Pero cuando llegó la 135ª noche
Ella dijo:
"¿Qué dices, ¡oh jefe de los eunucos!? ¿No sabes que esta esclava ha sido llamada por la princesa para utilizar su arte de bordadora? ¿No sabes que es una de las bordadoras de esos admirables dibujos de la princesa?
"Pero el eunuco refunfuñó: "¡No hay bordados que valgan! ¡He de palpar a la recién venida, y examinarla por todos lados, por delante, por detrás, por arriba y por abajo!"
Al oír estas palabras, la vieja desató su furor, se plantó delante del eunuco, y dijo: "¡Y yo que te había tenido siempre por modelo de cortesía y de buenos modales! ¿Qué te ha dado de repente? ¿Quieres que te expulsen del palacio?"
Y volviéndose hacia Diadema, le gritó: "¡Hija mía, perdona a este jefe! ¡Son bromas suyas! ¡Pasa, pues, sin temor!"
Entonces Diadema franqueó la puerta moviendo las caderas y dirigiendo una sonrisa por debajo del velillo al jefe de los eunucos, que quedó asombrado ante la belleza que dejaba entrever la leve gasa. Y guiado por la vieja, atravesó un corredor, después una galería, inmediatamente otros corredores y otras galerías, y así hasta llegar a una sala que daba a un gran patio y que tenía seis puertas, cuyos amplios cortinajes estaban echados. Y la vieja dijo: "Cuenta esas puertas una tras otra, y entra por la séptima. ¡Y encontrarás, ¡oh joven mercader! lo que es superior a todas las riquezas de la tierra, la flor virgen; la carne juvenil, la dulzura que se llama Sett-Donia!"
Entonces el príncipe contó las puertas una tras otra, y entró por la séptima. Y al dejar caer de nuevo la cortina, se levantó el velillo que le tapaba la cara. La princesa, en aquel momento, estaba durmiendo sobre un magnífico diván. Y su único vestido era la transparencia de su piel de jazmín. De toda ella se desprendía como un impaciente llamamiento a las caricias desconocidas. Entonces el príncipe se desembarazó rápidamente de las ropas que le estorbaban, y brincó hacia el diván, cogiendo en brazos a la princesa dormida. Y el grito de espanto de la joven, despertada de improviso, quedó ahogado por unos labios que la devoraban. Así se verificó el primer encuentro del hermoso príncipe Diadema y la princesa Donia, en medio de los muslos que se entrelazaban y de las piernas trepidantes.
Y aquello duró del mismo modo durante todo un mes, sin que uno ni otro interrumpieran el estallido de los besos, ni el gorjeo de las risas, que bendecía el Ordenador de todas las cosas bellas. Esto en cuanto a ellos.
Pero respecto al visir y a Aziz, he aquí que estuvieron aguardando hasta la noche el regreso de Diadema. Y cuando vieron que no llegaba, empezaron a alarmarse seriamente. Y cuando apareció la mañana, sin que hubiesen tenido noticias del imprudente príncipe, ya no dudaron de su perdición y quedaron completamente desconcertados. Y en su dolor y perplejidad, no supieron qué hacer. Y Aziz dijo, con voz ahogada: "¡Las puertas del palacio ya no volverán a abrirse para nuestro amo! ¿Qué haremos ahora?" El visir dijo: "¡Aguardar aquí, sin movernos!" Y así permanecieron durante todo el mes, sin comer ni dormir, lamentando aquella desgracia irremediable. Y como al cabo de un mes seguían sin saber nada del príncipe, el visir dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Qué situación tan difícil! Creo que lo mejor es volver a nuestra tierra y enterar al rey de esta desgracia, porque si no, nos echaría en cara el haber dejado de avisarle". Hicieron, pues, los preparativos del viaje, y partieron para la Ciudad Verde, que era la capital del rey Soleimán-Schach.
Y apenas habían llegado, se apresuraron a enterar al rey, relatándole toda la historia y el fin desdichado de la aventura. Y al terminar rompieron en sollozos.
Al oír aquella noticia tan terrible, el rey Soleimán creyó que el mundo entero se desplomaba sobre él, y cayó sin conocimiento. ¿Pero de qué servían ya las lágrimas? Así es que el rey, reprimiendo aquel dolor que lo roía el hígado y le ennegrecía el alma y toda la tierra ante su vista, juró que iba a vengar la pérdida de su hijo con una venganza sin precedentes. Y enseguida se dispuso que los pregoneros llamaran a todos los hombres capaces de esgrimir la lanza y la espada, y a todo el ejército con sus jefes. Y mandó sacar todos los ingenios de guerra, las tiendas de campaña y los elefantes, y seguido de todo su pueblo, que lo quería extraordinariamente por su justicia y su generosidad, se puso en camino hacia las Islas del Alcanfor y el Cristal.
Mientras tanto, en el palacio iluminado por la dicha, los dos amantes se adoraban cada vez más y sólo se levantaban de las alfombras para beber y cantar juntos. Esto duró por espacio de seis meses.
Pero un día en que el amor le arrebató hasta el último límite, Diadema dijo: "¡Oh adorada de mis entrañas! ¡Aún nos falta una cosa para que nuestro amor sea completo!" Ella, asombrada, repuso: "¡Oh Diadema, luz de mis ojos! ¿Qué puedes desear más? ¿No posees mis labios y mis pechos, mis muslos y toda mi carne, y mis brazos que enlazan y mi alma que te desea? Si anhelas todavía otras cosas de amor que yo no conozca, ¿por qué tardas en hablarme de ellas? ¡Verás inmediatamente si tardo en ejecutarlas!"
Diadema dijo: "¡Oh alma mía!, no se trata de eso. Déjame revelarte quién soy. Sabe, ¡oh princesa! que soy un hijo de rey y no un mercader del zoco. Y el nombre de mi padre es Soleimán, soberano de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. ¡Y él fué quien en otro tiempo envió su visir para pedir tu mano para mí! ¿No recuerdas que entonces rechazaste esta unión y amenazaste al jefe de los eunucos que te hablaba de ella? Pues bien: realicemos hoy lo que nos negó el pasado y marchemos juntos hacia la verde Ispahán!"
La princesa Donia, al oír estas palabras, se enlazó más alegre al cuello del hermoso Diadema, y efusivamente le contestó: "Escucho y obedezco". Y ambos, aquella noche, dejaron que el sueño les venciese por primera vez, pues durante los diez meses transcurridos, el albor de la mañana los sorprendía entre abrazos, besos y otras cosas semejantes.
Y mientras dormían los dos amantes, cuando ya había salido el sol, todo el palacio estaba en movimiento, y el rey Schahramán, sentado en los almohadones de su trono y rodeado por los emires y grandes del reino, recibía al gremio de joyeros con su jefe a la cabeza. Y el jefe de los joyeros ofreció como homenaje al rey un estuche maravilloso que contenía diamantes, rubíes y esmeraldas por valor de más cien mil dinares. Y el rey Schahramán, habiendo quedado muy satisfecho del homenaje, llamó al jefe de los eunucos, y le dijo: "¡Toma, Kafur, ve a llevar esto a tu ama la princesa Sett-Donia! Y vuelve a decirme si este regalo es de su gusto".
Y enseguida el eunuco Kafur se dirigió hacia el pabellón reservado en que vivía completamente sola la princesa.
Pero al llegar, el eunuco vió tendida sobre una alfombra, guardando la puerta, a la nodriza Dudú, y las puertas del pabellón estaban todas cerradas y los cortinajes echados. Y el eunuco pensó: "¿Cómo es posible que esté durmiendo a esta hora tan avanzada, cuando no es ésa su costumbre?"
Después, como no se atrevía a presentarse ante el rey sin haber cumplido su orden, saltó por encima de la vieja, empujó la puerta, y entró en la sala. ¡Y cuál no sería su espanto al ver a Sett Donia desnuda, dormida entre los brazos del joven, con una porción de señales de una fornicación extraordinaria!
Al ver esto, el eunuco recordó los malos tratos con que le había amenazado Sett-Donia, y pensó para su alma de eunuco: "¿Así es cómo abomina el sexo masculino? ¡Ahora, si Alah quiere, me toca vengarme de la humillación!"
Y salió sigilosamente, cerró la puerta, y se presentó al rey Schahramán. Y el rey le preguntó: "¿Qué ha dicho tu ama?" Y contestó el eunuco: "He aquí la caja intacta".
Y el rey, pasmado, exclamó: "¿Es que mi hija desdeña las pedrerías como desdeña a los hombres?" Pero el negro dijo: "¡Perdona, ¡oh rey! que no te conteste delante de toda esta asamblea!" Entonces el rey mandó desalojar la sala del trono, quedándose solo con el visir, y el eunuco dijo: "¡Mi ama Donia está en tal y cual postura! Pero en realidad, ¡el joven es muy hermoso!"
Al oír estas palabras, el rey dió un salto, abrió desmesuradamente los ojos, y exclamó: "¡Eso es enorme!" Y añadió: "¿Los has visto tú, ¡oh Kafur!?” Y respondió el eunuco: "¡Con este ojo y con este otro!"
Entonces el rey dijo: "¡Es verdaderamente enorme!" Y mandó al eunuco que llevara ante el trono a los dos culpables. Y el eunuco lo cumplió inmediatamente.
Cuando los dos amantes estuvieron en presencia del rey, éste, muy sofocado, exclamó: "¡De modo que es cierto!" Y no pudo decir más, pues agarró con las dos manos la espada, y quiso arrojarse sobre Diadema. Pero Sett-Donia rodeó a su amante con sus brazos, unió sus labios a los de él, y gritó a su padre: "¡Ya que es así, mátanos a los dos!"
Entonces el rey volvió a su trono, mandó al eunuco que llevase a la princesa hasta su habitación, y después dijo a Diadema: "¿Quién eres, corruptor maldito? ¿Y quién es tu padre? ¿Y cómo te has atrevido a llegar hasta mi hija?"
Entonces Diadema contestó: "¡Sabe, ¡oh rey! que si es mi muerte lo que deseas, le seguirá la tuya, y tu reino quedará aniquilado!" Y el rey, fuera de sí, exclamó: "¿Y cómo es eso?" El otro repuso:"¡Soy hijo del rey Soleimán-Schach! ¡Y he tomado, según estaba escrito, lo que se me había negado!
¡Abre, pues, los ojos, ¡oh rey! antes de decretar mi muerte!"
Al oír estas palabras, el rey quedó perplejo, y consultó a su visir sobre lo que debía hacer. Pero el visir dijo: "No creas, ¡oh rey! las palabras de este impostor. ¡Sólo la muerte puede castigar la fechoría de semejante hijo de zorra! ¡Confúndalo y maldígalo Alah!" Entonces el rey ordenó al verdugo: "¡Córtale la cabeza!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y según su costumbre, se calló discretamente.
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