Ella dijo:
...y fué como si nunca hubiese sido. ¡Porque el tiempo lo siega todo y nada recuerda! ¡Y aquel que quiera saber el destino de su nombre en lo futuro, aprenda a mirar el destino de quienes le precedieron en el morir!
Tal es la historia del rey Daul'makán, hijo del rey Omar Al-Nemán y hermano del príncipe Scharkán. ¡Téngalos Alah en su misericordia infinita!
Pero a contar de aquel día, y para no desmentir el proverbio que dice: "¡Quien deja posteridad no muere!", empezaron las aventuras del joven Kanmakán, hijo de Daul'makán.
Aventuras del joven Kanmakan, hijo de Daul'makan
En efecto, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- en cuanto al joven Kanmakán y su prima Fuerza del Destino, ¡cuán hermosos se habían hecho! La armonía de sus facciones llegó a ser más exquisita, sus perfecciones germinaron en su plenitud; y realmente, sólo se les podía comparar con dos ramas llenas de frutos, y con dos lunas esplendorosas.
Y para hablar particularmente de cada uno de ellos, hay que decir que Fuerza del Destino reunía todo lo necesario para volver loco a cualquiera, pues en su regia soledad, y aislada de todas las miradas, la blancura de su tez se había hecho sublime, su cintura se había adelgazado lo precisamente necesario, y aparecía derecha como la letra aleph; sus caderas eran absolutamente adorables en su maciza pompa, y en cuanto al sabor de su saliva, ¡oh leche, oh vinos, oh dulces! ¿Qué sois?
Y para decir algo respecto a sus labios, que eran del color de las granadas, ¡hablad vosotras, delicias de las frutas maduras! Y en cuanto a sus mejillas, ¡sus mejillas! hasta las mismas rosas habrían reconocido su superioridad. Así son verdaderas estas palabras del poeta en honor suyo:
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- ¡Embriágate, corazón mío! ¡Bailad de júbilo en vuestras órbitas, ojos míos! ¡Hela aquí! ¡Constituye las delicias del mismo que la creó!
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- ¡Sus párpados desafían al kohl a que los haga más oscuros! ¡Siento que sus miradas atraviesan mi corazón, como si fueran la espada del Emir de los Creyentes!
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- ¡En cuanto a sus labios! ¡Oh jugo que brotas de las uvas maduras antes de pisarlas! ¡Jarabe que filtras bajo la prensa de las perlas!
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- ¡Y vosotras, ¡oh palmeras que sacudís vuestros a la brisa los racimos de vuestros cabellos! he aquí su cabellera!
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- ¡Apenas circuncidado, la seda adornó amorosamente la dulzura de su barbilla, para luego con la edad sombrear sus mejillas con un terciopelo negro de tejido muy apretado!
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- ¡Ante los ojos encantados de quienes le miraban, parecía el cervatillo que ensaya una danza tras los pasos de su madre!
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- ¡Para las almas atentas que le seguían, sus mejillas, dispensadoras de la embriaguez, ofrecían el rojo color de una sangre tan delicada como la miel de su saliva!
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- ¡Pero a mí, que consagro mi vida a la adoración de sus encantos, lo que me arrebata el alma es el color verde de su calzón!
En cuanto a la otra parte del pueblo y del ejército, había permanecido fiel al nombre y al descendiente de Omar Al-Nemán, y cumplía sus deberes bajo la dirección del anciano visir Dandán. Pero el visir Dandán, ante las amenazas del gran chambelán, había acabado por alejarse de Bagdad, y se había retirado a una ciudad vecina, aguardando que el Destino ayudase al huérfano a quien se quería desposeer de sus derechos.
Así es que el gran chambelán, no teniendo nada que temer, había obligado a Kanmakán y a su madre a que se encerraran en sus habitaciones, y hasta había prohibido a Fuerza del Destino que tuviese relación alguna con el hijo de Daul'makán; de suerte que la madre y el hijo vivían muy retirados, aguardando que Alah se dignara devolver sus derechos a aquel a quien correspondían.
Pero de todos modos, a pesar de la vigilancia del gran chambelán, Kanmakán podía ver en ocasiones a su prima, y hasta hablarle, pero sólo furtivamente. Y un día que no pudo verla, y que su amor le torturaba el corazón, cogió un pliego de papel y le escribió estos versos apasionados:
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- ¡Andabas, ¡oh amada mía! entre tus esclavas, bañada en toda tu belleza! ¡Al pasar tú, las rosas se secaban de envidia en sus tallos, al compararse con tus mejillas!
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- ¡Los lirios guiñaban el ojo ante tu blancura; las manzanillas floridas, sonreían ante la sonrisa de tus dientes!
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- ¿Cuándo acabará mi destierro; cuándo se curará mi corazón de los dolores de las ausencias; cuándo mis labios dichosos se acercarán por fin a los de mi amada?
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- ¿Podré saber por fin si es posible nuestra unión aunque sólo fuese por una noche, para ver si compartes las sensaciones que en mí se desbordan?
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- ¡Concédame Alah paciencia en mis males, como el enfermo que soporta el cautiverio, pensando en la curación!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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