vagamente los troncos de los árboles que se recortaban sobre el río. Descendió hasta la misma orilla del río, y la voz se hizo más distinta, cantando este poema en medio de la noche:
¡Entre ella y yo hay juramento de amor! ¡Y por eso he podido dejarla en la tribu!
¡Mi tribu es la más rica en caballos veloces y en muchachas de ojos negros! ¡Es la tribu de Taim!
¡Brisa! ¡Su soplo llega hasta mí viniendo de entre los Beni-Taim! ¡Pacífica mi hígado y me embriaga!
Dime, esclavo Sabab: ¿aquella cuyo tobillo se ciñe con el cascabel sonoro, se acuerda alguna vez de mis juramentos de amor? ¿Y qué dice?
¡Ah pulpa de mi corazón, un escorpión me ha picado! ¡Ven, amiga! ¡Me curaré con el antídoto de tus labios, aspirando tu saliva y su frescura!
Cuando Kanmakán hubo oído por segunda vez este canto misterioso, quiso de nuevo ver en las tinieblas; pero como no lo pudo lograr, se subió a la cima de un peñasco, y con toda su voz, clamó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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